DEBATES
La técnica para determinar el sexo aun antes de concebir a un hijo o hija ya están disponibles. En Inglaterra esta posibilidad está autorizada por ley. En Argentina, la falta de legislación habilita a los profesionales y a quienes lo demandan a decidir si arman o no un modelo a su medida. Una encuesta nacional advierte: poco más del 40 por ciento de los consultados quisiera elegir el sexo anticipadamente. Tres cuartos de este total optarían por un varón. ¿El futuro ya llegó?
› Por Luciana Peker
Escena I: los nenes con los nenes. El papá se levanta a la noche a calmar a su bebé (nene) que está llorando y le dice: “¡epa! ¡epa!, bebé, ¿un torito como usted llorando?, ¿por qué va a llorar?, ¿y ahora de qué te reís, caradura? ¡Cómo te gusta trasnochar, eh!
Escena II: las nenas con las nenas. La mamá se levanta a la noche a calmar a su bebé (nena) que está llorando y le dice: “No llore, princesita, acá está mamá para cuidarla... pobrecita... ella es muy chiquitita, ¿no? ¡Qué buenita! ¡Qué mimosita!”.
Un escenario celeste y rosa. Las escenas son de la vida real, pero fueron plasmadas por Maitena para la campaña de Unicef “Equidad de género desde la infancia, todos los derechos para niñas, niños y adolescentes”. La desigualdad de género sub 0 –desde los primeros momentos de vida– continúa aquí y ahora (no la borra el progreso) y en algunos aspectos es más fuerte en la primera infancia que en la adultez (muchos hombres pueden ponerse una camisa rosa para ir a trabajar, pero como padres nunca se les ocurriría ponerle un osito rosa a su hijo varón; muchas mujeres pueden manejar un auto, pero como madres nunca se les ocurriría comprarle autitos a su hija mujer), por ejemplo. Además, en otros países, como China y la India, no es sólo una discriminación simbólica sino un acuciante problema de derechos humanos en donde los abortos selectivos de nenas llegan a modificar la paridad poblacional.
Pero estas diferencias en los deseos de tener un hijo mujer o varón son hoy más relevantes que nunca porque los avances científicos vuelven a arrinconar a la sociedad en un nuevo dilema ético. Las innovaciones en los métodos de fertilización asistida permiten, actualmente, seleccionar el sexo de los bebés. ¿Los padres tienen derecho, entonces, a disponer de este avance? Sí, según el Comité de Ciencia y Tecnología de la Cámara de los Comunes del Reino Unido, en el que participan diputados de todos los partidos, y que recomendó, a finales de marzo, al Parlamento británico que los padres que se realizan tratamientos de fertilidad tengan derecho a decidir el sexo del embrión que se van a implantar.
“Hay pocas evidencias sobre un desequilibrio en la sociedad si se permite a los padres elegir el sexo del niño”, señaló un miembro del comité al diario The Daily Telegraph.
“La selección de sexo se puede realizar mediante una técnica llamada Biopsia Preimplantacional (PGD), por la que se extrae una célula del embrión y en algunas horas se puede obtener información sobre su sexo y sobre algunos de sus cromosomas. Luego los embriones se transfieren alútero”, explica Ramiro Quintana, subdirector del Instituto de Fertilidad (IFER).
No es extraño que este debate parlamentario se dé en Gran Bretaña, ya que ellos llevan la punta de lanza en temas como la clonación terapéutica. Pero lo que ellos discuten, en otros países, directamente se hace. En la Argentina no hay ley ni regulación estatal sobre fertilización asistida. Sin embargo, mientras el Estado y el Congreso miran para otro lado, las técnicas avanzan y los límites sólo los ponen los frenos de los profesionales que eligen decirle que no a un cliente, según sus propios criterios éticos.
“Tuvimos el caso de una familia de origen turco, sin hijos aún, que consultaron por selección del sexo porque sólo querían hijos varones. Me negué a hacer el tratamiento porque estaba presente una suerte de discriminación”, cuenta la médica Andrea Marazzi, especialista en medicina reproductiva y experta en bioética, que desnuda una realidad asombrosa.
Ante el vacío legal, la selección de sexos no está prohibida y queda a criterio de los profesionales si aplicarla o no. En general, se considera aceptable elegir un embrión masculino o femenino cuando esa decisión puede evitar una enfermedad. Quintana específica: “El origen y motivo del diagnóstico de sexo se basó en las enfermedades que se transmiten ligadas al sexo, como la enfermedad de Duchenne-Becker (la padecen 1 de cada 3000 varones y puede llevar paulatinamente de la parálisis a la muerte), la hemofilia, algunas anemias hemolíticas, el síndrome de Lesch-Nyhan (la padecen 1 de cada 10 mil varones que sufren convulsiones y automutilaciones en la segunda década de la vida), entre otras”.
Pero hay otros casos más polémicos. Por ejemplo, Andrea Marazzi justifica esta técnica en los denominados casos de “balance familiar”. “Estoy de acuerdo ene la selección de sexo para familias con varios hijos del mismo sexo en donde los padres desean un hijo del sexo minoritario –polemiza–, pero no significa que se ofrezca el tratamiento de manera abierta a todas las parejas, sino puntualizando bien el caso y entrevistando a la familia”.
Con otro punto de vista, Claudio Chillik, presidente de la Sociedad Argentina en Medicina Reproductiva, enfatiza: “La realización de la selección embrionaria por el sexo únicamente para satisfacer el deseo de los padres no es considerado éticamente apropiado para la mayoría de los centros de reproducción en la Argentina y en el mundo. En la Argentina aún no hay legislación al respecto, pero los proyectos existentes todavía no permiten el diagnóstico de sexo del embrión por motivos no médicos”.
¿Son justificables estos casos? ¿Los padres tienen derecho a elegir el sexo de sus hijos? ¿Si hubiera libertad de elección del sexo de los hijos, las mujeres seguiríamos siendo la mitad de la población o terminaríamos pidiendo cupo femenino en las maternidades?
El 22 de marzo, la consultora D’Alessio Irol preguntó en la encuesta del portal Clarín.com: “Si pudiera elegir el sexo de sus hijos, ¿por qué optaría?”. El 58 por ciento de los encuestados dijo que preferiría no elegirlo; el 30 por ciento, que elegiría un varón y el 12 por ciento, que optaría por una mujer. Si bien hay que aclarar que esta consulta fue realizada por Internet, la contestaron 22.386 personas, por lo que resulta válida para medir el termómetro social con respecto al deseo del sexo de los hijos. Y ese termómetro arroja que, si pudieran elegir, 3 de cada 10 argentinos prefieren tener un varón. Nora D’Alessio, la socióloga que realizó la encuesta, analiza: “A pesar de que 6 de cada 10 consultados prefieren no intervenir en el curso de la naturaleza, también perdura otra tradición cultural, que es la de, si se puede, optar por un varón. El machismo aparece en 3 de cada 10 consultados, no es tanto si uno piensa que estamos en un país formado básicamente por dos naciones donde aún hoy el nacimiento de un varón puede ser más celebrado que el de una mujer, España e Italia”.
¿Poco o mucho? Los resultados en la opinión pública muestran que el impacto cultural del machismo sigue ejerciendo presión en el deseo de los padres y que, por tanto, no se está exento de riesgos de discriminación ante una hipotética elección del sexo de los hijos.
Pero hay otra pregunta de fondo: ¿por qué continúa vigente todavía el deseo de tener hijos varones? “Esta tradición tiene su origen en la necesidad de contar con brazos más jóvenes en las labores de la tierra, en tanto que las mujeres hemos sido consideradas, por siglos, como una boca más para alimentar y sin fuerza suficiente para ganarnos el pan con el sudor de la frente”, enmarca D’Alessio. Por su parte, el psicoanalista infantil Juan Carlos Volnovich apunta: “Hay dos motivos: por el narcisismo de los padres y para satisfacer sus deseos amorosos. En una sociedad patriarcal, se supone que los varones son más generosos a la hora de aportar satisfacciones a la autoestima; se supone que son fuente de orgullo, de gratificaciones vanidosas tanto como las niñas se instalan en el lugar de producto devaluado. En una sociedad que discrimina, donde algunos tienen privilegios que les son quitados a otros, en una sociedad donde se sabe que blanco vale más que negro, que rico vale más que pobre, que varón vale más que mujer, no es extraño que los padres pueden anticipar que a un hijo varón le será más fácil la vida, gozará de privilegios que le estarán vedados a su hija mujer”.
Ana Vásquez, licenciada en Letras, de 40 años, con una hija –Soledad– de 18, se sincera, en este sentido: “Cuando estaba embarazada yo decía que quería un varón porque es más fácil la vida para los varones. Y porque el mensaje que uno, como padre, le tiene que dar es sencillo: ¡a triunfar!, ¡a triunfar! En cambio, a las niñas hay que decirles “¡a triunfar! (pero que no se note)”. Aunque, por supuesto, cuando nació Soledad y me la pusieron en el pecho en la sala de parto y la oí respirar se me caían las lágrimas de la emoción”.
En todo caso, el debate sobre la elección del sexo de los hijos despierta la importancia de pensar sobre el deseo –se concrete o no– del sexo de los hijos. Después de las dos rayitas del Evatest, la pregunta siguiente es ¿qué querés?, ¿nena o nene? La pregunta es inevitable y repercute en la historia familiar, los estereotipos de género, el sexismo asumido o sin asumir, las pautas sociales (a veces por mandatos y, otras, en contramano de esos mandatos). Como sea, pero la pregunta sobre el sexo se expande por la embarazada, su compañero, su familia y allegados. La pregunta ¿nene o nena? renueva y potencia todos los atributos asignados –real o imaginariamente– a lo que significa ser mujer o ser varón. Esa pregunta busca, generalmente con ansiedad, encontrar en la ecografía una vagina o un pene como respuesta para saber qué nombre poner, qué ropa comprar, qué hijo/a imaginar.
Patricia González, profesora de natación de 36 años, mamá de Leandro, de un año, cuenta todo el movimiento interno y externo alrededor del sexo de su hijo (cuando todavía no se sabía que era hijo): “Yo quería una nena. Creo que tengo el modelo inverso al prejuicio clásico: las mujeres somos más fuertes, nos sabemos arreglar solas... un varón siempre me parece más desvalido, o que no deja de ser chico nunca. Supimos que era varón en la semana veinte, la pistolita se vio clarita en la ecografía. Obvio quedesde que nació Leandro se me cayó la estructura. Y sí... la cosa que te agarra cuando te mira como si fueras Dios no se puede comparar”.
Ricardo Mosso, periodista y papá de Fátima, de 5 años, y Valentín, de un mes, también prefería tener una o más hijas. “En realidad, alguna vez soñé –en forma más bien platónica– con tener tres nenas –confiesa– simplemente porque me gustan los mimos. Aunque mi suegro y la abuela de mi mujer siempre dicen que quieren varones como nietos. Ahora a mí con Valentín me parece bárbara la idea de que, de alguna manera, nos ‘complemente’ la experiencia que ya tuvimos de criar una hija con la de tener un varón”.
Ese ideal del complemento o “la parejita” de la familia tipo mamá-papá-nene-nena no es sólo una postal de McDonald’s o las declaraciones de Valeria Mazza, con tres hijos varones –que dice que va a seguir intentando hasta que consiga a la nena– o de Diego Maradona cuando, todavía casado con Claudia, insistía en que quería buscar el varoncito. A Costanza Martínez, analista de sistemas y mamá de Malena y Luciana, dos mellizas de 5 años, le parece una cuenta pendiente tener hijos de diferentes sexos. “A mí me hubiera gustado tener un varón porque tenía ganas de atravesar las experiencias distintas de criar un hijo y una hija. Y también creo que debe haber influido que yo tuve una muy buena infancia compartida con mi hermano y, quizás, soñaba con repetir ese modelo.”
María Kearney, profesora de historia y mamá de Francisco, de 6 años, puede contar y revisar su historia: “En mi familia rige el matriarcado, así que todos querían que naciera una nena, incluido mi papá y mi pareja, varón moderno, para no cargar con la responsabilidad de la imagen masculina y tener una nenita que esté enamorada de él. En el resto, el comentario solía ser ‘las nenas son más habladoras, te cuentan más, se portan mejor’. En realidad, a lo mejor, también es machismo porque esa preferencia se basa en que las nenas son más buenitas y traen menos problemas que los varones”.
¿Nene o nena? ¿Celeste o rosa? La diferencia cromática es –con los escarpines como estandarte–, la primera –y tal vez más simbólica– escarapela de la diferencia entre sexos.
El futuro trae nuevos debates, sin dar tiempo a terminar de borrar viejos prejuicios. Por ahora, la ecografía de la sociedad sigue mostrando los latidos del sexismo.
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