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Viernes, 17 de diciembre de 2004

DERECHOS

¿Dónde está el lobo feroz?

Aunque algunos sectores persisten en identificar educación sexual con erotización para negar su presencia en las aulas, María Inés Re retoma en Educación sexual en la niñez una premisa de la OMS: a mayor (in)formación, menor vulnerabilidad y exposición. Todo vínculo con personas adultas, sostiene, enseña a niñas y niños sobre la sexualidad, aun cuando sólo se escuche el silencio.

 Por Luciana Peker

Está bien la pasividad de Caperucita Roja ante su sospecha de que no era la abuela el ser a quien le dijo “Qué boca tan grande tienes” y que terminó comiéndosela? ¿Está bien que Blanca Nieves, la Cenicienta y la Bella Durmiente sean víctimas de mujeres resentidas y envidiosas de las que sólo pueden librarse si las viene a salvar un joven y apuesto príncipe azul? Los cuentos de Caperucita Roja, Blanca Nieves, la Cenicienta y la Bella Durmiente pueden servir para mucho más que para contar un cuento. La historia clásica puede servir para cuestionar los mandatos clásicos que enseñan, por ejemplo, que las mujeres son más débiles que los varones.
“Estos cuentos y otros pueden utilizarse como herramientas para promover la reflexión de los niños –y muy especialmente de las niñas– acerca de las maneras en que algunos mandatos sociales favorecen su vulnerabilidad social y para debatir sobre la importancia de fomentar la autonomía y la autodeterminación de los niños, desde temprana edad como estrategia para prevenir la violencia psíquica y/o física, incluido el abuso sexual infantil”, recomienda la Licenciada en Trabajo Social María Inés Re en el reciente Educación sexual en la niñez (un desafío posible), Nivel Inicial y EGB I, de Editorial Ediba.
En un momento en que la educación sexual tomó la forma de cuco (y mucho más cuco si se trata de educar sexualmente a los chicos más chicos) la especialista plantea: “Siempre hay educación sexual”. ¿Cómo siempre? Si la Legislatura porteña acaba de rechazar el proyecto de ley –impulsado por Ana María Suppa, Diego Kravetz y Florencia Polimeni– para que la educación sexual sea obligatoria en los colegios públicos y privados de la Ciudad de Buenos Aires. Sí, siempre. Incluso, negar la educación sexual también es una forma de educar (por ejemplo, transmitir que la sexualidad es polémica, reprimida, tabú, difícil, complicada). Mejor, hablamos mañana.
“Debemos tener claro que todas las personas adultas que estamos en contacto con niños somos educadores sexuales y que siempre ‘hay’ educación sexual. Aun cuando evadimos hablar a los niños sobre sexualidad estamos dando información sobre ella: con nuestro silencio los niños asumirán que debemos evitar hablar sobre determinados temas”, subraya Re, master en Ciencias Sociales y Salud, miembro de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM) y colaboradora de la revista Maestra de primer ciclo.
En la Legislatura porteña uno de las diferencias más destacadas por los medios en el supuesto Boca-River de los proyectos de Suppa y Santiago de Estrada era la edad de inicio de la educación sexual, ya que el ala conservadora fustigaba vehementemente la idea de comenzar a hablar de sexualidad en el jardín de infantes. Sin embargo, el libro de Re demuestra que la educación sexual infantil está lejos de la erotización que –por otra parte– los chicos pueden ver en la tele antes y después del horario de protección al menor. Educación sexual es hablar, por ejemplo, de y a través de Caperucita. Y de los lobos del bosque, que muchas veces no están en los cuentos sino en la realidad de muchas casas argentinas. Re destaca: “Los estudios de la Organización Mundial de la Salud indican que cuanto antes los/as chicos/as accedan a una educación sexual adecuada menores serán sus posibilidades de estar expuestos al abuso sexual durante su infancia, adolescencia y adultez”.
Justamente uno de los puntos fundamentales para implementar la educación sexual a una edad temprana es su efectividad frente a los abusos sexuales. Un delito que todos cuestionan, pero que pocos –menos de los necesarios para aprobar una ley, por ejemplo– ponen hincapié en prevenir. “El abuso sexual infantil puede prevenirse promoviendo en los niños la equidad de derechos y facilitando su conciencia acerca de su dignidad como personas –escribe Re–. La educación sexual constituye una estrategia fundamental porque brinda a los niños las herramientas necesarias para conocer y evitar las situaciones de riesgo y buscar ayuda oportunamente cuando se sientan amenazadas.” Además de ayudar a prevenir, los jardines de infantes también pueden ser lugares de detección y de contención para amortiguar las innegables heridas que deja el abuso sexual. “En el caso de niños que hayan sufrido abuso existen estrategias de abordaje en el sistema educativo que no sólo propician el alejamiento del niño de esta situación, sino que también tienden a paliar el impacto psíquico de dicha experiencia”, propone la capacitadora.
Otro punto álgido del debate es entre quienes piensan que los padres tienen el derecho a fijar los contenidos que deben aprender sus hijos en materia de sexualidad y los que piensan que esa es una obligación indelegable del Estado. Ante la problemática del abuso sexual –que en la mayoría de los casos proviene de algún miembro de la propia familia– trasmitirles a los chicos que ellos son dueños de su propio cuerpo y que nadie puede hacerles lo que no quieren es una de las más simples y eficaces fórmulas para afrontar los abusos que se producen puertas adentro de los hogares. En este sentido, durante el debate de la trasnoche del 14 de diciembre, la legisladora María Eugenia Estenssoro argumentó (en apoyo a la frustrada ley de educación sexual): “Una de cada tres mujeres es abusada en algún momento de su vida por familiares. ¿Qué va a pasar con ellas y con los chicas obligadas a prostituirse? ¿Esos padres les van a enseñar educación sexual?”
“Hay quienes señalan que si hablamos a los niños sobre sexualidad ellos tendrán conductas sexuales precoces. Esta premisa inspira modelos represivos que justifican la falta de educación sexual en el jardín y en el Primer Ciclo de E.G.B. No obstante –remarca Re–, la evidencia internacional señala todo lo contrario: cuando más temprana sea la edad de los niños con los que implementemos educación sexual mayores posibilidades tendrán de prevenir o denunciar situaciones de violencia doméstica y abuso sexual y de cuidar adecuadamente de su cuerpo.”

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