Viernes, 17 de junio de 2005 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
Acaso Cenicienta, entre los cuentos de hadas, sume mayor número de adaptaciones en la literatura, el cine, el teatro, la televisión, pero sin duda Caperucita Roja se ha prestado a una variedad más grande de lecturas desde que a fines del XVII, Charles Perrault diera a conocer la primera versión (inspirada en diversas fuentes) con la victoria del Lobo. A comienzos del XIX, vinieron los hermanos Grimm y ablandaron la historia mediante la cesárea practicada al animal, cuya panza es rellenada con piedras. Según anota Bruno Bettelheim (Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Editorial Crítica, Barcelona 1988), Perrault escribió una historia con moraleja explícita: si las niñas le hacen caso al primer desconocido que se les cruce, corren el riesgo de ser atrapadas y comidas. Ya sabemos que en cualquiera de las versiones Caperucita es, de movida, una chica desobediente que cede a las tentaciones, pero no siempre es castigada con una estadía en el oscuro vientre el lobo, para después renacer.
En el subversivo relato de Angela Carter En compañía de lobos (que lleva el mismo título de un film –1984– de Neil Jordan, también inspirado en Perrault pero que toma otra dirección), Caperucita es una adolescente que lleva un cuchillo en el cesto para defenderse, y, al igual que en el reciente estreno cinematográfico El hombre del bosque, lobo y cazador se fusionan, con la diferencia de que en la historia de Carter, a la pizpireta chica de la pañoleta escarlata (prima hermana de la dibujada por Tex Avery) le cae bien ese personaje masculino y hace su jueguito de seducción. De modo que cuando, una vez deglutida la abuelita (ya en edad de irse al otro barrio) tiene lugar el célebre diálogo y el Lobo responde “Para comerte mejor”, Cape se tienta de risa “porque ella sabe que no es comida para nadie”. Así, cuando amanece el Día de Navidad, natalicio de los licántropos, “la chica duerme dulce y profundamente en la cama de la abuela, entre las zarpas del tierno lobo”. Por contra, en la película Freeway (1996), de Matthew Bright con Reese Witherspoon, Caperucita-Vanessa tiene unos padres terribles de los que huye a casa de su abuela, pero en el camino se topa con un buscado asesino serial, y le dispara. No le creen que actuó en defensa propia y va presa por intento de asesinato. Se escapa del penal y marcha de nuevo hacia lo de la abuela, pero el asesino de la autopista llega antes.
En estos días, tenemos en la cartelera porteña a dos Caperucitas: una en el teatro, a cargo de la adolescente Dalma Maradona, que tiene un noviecito y cae en las zarpas del Lobo que, aunque está enamorado de ella, igual se la come después de ingerir a la abuelita como entrada. En la ópera prima de la joven directora Nicole Kassel, El hombre del bosque, las cosas revisten verdadera, intranquilizante gravedad: Walter, el protagonista, acosador (no violador ni asesino) de niñas púberes que ha estado doce años preso, trata de reincorporarse a la vida civil, aspira a controlar sus pulsiones, hace terapia, tiene relaciones con una aguerrida compañera de trabajo. Y entonces aparece una Caperucita al borde de la adolescencia, de rojo, en el autobús. Cuando ella desciende, el tipo la sigue magnetizando a través de un solitario parque, hablan un rato sobre pájaros, la chica se va. Después de ser golpeado por sus compañeros en el aserradero donde trabaja –una secretaria despechada descubre el pasado de Walter y pasa el dato–, el tipo desolado se deja estar en un banco del parque. Llega la niña y tiene lugar una conversación de extrema tensión, de intolerable angustia para el/la espectador/a, hasta que él logra vencer sus propios demonios.
“Fue durísimo dirigir esa escena, pero tenía que llegar a ese lugar”, dice la osada Kassel, que supo que quería hacer este film cuando aún era estudiante de cine, leyó la pieza de Steven Fletcher “y me explotó lacabeza, escribí un borrador, se lo mostré al autor y me cedió los derechos, pero fue arduo encontrar productor”. Nicole agregó personajes y modificó el perfil de Walter, más extrovertido y agresivo en el teatro. Asimismo, asistió a sesiones de terapia, entrevistó a pedófilos, a sus familiares y a los de las víctimas. “Creo que este personaje toma conciencia, lucha, merece una segunda oportunidad, aun sin garantía de que no reincida. Si se hubiese tratado de un violador o un asesino creo que no habría podido hacer el film.” Del diálogo de Walter en el parque se desprende que la niña ha sido manoseada por su padre. “Descubrí que la mayoría de los abusadores son personas cercanas a los chicos, es en la familia donde hay que mirar primero”, dice Nicole Kassel, que realizó El hombre del bosque con su bebé a cuestas, agradecidísima a Kevin Bacon, ese gran actor no siempre reconocido, que en este film parece contraerse, encogerse para volverse invisible, para no ser señalado y rechazado.
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