Viernes, 14 de enero de 2005 | Hoy
HOMENAJE
Bello entre los bellos –con el toque necesario de imperfección masculina-, actor de calidad impar, muchacho honesto, espíritu libre, flexible a la hora de abrir el abanico de sus composiciones... Señoras y señoritas, con ustedes, Johnny Depp, ese hombre capaz de hacernos ver cualquier clase de película, porque total, él siempre está como los dioses.
Por Moira Soto
Puede alguien de la especie humana reunir cualidades de belleza
física, intuición y talento, carisma y versatilidad en grado sumo,
y además –tratándose de un actor norteamericano de prestigio
y éxito– darse el supremo lujo de ser un espíritu libre,
romántico, modesto (acepción: falto de engreimiento), que jamás
bajaría línea sobre su oficio? La respuesta es, qué duda
cabe, Johnny Depp, guitarrista rockero por elección y actor por casualidad
(cosa que le debemos al consejo de Nicolas Cage, mal que nos pese).
Entre otras originalidades, Johnny –favorito absoluto de las hacedoras
de Las/12, que pidieron esta nota como regalo de Reyes (perdón por el
atraso)– es imposible de encasillar: se escurre de cualquier intento de
definición, su línea de trabajo no responde a un diseño
claro, premeditado, evidente (aunque se lo hayan querido instalar como fetiche
-palabra que él y Tim Burton detestan– de ciertos directores, o
como intérprete solo de marginales); su método de actuación,
sin estudios formales, es un misterio (aunque cada tanto arroje un huesito a
los críticos refiriendo en qué o en quién se inspiró
para tal o cual papel); la insistente etiqueta de “rebelde” –otro
epíteto que recusa– que le han adjudicado, supuestamente a años
luz de ciertos valores familiares y burgueses, no condice con su actual situación
idílica familiar en un pueblito de la zona de Saint-Tropez (Francia),
junto a su mujer Vanessa Paradis y su –por ahora– pequeña
prole.
Ni torturado ni autodestructivo (aunque en alguna oportunidad haya pateado muebles,
lámparas y cuadros del hotel Mark, en un ataque de furia), ni borracho
consuetudinario ni drogadicto –empezó a darse a los 12 y dejó
a los 15–, Johnny Depp ha alimentado muy a su pesar las crónicas
sensacionalistas de la prensa llamada del corazón, que durante años
se cebó con su vida privada pese a la férrea renuencia del actor,
harto de las fans que creían que todavía estaba en la serie Comando
especial. Así, por ejemplo, la anécdota del tatuaje “Winona
forever”, hecho en tiempo de su encendido romance con Winona, se convirtió
en tema de incontables notas. Cuando todavía tenía vigencia, cuando
dejó de tenerla, cuando borró la sílaba “na”.
Indomesticable
Por cierto, Hollywood, es decir, los mandamás de la industria, nunca
pudieron entender a un tipo tan atípico, que podía dejar una serie
televisiva de suceso (de la que aún hoy se abochorna) e ir a Cry Baby
(1990, de John Waters, un director que venía de escandalizar, entre otras
cosas, con Pink Flamingos y Polyester) y al El joven Manos de Tijera (1990,
de otro raro, Tim Burton) y de ahí –con incursiones intermedias–
hacer un cameo en la quinta entrega de Freddy Krueger (recordemos que había
debutado en la gran Pesadilla en lo profundo de la noche, 1984), luego tornar
a Burton y su maravilloso Ed Wood (1994), sin despreciar aDon Juan De Marco
(1995) y enseguida pasar a Nick of Time (del insignificante John Badham). Y
proseguir su carrera (concepto que Depp no reivindica precisamente) con Dead
Man (1996, peregrino western en blanco y negro de Jim Jarmusch) para después
ponerse a dirigir e interpretar la tragedia de un indio americano actual que
sacrifica su vida en una snuff movie para sacar a su familia de una vida miserable
(The Brave, 1997), seguida de Donnie Brasco (1997), Miedo y locura en Las Vegas
(1998, del inflado Terry Gillian) y luego irse a Europa y levantar la mediocridad
de La novena puerta (1999), filmar con Sally Potter (The Man Who Cried, 2000),
volver y hacer un secundario en Antes que anochezca (2000), investigar las cirugías
de Jack el Destripador como detective opiómano en Desde el infierno (2001),
ponerse remeras con chistes tontos para encarnar a un corrupto agente de la
CIA en Erase una vez en México (2003). Y meterse, porque se le cantó,
para recuperar sus fantasías de infancia y porque ahora tenía
dos criaturitas, en La maldición del Perla Negra, una de bucaneros con
todos los ingredientes del caso producida por Disney.
Inclasificable
Escandalizó así a los críticos puristas que apenas le habían
perdonado, por ejemplo, el gitano poco justificado desde el guión de
Chocolate (2000). Pero Johnny, que considera que no le debe ninguna explicación
a la prensa, se divirtió a lo grande al armar a su capitán Jack
Sparrow tomando como modelo al stone Keith Richards, y añadiéndole
aderezos como el diente de oro y otros chiches que no figuraban en el guión.
Lo que inquietó a los ejecutivos del sello que le rogaron que bajara
un poco, no fuera cosa de que el personaje fuera sospechado de faggy (mariquita).
Bueno, el ex de Lori Allison, Sherilyn Fenn, Jennifer Grey, Winona, Kate Moss
y algunas otras, hizo la simpática película –que no dirigió
ni Burton ni Waters ni Jarmusch sino el menos prestigioso pero eficaz Gore Verbinski–
para su niña Lily-Rose Melody y para su niño Jack, para el chico
que él mismo sigue siendo, y todo anduvo tan bien comercialmente (más
de 600 millones de dólares recaudados) que la Academia se dignó
candidatearlo por primera vez para un Oscar (que no ganó, claro). Cuando
con anterioridad no había reparado en composiciones tan descacharrantes
como las de El joven, Benny y Joon, Ed Wood, La leyenda del jinete sin cabeza.
En verdad, se podrían seguir enumerando todas y cada una de las actuaciones
de este bello, bellísimo superdotado, de una intuición infalible
a la que sabe prestar atención. Porque si algo resulta previsible en
Depp es que siempre, pero siempre va a estar muy bien en cualquier película
que acepte, ya se trata de una obra maestra de Burton o de una truchada de Robert
Rodriguez. Porque él es de los intérpretes que ennoblecen todo
lo que tocan, sondea en profundidad todos sus personajes antes de dejarlos aflorar,
ya con una identidad definida. Y si bien es cierto que en el cine hay factores
que escapan al control de los actores (encuadre, luz, edición, calidad
del diálogo), Johnny se las apaña, misteriosamente, inteligentemente,
para dar siempre la sensación de que la acción no termina ahí
donde se acaba el gesto en el espacio o donde el director corta la escena, sino
mucho más allá. El ha descubierto alguna clave –que no revelará–
sobre la belleza de la omisión, de la acción indirecta, de la
vida que se puede trasmitir con la mayor intensidad en la mínima actividad.
Y, sobre todo, Johnny sabe mirar, dirigir la mirada en el espacio cinematográfico
y cuando sus ojos entran en escena, su cuerpo los acompaña. Por eso su
presencia en cuadro es siempre insoslayable, irradiante de fuerza interior y
de una sugestión muy personal.
No, Johnny Depp no parece el Nuevo James Dean, como amablemente comentó
Martin Landau, su compañero en Ed Wood. Ni tampoco el heredero del genialMarlon
Brando, según apuntaron algunos luego de que actuaron juntos en Don Juan
y de que Brando se ofreció para estar en el film dirigido por Depp. La
singularidad de Johnny Depp como intérprete es total, su magnetismo es
de otra especie. Y sus pómulos, legado de una abuela cherokee, superan
en fotogenia (y con menos maquillaje) a los de Marlene Dietrich.
Increíblemente, con todos estos atributos que le aseguraban el estrellato,
ya evidentes en su primer protagónico (Cry Baby), Johnny Depp, desde
que a los veintitantos dejó asqueado la serie Comando especial a fines
de los ‘80 –porque empezó a odiar a su personaje y el hecho
de haberse convertido en ídolo de adolescentes– jamás se
dejó manipular, torcer en sus decisiones. Y a la vez, nunca se las dio
de puro y duro. Con mejores cualidades –en cuanto a hermosura, carisma,
sex-appeal, por no hablar del talento– que Tom Cruise, se resistió
férreamente a que lo procesaran estelarmente, a que lo moldearan en la
trituradora. Entonces, le dijo no a Entrevista con el vampiro, a Titanic, prefiriendo
hacer Ed Wood en el ‘94 y dirigir The Brave en el ‘97. Elecciones
que no deberían sorprender en el tipo ultrasensible y apasionado que
se echó a llorar a mares cuando leyó el guión sobre Edward,
la criatura inacabada con manos de cuchillas que aterriza en un mundo mezquino,
convencional e injusto que –salvo honrosas excepciones– lo rechaza
por diferente, por representar una amenaza contra lo establecido.
Papito
“¿Ser padre? Es algo sublime, increíble. La mejor razón
para levantarme cada mañana. Todas las experiencias que pude tener antes
del 27 de mayo de 1999, a las 20.25, no eran más que una ilusión.
Como si hubiera estado en una especie de neblina sin vivir de verdad, plenamente.
El nacimiento de mi hija me ha dado vida. De pronto, todo me ha parecido más
limpio, más claro.” Así, sin rodeo, con todo fervor, Johnny
Depp declaraba su amor por Lili-Rose Melody, su primera hija cuya madre es la
cantante pop y actriz Vanessa Paradis. Obviamente, el actor no le decía
semejantes palabras a un periódico norteamericano sino a uno francés,
Studio Magazine, hace cinco años. Tres años después, esa
felicidad se acrecentó con la llegada de Jack. Un motivo más para
que Johnny viaje a visitar a su familia los fines de semana si está filmando
en otro país.
Diez años antes de enamorarse perdidamente de Vanessa Paradis, flechazo
que tuvo lugar en 1998, JD había viajado a París y desde el primer
momento se había sentido en su casa. Por eso regresó todas las
veces que pudo, “como atraído por un sortilegio, hoy sé
que se trataba de Vanessa”, dice. “Francia es mi país de
adopción, y creo que he sido adoptada por ella. Amo a mi país
pero no comparto su política. Tampoco me gusta nada la violencia generalizada
que no sólo estalla en episodios como el de Columbine, sino en incontables
crímenes y violaciones. Me niego a educar a mis hijos en esa clase de
sociedad. Prefiero vivir en Francia, en la campiña, donde la vida es
más simple. América parece a punto de implosionar y como padre
me siento muy concernido.”
Es cierto que en París el periodismo lo trató siempre de otra
manera, con mucho aprecio por sus actuaciones y considerando elegante la ropa
que en los Estados Unidos se tiene por grunge. Como la vieja camisa de hilo
blanco y la chaqueta de terciopelo que Johnny se había comprado para
el estreno parisino de ¿A quién ama Gilbert Grape? En ese entonces,
le reconocía a la periodista Annick Le Floc su condición de familiero:
“Cuando mis padres se separaron me di cuenta de que ellos y mis hermanos
eran las únicas personas que estaban siempre ahí, en todo momento.
Desde entonces, deseo formar una familia. Todavía no sé lo que
es tener un bebé pero he sido testigo de cómo los hijos cambiaron
la vida de mis dos hermanas y mi hermano, mayores que yo. Están dispuestos
a todo por susniños, sé que darían su vida por ellos. Creo
que ser padre es la cosa más bella y difícil de la vida...”
Poco tiempo después, convocado por Polanski para La novena puerta y mientras
fumaba un Marlboro en el hall del Hotel Costes, JD avistó una espalda
de mujer de la que no pudo despegar los ojos por un buen rato. Finalmente, la
dueña de esa espalda vino hacia él y lo saludó: era Vanessa
Paradis. Unos meses más tarde, la cantante, actriz y –desde que
está con Johnny, que le enseñó a tocar la guitarra–
compositora estaba embarazada de Lili-Rose. Desde entonces, JD cayó en
estado de beatitud amorosa y habla cada vez mejor el francés.
Sin proponérselo, su cotización ya está en los 20 palos
verdes si se trata de superproducciones de Hollywood, aunque seguramente le
cobró mucho menos a Tim Burton por estar en Charlie y la fábrica
de Chocolate, sobre el relato de Roald Dahl. O por protagonizar los futuros
estrenos Descubriendo el País de Nunca Jamás –episodios
de la vida de JM Barrie– o El libertino, adaptación de la pieza
teatral que interpretó John Malkovich (quien lo recomendó para
la versión fílmica). Pero para la secuela que al parecer se viene
nomás de Perla Negra, Disney va a tener que desembolsar un dinero que
hace tres años ningún industrial del cine pensó que se
iba a pagar por Johnny Depp. Quien ahora hace sus propios cigarrillos con papel
marrón Rizla y tabaco Bali Shag y se los fuma, siempre que no anden cerca
sus niñitos.
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