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Es la primera, máxima y prácticamente única solución que oirán nombrar por labios eclesiásticos para conjurar los males del mundo y lograr que la palabra santa siga ahogando, bajo su peso moral, las decisiones que más o menos libremente pueda una/o desear para su vida. La lista es extensa, pero una incompleta diría: para evitar el embarazo, la abstinencia (vade retro, métodos anticonceptivos); para evitar problemas con la ley y el orden, el silencio (que vendría a ser la abstinencia de la palabra); para evitar el contagio del sida... ¡también la abstinencia! (Nótese la empecinada obsesión de ciertos vaticanismos: en la gran mayoría de los casos, la palabra “abstinencia” sólo refiere el deseo carnal). Será, dirán ustedes, monotemático, pero acabamos de darnos cuenta de que tanta perseverancia en el camino de la abstención explica ciertas conductas y documentos pontificios, que seguramente han sido provocados por el síndrome de abstinencia...