La habíamos leído por ahí, en una de las tantas entrevistas promocionales que dio cuando estaba por estrenar Transformaciones, el ciclo con cirugías estéticas que, según ella se encargó de aclarar, no era sobre cirugías, sino sobre “historias de vida”. Más de una vez, Karina Mazzocco, conductora amable (que acompaña antes y después a las personas dispuestas a transformarse) y carita visible de la producción, dijo cosas como: el programa “relata una historia de vida sin emitir opinión, no se trata de convencer a nadie, ni se presentan las cirugías como la solución mágica. La felicidad no pasa por cambiarse el aspecto físico, una cirugía no modifica la vida de la gente”. Tan políticamente correcta, tan copada ella, tan comprensiva cuando le pregunta a una chica que acaba de hacerse toda de nuevo (se sentía fea la protagonista de esa historia: con ese pecho tan pobretón, esas caderas demasiado contundentes, y, ay, tremenda nariz) cuánto tarda en vestirse ahora que es linda, tan agudo el programa que hasta se permite disparar dos o tres frases impactantes cada tanto como para inquietar. Provocó hace poco: “estas personas se sienten incómodas porque no encajan con los patrones de belleza de la sociedad. Estas personas han sufrido discriminación porque sus cuerpos son diferentes. Pero todas ellas decidieron hacerle frente a ese dolor”. Dijo la televidente, dijimos nosotras, dijo usted en su casa (siempre y cuando las transmisiones en vivo desde el quirófano no le den impresión): ¿es que acaso por una vez han alentado a estas personas a pensar que, tal vez, no es necesario intervenir sobre el cuerpo porque no es acorde a los estereotipos? ¿Será que a alguien se le ocurrió que no es tan necesario ser linda, lindo, radiantes? Todas y todos temblamos frente al televisor, ¿qué habrían hecho? “Juntaron coraje y entraron al quirófano.” Acabáramos.