Lo más difícil fue cuando me di cuenta de que me excitaba golpearla.” Con esa declaración y un informe sólido, sin fisuras, sin golpes bajos pero elaborado por el equipo del periodístico La liga, con un preciosismo detallista tal que no perdió ni uno de los eslabones de la cadena de la violencia de género. Ellas, las golpeadas, las que a veces demoran en comprender la lógica del violento pero que cuando finalmente lo hacen sólo saben una cosa: que deben escapar para ponerse a salvo. Ellas, entrevistadas en dos refugios cuya dirección fue preservada por su seguridad, explicando que encerradas allí, sin salir, no se sienten prisioneras sino protegidas, porque ser prisionera es vivir con miedo, como les pasaba. Ellos, los hombres que reconocen haber sido violentos, entrevistados en un grupo de recuperación. Algunos, en compañía de sus parejas. Respondían, ellos, a las preguntas de Daniel Malnatti (ellas a María Julia Oliván), hablaban de las dificultades de romper el ciclo de la violencia y reconocerse en un espejo que se negaban a ver. “Cuando prometía no volver a pegar, lo prometía en serio, pero después me di cuenta de que no podía, no podía dejar de hacerlo yo solo”. Planteaba, el programa, una necesidad evidente: la de que existan más refugios para mujeres golpeadas. Es más: fue capaz de presentar el caso de un adolescente que mató a su padre golpeador (para defender a su madre) sin maniqueísmo; el chico, en el programa, fue comprendido, e inclusive su caso sirvió de luz para mostrar un desenlace posible para un chico que ahora, ese mismo día, estaba fuera del refugio en que se albergaba su madre (por excederse en un año de la edad permitida). Ese chico de 15 años está amenazado por su padre, vive solo, a escondidas, oculto por su seguridad.

La hora de programa, en horario central, con investigación, con testimonios, con sensibilidad para narrar la violencia de género... La pregunta que nos carcome: ¿por qué, entonces, la publicidad del programa decía “ellos sintieron los golpes”?