EL MEGáFONO
Cambios Increíbles
Por Eleonor Faur *
Los Increíbles es un film con varios méritos estéticos, y con algunos aciertos éticos que vale la pena mencionar. Me refiero a su modo de dar cuenta de la complejidad de las relaciones de género y de su puesta en práctica en el ámbito conyugal y familiar, aun entre las personalidades heroicas.
Mr. Increíble y Elastigirl son, desde antes de casarse, súper exponentes de su socialización de género y se muestran relativamente conscientes de las luces y sombras que ésta conlleva. No bien comienza la película, él asegura que tener una identidad secreta resulta indispensable, pues nadie puede cargar con “la presión de mostrarse súper todo el tiempo” (característica bastante arraigada en la socialización masculina). Ella, en cambio, sostiene que su identidad secreta es necesaria, pues “no se puede ir así vestida al supermercado”. La identidad secreta parece constituir para él un descanso de su exposición pública; para ella, la posibilidad de pasar desapercibida mientras realiza su labor doméstica. La película, más tarde, da un salto de quince años y vemos entonces a Bob (Mr. Increíble) y a Helen (Elastigirl) viviendo, en los años 60, una vida media en una localidad media norteamericana. Tienen tres hijos: una niña casi adolescente, un niño de unos 9 años y un bebé. Todos han heredado superpoderes, y, como sus padres, deben ocultarlos.
Los poderes de cada miembro de la familia han sido asignados de un modo acorde con los más afianzados estereotipos de género: los hombres son
fuertes, intrépidos, competitivos, valientes y seguros de sí mismos. Las mujeres, por su parte, son contenedoras, flexibles y hasta invisibles. Ellas no sólo se acomodan fácilmente al mandato de ocultar sus poderes excepcionales (ellos no), sino que además, muestran en distintas escenas muy menores niveles de autoconfianza.
En cierto sentido, los atributos de Bob (Mr. Increíble) y Dash (el niño) no resultan particularmente originales (uno es el más forzudo, el otro, el más veloz). Helen, en cambio, es tan elástica que logra atajar a sus dos hijos mayores al mismo tiempo con sus interminables brazos, puede aplanar y redondear su cuerpo para transformarlo en un paracaídas o en una lancha. Violeta, la hija, expresa, a través de sus cualidades, dos características de las más estudiadas por la sociología feminista. No sólo cuida y protege a sus seres queridos generando una suerte de pompa gigantesca antibalas (el “campo de fuerza”), sino que además se puede volver literal y no sólo simbólicamente invisible (pero en este caso, sólo cuando ella lo decide). Hay algo llamativo también en las formas circulares que emanan de los poderes de los personajes femeninos. Círculos que, como pompas, paracaídas o botes, remiten a una contención casi uterina. La imagen de la contención femenina llevada a su extremo y vuelta heroica.
Como en la vida de muchas mujeres, son otras mujeres las que transmiten a estas heroínas la necesidad de confiar en sí mismas y de hacer uso de sus cualidades. En cierto momento, Edna –la genial diseñadora de modas y de trajes para superhéroes– le dice a Elastigirl: “Vamos, sos Elastigirl, ¡creétela, cariño!”. En otro, Elastigirl empuja a su harto insegura hija a confiar en sus fuerzas y sacar lo mejor de sí. Y así, en cierto momento y gracias al consejo de Edna, Helen decide abandonar su identidad secreta para, una vez más, y quince años después, emprender un viaje para rescatar a su marido. Allí comienza un nuevo ciclo de acción, en donde se vislumbra la transformación paulatina de comportamientos y la complementación de fuerzas y atributos entre los integrantes de esta singular familia. Así, no sin atravesar estereotipos acerca de papeles y comportamientos esperables en hombres y en mujeres, la película resuelve las desigualdades que muestra apostando por un proceso de cambio tan simpático como los personajes que construye. Los Increíbles no son igualitarios desde el principio, van transformando sus relaciones a través de dos horas (en el acetato) y quince años (en el guión). Y de este modo, traen la novedad de apostar a la cooperación entre generaciones y géneros, y a la valoración y el respeto de las diferencias para el logro de la igualdad, transmitiendo finalmente una imagen en la cual, como en el más feliz tiro de perinola, “todos ganan”. Nos queda la intriga de saber si esta nueva organización cooperativa se traducirá también en la reasignación de responsabilidades de provisión económica, cuidado de la casa y crianza de los hijos e hijas. Esperaremos a ver qué sucede en la segunda parte.
* Socióloga y consultora de género de Unicef.