Viernes, 29 de julio de 2005 | Hoy
SOCIEDAD
Moda o tendencia, lo cierto es que las mujeres cada vez quieren saber más sobre vinos y eligen esa bebida en contra de los cócteles dulzones que preferían en otras épocas. Y el mercado responde a la demanda con cursos de cata, nuevas etiquetas y lugares amables donde libar el néctar de los dioses y las diosas.
Por Sonia Santoro
Cuatro de la tarde en el café de un centro cultural. Dos mujeres de trajecito se sientan a comer un sandwich de jamón crudo y pan integral con una diminuta botella de champagne cada una. La escena convive con las reflexiones de un taxista porteño sobre la cuestión alcohólica. El hombre se sorprende y se escandaliza porque “las pibas de ahora toman más que los pibes”. “En mi época –dice– jamás ibas a ver a una mujer borracha.” “Ahora dicen que las mujeres toman más vino”, podría titular un gran diario. ¿Estrategia de marketing o una nueva avanzada en la igualdad por los derechos de las mujeres?
Esta cronista, poco avezada en el métier, registró por primera vez que el vino se ponía de moda hace algunos años, cuando una publicidad de TV mostraba unas chicas muy elegantes y sonrientes bebiendo vino “rojo”. Lo de tinto parecía haber quedado para los parroquianos de las pulperías.
El boom de la gastronomía fue seguido por el del vino como objeto cultural y de estudio para expertos o aprendices. Ya no es cuestión de que no falte sino de que sea el que exactamente combine con el tipo de carne que está al asador. Y en un efecto de enroque, mientras un ámbito que antes era absolutamente femenino, el de la cocina, era invadido por los chefs hombres, el otro, que era absolutamente masculino, vivió la entrada en escena de las mujeres.
Nada de esto ocurrió ni ocurre de un día para otro y sin rispideces. La historia había abonado bastante sobre la exclusividad masculina en estos terrenos. Recordemos el refrán que dice “ante la menstruación el vino se agria, el pasto se seca y los frutos se caen”. Hoy nadie va a usar tales argumentos, pero... todavía quedan bodegas que prohíben la entrada a las mujeres. El alcohol en exceso en el caso de los hombres es hasta celebrado. En el caso de los escritores, por ejemplo, se menciona con simpatía los whiskies de William Faulkner. O todo el mundo recuerda aun hoy que Juan José Camero tenía cierta debilidad por el tinto cuando pasó por el reality de los actores. ¿Se imaginan lo que hubiera pasado si hubiera sido una mujer? La escritora Marguerite Duras describe esta situación en su libro autobiográfico La vida material: “Una mujer que bebe es como una animal que bebiera, un niño. El alcoholismo llega al escándalo con la mujer que bebe: una mujer alcohólica es rara, es grave. Lo que se ataca es la naturaleza divina. He reconocido este escándalo a mi alrededor. En mis tiempos, para tener la fuerza de afrontarlo en público, entrar sola a un bar, de noche, por ejemplo, era preciso haber bebido ya”.
No es casualidad que los vinos tintos, los preferidos por los hombres, tengan “carácter” y sean “contundentes”, mientras que los blancos, supuestamente destinados a las mujeres, sean “suaves” y “dulces”. Y que estos últimos, aún hoy, no tengan tanto prestigio como los primeros. Eso está cambiando, explica Vilma Gutiérrez, ingeniera agrónoma de Bodegas Salentien: “Ahora, los contundentes son para la comida contundente, los dulces son para acompañar los dulces, y los rosados son perfectos, por ejemplo, para una paella”. “El que se inicia empieza con vino blanco, pero cada vez más rápido llega al tinto. Y después todo vuelve. Si te gusta el vino, te gusta todo”, cuenta Marina Beltrame, directora de la primera Escuela Argentina de Sommelier. “Tenemos productos más fáciles de tomar, como O2, Valmont, Dos Voces Blanco. Esto en realidad apunta a los nuevos consumidores y entre ellos está la mujer. Estoy en absoluto desacuerdo con identificar género en los tipos de vinos. Lo único que es real es que el gusto por el vino se adquiere culturalmente, el paladar requiere de un cierto entrenamiento”, coincide Margareth Henriquez, CEO de Chandon.
Gutiérrez recuerda que en sus comienzos los hombres a los que les daba charlas sobre vinos la miraban con cierto recelo. “Me recibían como sobradores, con cara de ‘una mujer, mendocina y en el tema vino, a nosotros hombres porteños que las sabemos todas, ¿qué nos va a enseñar?’. Toda la vida he tratado con hombres, me daba cuenta de lo que estaban pensando. Pero yo soy ingeniera y empezaba a apretarlos con temas técnicos. Y cuando terminaba la charla estaban absolutamente entregadísimos.” Ahora dice que la recepción es absolutamente natural. Aunque, acostumbrada a dar charlas a mujeres, registra que la queja más común es que cuando van a un restaurante el mozo, siempre, le sirve el vino para degustar al hombre, jamás a ellas.
Las especialistas consultadas por Las/12 dicen que las mujeres que gustan de la bebida, son más sensibles a los aromas y los gustos, debido a que en general, desde niñas, las féminas tienen más relación con perfumes y especias; y que además suelen tener un vocabulario más florido para describir las sensaciones provocadas por cada bebida. Henriquez menciona que en Francia, en 1958, de los 22 diplomas de enología, sólo 2 eran de mujeres, mientras que el año pasado, de 208, el 43 por ciento fueron damas. En la Escuela Argentina de Sommelier representan el 40 por ciento de los estudiantes. También hay cada vez más empresarias a cargo de bodegas. “La mayor parte de los Navarro (Correas) son hijos míos –dice Gutiérrez, que fue gerente técnica de esa bodega–. Uno los ve nacer, los cría, los manda al mundo.”
En 1998 se llevó a cabo en Mendoza el 2º Congreso Mundial “La mujer y el vino”, en cuya declaración defendieron: “La mujer tiene el derecho de acceder al consumo adecuado del vino en condiciones de igualdad, de forma que se beneficie de lo que el vino aporta a la humanidad”. Es cierto, seguramente es una moda, pero hay que reconocer que actúa a favor del placer femenino. “La mujer que toma vino es la que le gusta comer bien y tomar. Tiene que ver con el disfrutar, con el apreciar, con la sensibilidad que podés tener en vivir bien una comida”, dice Beltrame, amante del vino desde que iba al colegio y lo mezclaba con Seven Up. Duras, aunque desde un lugar más irónico y cruel, es cierto, no deja de remitirse al goce de la bebida: “Lo que impide que uno se mate cuando está loco de embriaguez alcohólica es la idea de que, una vez muerto, no beberá más”.
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