Viernes, 12 de agosto de 2005 | Hoy
DERECHOS
En una universidad, el Seminario de Democratización, Ciudadanía y Derechos Humanos trabaja para poner en evidencia (y desmontar) los conceptos con los que, a veces, trabajan los servicios de asistencia a sectores vulnerables. Esas ideas –explican Graciela Di Marco y Valeria Llobet– pueden convertirse en profecías autocumplidas, pero ellas trabajan para aprender a construir nuevos vínculos.
Por Sonia Santoro
La consigna decía lo siguiente: lea atentamente el testimonio (real) e invente cómo sigue la historia. Los alumnos –miembros del Poder Judicial, tribunales de familia, áreas de desarrollo social, ONG y movimientos sociales– leyeron concienzudamente: “Yo salí a la calle a los 9 años. Solamente volvía a mi casa porque me agarraba la policía. En la calle estaba con una ranchada. Dormía en Constitución, en el andén 15. También en el monumento o en el generador de agua del Obelisco. Me empecé a drogar a los 10 años con Poxi. A los 11, con el porro. Y de los 11 a los 14, con la merca. En el medio me daba con la Roche, Artane y todo eso. A los 12 años me tomé un tren pensando que iba a Mar del Plata y fui a parar a Bahía Blanca. Yo iba en el techo del tren...”. Las historias que inventaron para continuar la vida de ese chico tuvieron un final predecible y trágico: terminaba muerto, en la cárcel o perdido por las drogas. Pero cuando se enteraron de que el mismo adolescente había terminado la escuela, practicaba varios deportes, asistía a talleres de oficios, y proyectaba un trabajo para poder vivir solo, preconceptos y prejuicios empezaron a temblequear. El primer golpe ya estaba dado: los profesores del Seminario de Democratización, Ciudadanía y Derechos Humanos, de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) habían logrado poner en duda los supuestos con que se trabaja en los servicios de asistencia, que a pesar de ser bien intencionados “parten de profecías nefastas que terminan cumpliéndose”, según plantean.
El segundo paso fue sumar al bagaje de conocimientos con el que venían estos alumnos, el enfoque de resiliencia: una mirada que permite apreciar y ampliar la posibilidad de acción de las personas, al tener en cuenta su contexto, “devolviéndole a ese sujeto la posibilidad de ser pensado como sujeto, no como simple títere de las condiciones objetivas”, explica la socióloga Graciela Di Marco, coordinadora del Seminario. Este fue realizado a fines de abril y auspiciado por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Forma parte del Programa de Democratización de las Relaciones Familiares, de la Escuela de Posgrado de la Unsam e intenta capacitar a formadores para aportar al desarrollo de políticas públicas que redefinan las relaciones de autoridad y poder entre hombres y mujeres, y reconozcan los derechos de la infancia.
Testimonios como el citado son escuchados a diario por personas que están trabajando con la gente desde los servicios sociales, la Justicia y la educación. Lo que plantea el enfoque de resiliencia es “cómo hacer para la intervención, es decir, que quienes estén de uno y otro lado de la mesa estén en igual situación para decidir los derroteros que las personas van a tener. Porque lo que a veces pasa es que la carencia hace que uno no pueda ver qué cosas pueden permitir a la persona una interpretación distinta de su situación y de sus posibilidades de transformación. Entonces obliga al profesional o trabajador del Estado a darle a la persona lo que uno supone que necesita para llenar ese cubo ideal que podría ser no tener carencia, como si eso fuera posible”, explica Valeria Llobet, licenciada en Psicología y docente de la Unsam.
–¿Sería tratar de recuperar los aspectos positivos de una persona?
Graciela Di Marco: –Más que con la persona, tiene que ver con el contexto social. El enfoque de resiliencia que adoptamos no es el basado en una supuesta capacidad del individuo sino que es un enfoque relacional, donde ese sujeto puede tener ciertas capacidades que, trabajadas, pueden llevarlo a resolver algunos de sus problemas y otros, en el contexto. Si vos no le das espacio al sujeto para que reconsidere su situación y vas con una receta... las recetas son aquello que les permiten a los que trabajan con gente disminuir su angustia frente a casos que los mueven mucho. Entonces ya tienen el manual de procedimiento, frente a tal caso se hace tal cosa. Bancarse la incertidumbre, poner de alguna manera en suspenso los saberes previos, el manual de procedimientos, para encontrarse con ese sujeto y escuchar el proceso por el cual llegó a esa situación, eso evidentemente cuesta mucho más. Entonces se podrá decir: “No tengo todo el tiempo del mundo para esto”. Yo creo que lo que hay que poner en tela de juicio justamente es que cuando estamos trabajando con gente tenemos que pensar simultáneamente que quizás esos protocolos fueron hechos teniendo en cuenta todos los derechos abstractos, pero estamos ante una persona concreta.
Frente a la idea de que la pobreza en algunos casos es destino, este enfoque propone pensar en términos de historia e incluso hacer jugar al azar. Dice Llobet, por ejemplo, que muchos chicos “de la calle” hablan del encuentro azaroso con una persona, que hasta el momento desconocían y que los miró de una forma nueva, como el punto de partida para empezar a construir nuevos vínculos y cambiar su situación. En el testimonio disparador de la consigna, el chico continúa diciendo que alguien lo ayudó a bajar del techo del tren –donde se había quedado dormido–, le dio un pulóver y una taza de té. “Imagine que este testimonio es de una persona real que le solicita ayuda o intervención, ¿qué haría?”, continuaba la consigna.
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