Viernes, 21 de enero de 2005 | Hoy
PERFILES
Es tan hermosa que las puertas de la fantasía se abren para ella con más premura que si fueran automáticas. Y ahí va Angelina Jolie, punzando en las zonas sensibles de hombres y mujeres con unas cuantas confesiones salvajes y de las otras, el mohín de sus labios o el inquietante arco de su ceja izquierda. ¡Ah!, además es actriz. Pero está desaprovechada.
Por Mariana Enriquez
Angelina Jolie es tan hermosa
que no parece real. El cuerpo estilizado de una heroína manga, ojos azules
entre tristes y temibles, y los tan envidiados labios carnosos que muchas quieren
copiar vía cirugía y nadie consigue. Pero su belleza estremecedora
no alcanza para explicar el magnetismo: Angelina hipnotiza, fascina, obsesiona.
Es la gran fantasía lésbica de las mujeres heterosexuales y la
diosa que los hombres veneran y temen. Es un icono gay, por supuesto, y el póster
que cuelgan las chicas raras, identificadas con las muy comentadas extravagancias
de Angelina, que no sabe ni quiere callar.
Y todo esto sin una sola película o actuación memorable, ni siquiera
la que le valió el Oscar en Inocencia interrumpida (1999). Su vida es
mucho, mucho más interesante que su trabajo. Cuando la nominaron al Emmy
en 1998 por Gia, la película de HBO donde interpretaba a la célebre
modelo de los años ‘80 que cayó en una espiral de autodestrucción,
daba la impresión que los jueces estaban deslumbrados por su arrojo e
incontinencia, esa manera algo salvaje que tiene de zambullirse en papeles y
vibrar; su personalidad desdibuja los personajes que interpreta. Quizá
Gia haya sido su mejor elección; desde entonces, se escucha que Angelina
Jolie está “desaprovechada”. Y a lo mejor es así.
Pero la hija de Jon Voight es más un signo de los tiempos que una actriz:
sus mejores actuaciones se producen fuera de la pantalla. Sus escenas de alto
riesgo en Lara Croft: Tomb Raider son menos impactantes que las sesiones de
fotos, las historias sobre sexo sadomasoquista y jugueteos con cuchillos, los
romances tórridos –lésbicos y heterosexuales–, su nueva
encarnación como madre adoptiva de un niño camboyano (Maddox)
y su trabajo como embajadora del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los Refugiados. Las películas producen mucho menos ansiedad que los chismes
sobre Angelina, todo un género en sí mismo: en los últimos
meses le atribuyeron romances con Brad Pitt, Ethan Hawke, Colin Farrell y Jared
Leto, y dijo sentirse “halagada” porque Carmen Electra, Milla Jovovich,
Christina Aguilera y Kate Beckinsale admitieron fantasías eróticas
con ella. En una reciente entrevista, dijo “es muy hermoso darle placer
a una mujer”, admitió estar secretamente enamorada de una actriz
casada, y lamentó no haber rescatado su relación con la bella
modelo japonesa Jenny Shimizu (se separaron en 1996). Poco después, confesó
que le gusta el sexo sado (“Me gusta la sensación de sentirme dominada.
Me hace sentir segura”, le dijo nada menos que a Cosmopolitan) y hace unos
años tuvo que negar un romance con su hermano James Haven –todo
comenzó cuando lo besó en la boca al ganar el Oscar. Así,
construyendo un personaje fatal y desconcertante, flirtea con los medios mientras
cobra 15 millones de dólares por película y entrega un tercio
a causas humanitarias. Nadie puede descifrarla, y ella es una experta en mantener
el misterio.
La diosa intensa
Este es uno
de los mejores momentos profesionales de Angelina Jolie. Dentro de un mes se
la verá en Alexander de Oliver Stone interpretando a Olimpia, la madre
del conquistador. Pronto se estrena la comedia Mr. and Mrs. Smith que coprotagoniza
con Brad Pitt –el origen de los rumores de romance–. Está en
cartel Sky Captain y el Mundo del Mañana donde sólo aparece durante
quince glorioso minutos, y se espera la salida de lapelícula animada
El espanta tiburones. Mientras tanto, Angelina reparte su tiempo entre sus mansiones
de Camboya, Inglaterra y Los Angeles, pilotea su propio avión y piensa
adoptar otro niño. Su personaje público actual es una versión
personal de Lara Croft: la aventurera independiente que se encuentra con amantes
en habitaciones de hotel, pasa vacaciones en Namibia y comparte la cama sólo
con su hijo.
Hace cinco años, el personaje Angelina era muy diferente. Entonces estaba
casada con el ingobernable Billy Bob Thornton. Se conocieron durante el rodaje
de Pushing Tin, una película menor, sobre todo comparada con ese matrimonio
monumental que mereció comparaciones con el de Liz Taylor y Richard Burton.
Angelina llevaba un relicario con la sangre de Billy. La pareja había
pintado “Hasta el fin de los tiempos” con sangre sobre la cama. Billy
Bob decía que a veces, de noche, sentía el deseo de ahorcar a
Angelina, tan incontenible era el deseo. Los dos se paseaban por premieres despeinados,
en un limbo de ojos entrecerrados y besos interminables. Todo se acabó
en 2002, cuando Angelina adoptó a Maddox. “El bebé afectó
nuestro matrimonio”, dijo ella, y agregó poco más (es famosa
por sus respuestas evasivas que enloquecen a los periodistas). Billy dijo: “Yo
le tenía miedo. Es demasiado hermosa, demasiado inteligente, demasiado
íntegra. Me sentía inferior a su lado”.
Poco después del matrimonio, también se terminó su relación
con Jon Voight, su padre. El legendario actor (El campeón, Midnight Cowboy)
estuvo ausente durante la infancia y adolescencia de Angelina, que fue criada
por su madre, la actriz Marcheline Bertrand. Pero se acercó a su hija
en 2000, cuando actuaron juntos en la primera parte de Tomb Raider. El idilio
duró poco. En un episodio por demás extraño, Voight apareció
en televisión en 2002: dijo ser “un padre desesperado” que
urgía a su hija buscar “ayuda psicológica para sus problemas
emocionales”. Angelina reaccionó retirándole el saludo y
luego eliminando definitivamente el apellido Voight de su nombre. “La relación
con mi padre es el pasado”, declaró. “Quiero dejar atrás
todas las cosas oscuras.” Esa oscuridad incluye su muy promocionado período
de autodestrucción adolescente: Angelina confesó que se cortaba
y sufría desórdenes alimenticios; de esa etapa le quedó
el célebre tatuaje en el vientre que reza “Quod me nutrit me destruit”
(“Lo que me alimenta me destruye”) y un temprano matrimonio con el
actor Jonny Lee Miller (Trainspotting) en el que lució una remera blanca
con el nombre del novio escrito en su propia sangre. De esa época, también,
le queda la legión de fans devotos que encontraron en esa chica desbordada
una heroína más cercana que las actrices prolijas y modosas; el
sueño de que allí en el cada vez más edulcorado mundo de
Hollywood había una chica de ojos salvajes que merecía lealtad
y sueños húmedos.
La mujer de los sueños
Desde su debut
a los siete años en Lookin’ to get out de Hal Ashby, Angelina casi
no dejó de trabajar. Y si bien la mejor película que ha protagonizado
es su propia vida, tuvo momentos memorables. La valiente interpretación
en Gia (1998) donde su cuerpo desnudo irradiaba gloria y casi contagiaba dolor.
Las policías duras y vagamente masculinas que compuso en dos thrillers
mediocres, El coleccionista de huesos (1999) y Robando vidas (2004). El parche
en el ojo que lucía en Captain Sky..., la forma en que se plantaba detrás
de la barra en Gone in sixty seconds (2000), sus juegos con serpientes en Alexander.
Siempre, sin embargo, lo más memorable es su presencia inquietante, la
voz gruesa y la ceja arqueada –mitad ironía, mitad recelo. Hace
poco, la revista After Ellen -especializada en visibilidad de mujeres lesbianas
y bisexuales en los medios– dedicó tres páginas a descifrar
lo que llamaron “el fenómeno Angelina”. Las conclusiones fueron
vagas, pero el primer párrafo, contundente: “El hecho de que hombres
heterosexuales se sientan atraídos por ella es perfectamente predecible,
pero el hecho de que tantas mujeres admitan su fascinación por Jolie
no lo es. Es un hecho sin precedentes enla cultura pop de los Estados Unidos.
No sólo porque atrae a las mujeres -heterosexuales, bisexuales, lesbianas–
sino porque esas mujeres lo admiten públicamente”. Este año,
Angelina Jolie quedó primera en casi todos los balances de fin de año
de los medios europeos y norteamericanos. En ninguno obtuvo el primer puesto
como mejor actriz, pero se llevó el podio en todas las categorías
de actriz más sexy –y para ambos sexos. Una marca de ropa acaba
de lanzar una remera que dice: “Por Angelina me haría gay”.
Ella nunca esquiva preguntas sobre sexo. Ni sobre ninguna otra cosa. “No
tengo miedos –dice–, ni me importa hablar de cosas personales. No
quiero vivir ocultándome. De todos modos, no leo ninguna de mis entrevistas.”
Su próximo paso, fuera de la pantalla, será la edición
de sus diarios de viaje por Sierra Leona, Camboya, Ecuador y Pakistán.
Hace un mes, visitó la zona crítica de Sudán y tuvo problemas
cuando se descubrieron ciertas irregularidades en su intento de adopción
de un niño ruso. Problemas que no la detuvieron: quiere adoptar hasta
seis chicos. No parece temerle a las acusaciones de frivolidad: hay quien levanta
el dedo y apunta que una rica estrella de Hollywood no debería conseguir
titulares con el trabajo humanitario, ni usar el drama de los refugiados para
fogonear y enaltecer su imagen pública. Otros, sin embargo, aseguran
que su compromiso es serio. Las autoridades de Naciones Unidas la defienden
fervorosamente: por supuesto, sólo puede ser bueno para ellos la visibilidad
que les brinda una de las mujeres más famosas del mundo. Y Angelina no
para de trabajar para ACNUR: hace poco firmó en el sitio web de la organización
un artículo entre tierno y terrible donde hablaba del problema de la
desactivación de minas terrestres en la propiedad donde vive con su hijo
en Camboya. Y también habló de cómo los hombres de su vida
(su padre, su ex esposo) trataron de que no visitara las zonas peligrosas del
Africa y el Asia: “Con el pretexto de que me querían, de que me
protegían, intentaron detenerme. Supongo que creyeron que se trataba
de otro impulso suicida. Nunca pensaron que podía tratarse de algo serio.
Mi padre incluso llamó a la ONU para que cancelaran mis viajes, diciendo
que yo estaba loca. Ja. Pero, claro, ninguno de los dos se ofreció a
acompañarme”.
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