Viernes, 17 de junio de 2005 | Hoy
GéNERO
Padres, hijos, hermanos, novios, amantes, compañeros, metrosexuales, adolescentes, amigos, chicos, abuelos, jóvenes, varones, viejos, ocupados, directivos, desocupados, violentos, sensibles, jefes, gays, heterosexuales... ¿De qué se habla ahora cuando se habla de hombres?
Por Soledad Vallejos
A decir verdad, empiezan (o terminan) perdiendo: se mueren antes (a nivel mundial las cifras varían, pero en Argentina viven unos siete años menos que las mujeres). Si hay choques de motos, homicidios, suicidios y accidentes con armas de fuego, tienen muchas más probabilidades de protagonizarlos que las mujeres. En Estados Unidos, Gran Bretaña o Japón, por ejemplo, tienen el doble de riesgo de ser asesinados. Claro que, a la hora de hablar de salarios, en Argentina ganan cerca de un 45 por ciento más que ellas (la brecha se amplía a mayor calificación). Por otro lado, desde hace un par de años, en América latina tienen la posibilidad de cumplir el sueño del conejito-objeto en el concurso Calendarios Hombres de la señal Cosmopolitan TV: luego de la selección rigurosa (realizada bajo el lema “se buscan hombres”), los doce ganadores se ven retratados en tamaño pocket con su mes correspondiente y una breve ficha de sus datos personales (hobby, color de pelo, medidas, sueño en la vida...), además de convertirse en estrellas de un programa especial con el backstage de las sesiones fotográficas. El año pasado, el New York Times pegó el grito y estudios científicos de todo el mundo corrieron a verificarlo: en los últimos cinco años, más hombres pisan los consultorios de los cirujanos plásticos (pasó del 10 al 30 por ciento su participación en la clientela). En Argentina, por caso, la Sociedad Argentina de Cirugía Estética asegura que ellos consultan mucho más que antes (ahora son entre el 13 y el 15 por ciento del total de los pacientes), aunque a último momento no se animan a concretar: les da cierto pudor la cicatriz. Pero de a poquito la cosa va cambiando y a los ya tradicionales tratamientos para la calvicie (en su clásica versión quincho, o bien en la más moderna de implantes), se pueden sumar la lipoaspiración de cintura o abdomen, y la cirugía de nariz, además de la refrescadita en párpados. Aquí todavía no ha alcanzado su apogeo, pero en países con sólidas tradiciones androcéntricas como Alemania, México, Italia y España últimamente hace furor entre los muchachos extremar el cuidado cosmético capilar: no alcanza con cubrir las canas de la cabeza, también se tiñen las pestañas y las cejas. Porque desde que se conoció la existencia de la “metrosexualidad”, esa dudosa neocategoría sociológica con tufillo a estrategia de marketing, en todos lados se vino a descubrir que ellos también tienen sentido de la estética y debilidades del consumo, qué tanto. Más seriamente, en 2004, la Universidad de Texas salió a informar que hay un 25 por ciento más de hombres afectados por cáncer de mama que hace 25 años, pero que el mismo prejuicio que convirtió al dato en noticia demuestra dónde está el peligro: en ellos, es más fácil de diagnosticar, pero los hombres tienden a negar la enfermedad. Algo muy parecido ocurre con la osteoporosis, otra enfermedad generalmente asociada al cuerpo femenino y que, sin embargo, para ellos es estadísticamente más factible de contraer que el cáncer de próstata. En todo el mundo, cada vez son más los hombres que consultan por infertilidad cuando la pareja desea tener un bebé y el embarazo no llega. Si antes el reflejo era responsabilizar a la mujer, ahora lo es compartir la búsqueda de la respuesta: de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, a nivel mundial, las consultas para averiguar las causas de infertilidad son repartidas equitativamente entre hombres y mujeres.La lista sigue: por todos lados se pueden encontrar datos, investigaciones, análisis y hasta chismes que preguntan por ellos, hablan de ellos, intentan describirlos y hasta encontrar los límites de las categorías de la nueva masculinidad... ¿Quién no recuerda el alboroto de los ‘90, cuando el desempleo crecía oculto al calor del apogeo menemista y se empezó a descubrir que el hilo se cortaba por el sexo fuerte, mientras el sexo débil se cargaba al hombro la menuda tarea de sacar adelante hogares golpeados por el desempleo y la creciente crisis social? Era el desbaratarse de los roles más clásicos entre clásicos: ellos, fuerza y arrojo, deambulando en el espacio público para mantener en pie la figura del proveedor, estaban volviendo al reducto con la sensación de la derrota. La crisis ponía en duda lo que los identificaba, mientras ellas seguían haciendo lo de siempre, y más también, pero de manera claramente visible. Como en épocas de malaria, el mercado de trabajo se feminizó (ellas son históricamente peor pagadas y las empresas las prefieren cuando las papas queman) y el temor a perder el reconocimiento (propio, de los demás) frente a la imagen que suponían que se esperaba de ellos los hacía temblar. Pero el furor de hablar de los varones más enternecidos, más desvergonzados a la hora de exhibir (o experimentar) cierta fragilidad, capaces de compartir roles y tareas (o al menos de admitirlo públicamente, corrección política mediante), conflictuados frente a una imagen que se derrumbaba y no parecía dejar suplente, ¿sigue teniendo sentido, ahora que nadie se asombra de ver el trono de Doña Petrona ocupado por un muchachote de brazo fornido? Mejor dicho: ¿de qué sí tendrá sentido hablar ahora, cuando se habla de hombres?
“El género es una práctica, o sea, algo que se modela con la práctica. La masculinidad, lejos de ser una categoría rígida e inmóvil, es, por el contrario, una identidad que tiene fluctuaciones y variaciones”, sostiene el antropólogo Franco La Cecla en Machos. Sin ánimo de ofender (ed. Siglo XXI), un interesante (y nada machista) ensayo que propone abjurar de la corrección política para dar una vuelta de tuerca: sostiene que los womens studies, las investigaciones queers y el creciente reconocimiento de la diversidad, paradójicamente, ponen en crisis las diferencias. Vale decir, que en el afán por reparar el silencio escribiendo algunas historias de género, se termina por borrar con el codo lo que permitiría leer de manera complementaria (a fin de cuentas, ni mujeres ni hombres viven en sociedades enteramente de mujeres o de hombres) la historia de hombres y mujeres, juntos y separados. “Tras el debate sobre la sexualidad, tras la gay parade y tras la declaraciones extremas tanto del transexualismo como del machismo o de los movimientos para la eliminación del macho (...) está la vida real”, escribe, mientras afirma que precisamente esas nuevas definiciones se hacen a costa de otras que se invisibilizan y desbarrancan al punto de que “hemos perdido la cultura de la relación”, basada precisamente en las diferencias. En uno de los primeros capítulos de Los Soprano, Tony, el capo mafioso de una familia en ascenso, se convierte en carne de diván tras el tercer desvanecimiento: le diagnostican ataques de pánico. Resignado, ofendido, avergonzado, llega al consultorio de la doctora Melfi, quien a fuerza de indagar logra encontrar la raíz de la angustia de Tony: “¿dónde quedó Gary Cooper? ¿Qué pasó con el tipo recio, que tenía respuestas para todo y no se sentía frágil?”. Casi eso mismo se pregunta La Cecla: ¿qué fue del modelo de hombre que permitía construir una identidad compleja, social pero también individual, desde la cual abordar las relaciones con el mundo? Mejor dicho: ¿sobre qué diferencias puede ahora armarse un hombre? Y es que “la socialización está esculpida en estas diferencias, y cualquier ‘travestismo’ y cualquier grado de la sexualidad transversal juega con las mismas diferencias (y a partir de ellas). Sólo una teoría abstracta de las identidades puede creer que un mundo sin diferencias es un mundo de libertad. Lo trágico es que estasdiferencias no son voluntarias, no pueden inventarse ‘individualmente’, sino que se oponen a todas las formas de homogeneización y globalización imperantes”.
Esa gran institución educativa que llamamos televisión no llama a la tranquilidad. Si las mujeres no quedan bien paradas (el polvo que levantan al limpiar un estante las hace estornudar y golpearse la frente, sufren porque en el súper no encuentran el vino para su maridito, preparan tecitos antrigripales para los hombres de la casa, cifran la felicidad en el jabón en polvo, andan en bikini para vender un servicio de Internet...), hay que decir que los hombres tampoco. El consumo (y el placer) de la tecnología, las decisiones económicas, el manejar un auto y la cerveza como excusa para disfrutar del ocio en compañía de pares está exclusivamente de su lado, de acuerdo, pero a cambio deben adscribir al eterno rol del boy scout sexual (siempre listo, siempre deseante, siempre efectivo), el inútil irredento (incapaz de lavarse la ropa, hacerse una tostada, comer con modales o valerse por sí mismo en general) o el pizpireto avispado (eternamente atento a las oportunidades que le da la vida, y astuto para generarse atajos para lo que sea). Esa amiga inefable de la tele que es la radio ha llegado, justamente con ocasión del Día del Padre, a una ingeniosa combinación de todos ellos en estos días: por qué siempre el ejemplo es “mi mamá me mima”, reza el spot, si los padres “también tenemos amor para dar, podemos ser tiernos, podemos llorar... nos cuesta, pero... ¿Para cuándo ‘mi papá me presta el Porsche’ o ‘mi papá me da plata’? Somos tan hijos de mamá como de papá”. Sic.
Dos, sostiene La Cecla, son las matrices masculinas de la modernidad: el “macho-man” (volvemos a Gary Cooper) y Peter Pan. De un lado, el ejemplar de modales bruscos y miradas pendencieras, inmune a las grietas de la debilidad o, aun, de la timidez, “el derecho a la vergüenza, a echarse atrás, a un titubear, un derecho que no mancilla la dignidad, porque en ella, en la timidez, se verifica la elasticidad de nuestra propia identidad sexual masculina”. Peter Pan, en cambio, es aquel muchachito adolescente que, al ver las opciones que se le despliegan, prefiere replegarse y escatimar su presencia en los aprendizajes de lo que es viril y lo que es masculino. Lo inasible, lo que tal vez sea ese más acá de la teoría abstracta y la mirada racionalizadora, sea, en una de ésas, el punto medio: ese lugar a medio camino entre el Macho y Peter Pan al que algunos quieren arribar ahora, o que, por lo menos, reconocen como más cómodo para habitar en la vida real. Porque hombre también se hace. Y el punto, claro, es cómo. ¿De quién se aprende cuando hay algo que aprender? ¿Cómo se lo aprehende?
“No hay hombres”, dice Pedro, un empleado de 37 años que vive con su mujer hace tres y suele tener largas charlas con sus amigas solteras. “Una tipa de treinta y pico que busque una relación seria difícilmente la encuentre. Yo tengo amigas separadas, hablo con ellas y te das cuenta de que no encuentran un tipo, todos están en la joda. En general, el hombre se muestra de una manera para ganarla y, cuando tiene lo que quiere, le muestra quién es en realidad para darle salida. Es típico del hombre eso de tratar de entrar por el lugar más conveniente para la mujer.” Pedro, en cambio, dice estar retirado de eso desde que empezó a vivir en pareja, aunque la convivencia no haya cambiado rutinas tan arraigadas que llegan al estatuto de lo sagrado: una cena con sus amigos (a los que conoce desde la infancia) al menos una vez por semana, al menos un par de días de vacaciones todos juntos (ellos y sus novias y esposas) y respetarse entre sí como prioritarios. “Hay códigos que no se rompen: si uno necesita del otro, nuestras mujeres saben que es inquebrantable, salimos, nos fuimos a acompañarlo y se acabó. No hay discusión. Y es así porque alguien nos necesita, no lo hacemos por machistas o por machos. Desde chicos hablamos todo, y si bien todos conocemos a otras personas y tenemos relación con otras personas, con este grupo en particular es con el único con que sehablan ciertas cosas, que podemos estar discutiendo una noche entera... uno de los chicos es camionero, y cuando está de viaje y nos reunimos, lo estamos llamando por celular todo el tiempo”. En el caso de Pedro, la amistad no sólo es una institución porque él lo vive así, sino también porque de alguna manera ha heredado esa idea y hasta a sus amigos: su padre, y los padres de sus amigos, eran amigos desde antes que ellos nacieran. Crecieron en la misma cuadra, pasaron la adolescencia “dedicándonos a la calle todos juntos”. ¿Siente Pedro la presión de un modelo de hombre? “Creo que no hay uno para esta época. Me parece que, como hay mujeres para todos, hay tipos de hombres para todas las mujeres. Las cosas cambian. Mi viejo jamás usó jeans, siempre anduvo vestido de traje, impecablemente de traje. No era estructurado conmigo y mis hermanos, se podía hablar con él, siempre nos aconsejaba tratar de ser buenas personas, nos enseñó a no robar, no drogarse, estudiar, no ser cagador, ayudar a la gente. Siempre me tiró esas líneas, fue muy claro en los mensajes, y no solamente en la palabra, sino también en los actos. El se separó de mi vieja cuando yo tenía 18, no se quería ir antes porque decía que, si él se iba, íbamos a salir cualquier cosa, entonces se quedó hasta que fuimos grandes. Pero él si fue machista en su relación con mi mamá, todo el tiempo era ‘se hace lo que digo yo y punto’”. Lo notable, entonces, es que haya habido rupturas capaces de producir transiciones entre modelos: Pedro no se reconoce en esas cosas de su padre. El no sólo no tiene problemas en cocinar, limpiar (“pero no me pidas que limpie los vidrios, esas cosas”) y tratar a su mujer como una igual, sino que, además, se muestra totalmente consciente de los límites de ese modelo y por eso ha preferido salirse (“no soy así porque abrí el abanico de posibilidades, pude ver otras cosas, conocer otra gente... por ahí más de adolescente sí era así”). Pero, como una cosa no invalida la otra, sí rescata la importancia de la transmisión entre padre e hijo: “No me gustaría estar distanciado de mi hijo, no entender su crecimiento, o estar muy alejado de la realidad que pueda vivir él. Mi miedo es no entenderlo. Me gustaría enseñarle, transmitirle lo que aprendí yo, que no me oculte cosas, que me hable, que sea frontal como fueron nuestros viejos con nosotros”.
“Al lado del machismo –los modales bruscos– existe la angustia masculina frente a la necesidad de demostrar que se es macho: la idea constante y continua de la insuficiencia de serlo sólo biológicamente; el esfuerzo interpretativo, el tener que demostrarlo. La masculinidad (...) es en este sentido un resultado de la inadecuación: nunca se es lo bastante macho y, no siéndolo, se es peligrosamente no macho”, plantea La Cecla. En el medio, los nuevos modelos se van gestando sin tener, valga la redundancia, una figura de negociación como norte. Será por eso que también Alejo, un artista gráfico y músico de 40 años, dice que “no hay hombres. Pero yo lo digo no en solidaridad con mujeres solteras, sino básicamente porque para mí los hombres, los tradicionales, son vulgares. En realidad, lo masculino, la energía masculina es vulgar, torpe, chata, no tiene sutileza, no tiene profundidad. ¿Viste que hay hombres, no necesariamente gays, que tienen una sensibilidad más femenina, como una forma más abarcativa? Es que lo femenino es como más... es más, sencillamente. Pero no es lo común encontrar a esos hombres”.
Qué pasará con los varones adolescentes, en un mundo en el que los varones adultos reconocen la falta de un espejo para formarse, aun cuando ellos ya se han formado, tomando algo prestado de padres de modelo Billiken (proveedor, dominante con su mujer, preocupado por la transmisión de un saber a su descendencia), y creando otro poco en su propio camino. El mundo occidental, afirma La Cecla, “considera a los adolescentes como un problema de orden público” y los socializa en moldes estrictos pero, a la vez, contradictorios. En el caso argentino, podríamos agregar que lacuestión se lleva adelante con una polarización bastante intensa que, aunque promueve diferencias de comportamiento y expectativas marcadas, no improvisa tanto en rasgos conservadores. Si los discursos sociales y del consumo divide a las y los adolescentes en dos mundos, el de los teens consumistas (un grupo cada vez más alimentado gracias a la hiperestimulación de prepúberes convertidos en ansiosos adolescentes precoces) y el de los menores (el rostro del riesgo, supuesto protagonista de la “inseguridad” urbana mentada hasta el hartazgo), curiosamente produce una unificación en torno de los rasgos de la masculinidad cifrada en el terreno sexual. En “Como un juego: la coerción sexual vista por los varones adolescentes”, un artículo (incluido en Varones latinoamericanos. Estudios sobre sexualidad y reproducción, ed. Paidós) que señala la escasez de estudios sobre coerción sexual y los (prácticamente nulos) estudios sobre percepción masculina de la coerción sexual en Argentina, el sociólogo Hernán Manzelli recoge testimonios y observaciones de trabajos de campo realizado con varones adolescentes de clases acomodadas y más bien pobres de Argentina. Fueran chicos de clase media o chicos de sectores más desfavorecidos, la negativa de las chicas a sostener relaciones sexuales es mayormente interpretada como un rechazo y, no tan en el fondo, como un menoscabo a la virilidad. Ergo, ellos presionan para que ellas accedan y, sin embargo, no suelen detectar que esa insistencia es una forma de coerción, mientras que “las adolescentes entrevistadas detectan la coerción por parte del varón aunque ésta no represente el uso de la fuerza física ni la amenaza de su uso”. La primera vez, notablemente, tampoco es interpretada del mismo modo ni esperada con las mismas expectativas: “Las mujeres enfatizan el amor y el gusto por el otro, y afirman argumentos en los que el compromiso afectivo está por encima de, o es el que fundamenta el placer físico”. Los varones, en cambio, “expresan el placer y el gusto de la relación sexual misma o la curiosidad”. Y eso, aunque los varones no siempre estén de acuerdo con esa presión que ellos mismos ejercen, o se sientan a disgusto con el papel que –se supone– deben cumplir para (de)mostrar(se) viriles y masculinos sin lugar a dudas, una presión que tanto puede ser social como del grupo de amigos “callada o tácita pero actuada”, y que en todos los casos sirve “para que legitimen su masculinidad como heterosexual y su disponibilidad sexual permanente”.
Otro tanto pasa en Argentina con los adultos jóvenes, al menos de acuerdo con Después del debut, ¿qué?, un estudio de Rosa Geldstein y Marta Schufer (también incluido en Varones latinoamericanos...). Indagando sobre hábitos sexuales, las investigadoras encontraron más de un lugar de resistencia a la igualdad, aun cuando los entrevistados la sostuvieran discursivamente: ellos prefieren el preservativo a los anticonceptivos orales... porque eso deja el control de la situación en manos del varón (una de las frases fue “el uso de métodos anticonceptivos promueve la infidelidad femenina”). Por otro lado, aunque la mayoría de ellos se afirmaban igualitarios “en sus ideas de género y sexualidad, una minoría silenciosa apoya mitos, estereotipos y prejuicios que implican asimetrías de género y entrañan la probabilidad de escaso cuidado por la propia salud sexual y la de la compañera, así como poco respeto por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres”. Los adultos jóvenes también presionan a sus parejas para tener relaciones y he aquí el doble juego: “Mientras las actitudes igualitarias fueron generalizadas en el plano de las relaciones de género y autoridad en la pareja y la familia, la intimidad sexual aparece como el (¿último?) reducto del machismo”.
Signo de los tiempos, será, el caso es que mientras las publicidades (de todo tipo, de todo producto, de todo medio) siguen ignorando que algunas cosas van transformándose, ciertos discursos que –adrede o no– terminan cumpliendo una función pedagógica van mostrando matices y hasta dudas ante el modelo de Gary Cooper, pero también ante el de Peter Pan. Mientras, enel programa radial de Elizabeth Vernaci, el actor Coco Silly cada viernes dicta una inverosímil “cátedra” para ser “macho como hay que ser” y logra un curioso efecto paródico al llevar al extremo conductas “machas”, un varón argento de fama e insospechado de todo feminismo (Alejandro Dolina) declaró hace unos días a una revista: “Los hombres acusan de histéricas a las mujeres que se niegan a darles bola, y eso me parece una gran injusticia. Al respecto hay una serie de patologías. Una es pensar que la mujer que no nos hace caso tiene alguna dificultad, o está loca o es histérica o peor todavía, es inútil para el amor. En los hombres, me parece, una especie de tendencia a considerar, aún en estos tiempos, a la mujer como una propiedad. Entonces ante la finalización de un amor, más que la tristeza por la ausencia de esa mujer, se convierte más bien en una humillación por una propiedad que ha sido usurpada”.
Será, entonces, a medio camino entre el hombre sensible y el macho de modales bruscos, dice La Cecla, que tal vez nazca otro varón, probablemente hecho de una “identidad ‘furtiva’, ‘escurridiza’, hecha de esfumaciones y saltos, de agilidad y de incoherencia, es decir, de arrebatos, pero no de modales bruscos”. Se trata del principio de una masculinidad inaprensible, “difícil de aplicar en un mundo de masculinidad aburguesada e indolente, de moralismo de salón y de estética de clonación. Difícil de mantener bajo una mirada femenina que admira al macho adolescente y efébico y ya no tiene modelos de hombres adultos porque le recuerdan demasiado a los machos dominantes”.
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