REINAS
Actriz inclasificable empeñada en desmentir sus rasgos aristocráticos, Carole Bouquet retorna esta semana a la cartelera cinematográfica local con Luces rojas, un thriller psicológico de Cédric Kahn donde encarna a una esposa que ya no se banca a su marido alcohólico y amargado. El descubrimiento de Buñuel en Ese oscuro objeto de deseo muestra su espléndida madurez.
› Por Moira Soto
Fue la segunda francesa en brazos de James Bond, pero le tocó el trucho (Roger Moore), y no el genuino (Sean Connery) como a la primera (Claudine Auger). En compensación, la lindísima Carole Bouquet tuvo en Solo para sus ojos (1981) un papel bastante más interesante que el de mero objeto decorativo y recreo del agente con licencia para matar. Y además no se quedó en chica Bond como muchas de sus predecesoras y sucesoras sino que desarrolló una estimable filmografía, que alternó durante largos años con el elegantísimo rol de embajadora de la firma Chanel.
La implacable huerfanita Melina Havelock, en plan de vengarse del villano que había asesinado a sus padres que interpretó a los 24 en Solo..., por cierto no representó el lanzamiento de Carole Bouquet, que ya venía de rodar con Bertrand Blier (Buffet froid, 1979), Werner Schroeter (Le jour des idiots, 1980) y sobre todo, con Buñuel (Ese oscuro objeto de deseo, 1977). De todos modos, para ella hacer un Bond fue "un interludio en la verdadera carrera de actriz que quería tener”. Una carrera sostenida que se fue haciendo con elecciones muy personales y que se ha intensificado en años recientes, aunque, lamentablemente, desde La maté porque era mía (1992) no se han estrenado en nuestro país películas de Bouquet. Una ausencia de la cartelera que se repara en parte esta semana con la presentación de Luces rojas, realización de Cédric Kahn protagonizada por el excelente Jean-Pierre Darroussin y libremente basada sobre una novela de Georges Simenon, donde CB encarna a una abogada casada y con dos hijos, más tensa que una cuerda de violín recién afinado, de musculosa negra y pantalón beige, consumiéndose en esa furia sorda que suele instalarse en los matrimonios después de años de vida en común.
Dos Conchitas
Niña solitaria en colegio de monjas durante la primaria, Carole Bouquet se abrió fascinada al cine, el teatro, la literatura y las artes plásticas cuando cursaba el bachillerato. Al graduarse se inscribió en Filosofía en la Sorbona, pero rápidamente se pasó al Conservatorio de Arte Dramático de París. En esas fechas, Buñuel había comenzado el rodaje de la que sería su última película, Ese oscuro objeto de deseo, vagamente inspirada en La mujer y el pelele, de Pierre Louys, “historia de la imposible posesión de un cuerpo de mujer”, según el propio cineasta que había elegido a la promocionada (por su participación en Ultimo tango en París) Maria Schneider para el papel de la escurridiza bailarina Conchita que obsesiona al maduro Mathieu.
Pero Schneider no daba el personaje y la filmación estuvo a punto de suspenderse, cuando a Buñuel, en diálogo con su productor Serge Silverman, se le ocurrió la idea genial: “Quizá podríamos contratar a dos actrices”. El productor agarró viaje en el acto, antes de que don Luis le explicaraque se trataba de una corazonada sobre la que no había reflexionado. Así es que fueron convocadas dos intérpretes tan jóvenes como diferentes: la francesa Carole Bouquet y la española Angela Molina, la fría y la fogosa, opuestas y complementarias, para alternarse en el rol de la inconquistable Conchita. Buñuel se quedó contento con las dos, los críticos aplaudieron a rabiar y el público aceptó la innovación, “un hallazgo totalmente arbitrario, que se me apareció como un automatismo”, según el director que se aseguró de repartir equitativamente las escenas y que siempre se negó a dar alguna explicación respecto de este recurso que manejó con su habitual maestría, entre el ensueño y la vigilia. Bouquet, la aristocrática distante, desnudaba sus pechos pero usaba una especie de culotte de castidad reforzada que desesperaba a Fernando Rey, a cargo del anhelante y siempre frustrado Mathieu en Ese oscuro objeto..., uno de los films más ambiguos y enigmáticos de Luis Buñuel.
“Me avisó el hermano de Paco Ibáñez, Rogelio”, recordó la actriz al cumplirse los cien años del nacimiento de Buñuel en 2000. “Pensé que no podía tratarse del director de El ángel exterminador, de El discreto encanto de la burguesía... Era como si me hablaran de Fritz Lang, de Hitchcock. Empezar a trabajar en el cine con Buñuel me parecía algo irreal. Mi vida cambió en una hora. Había dejado una foto en la productora y un mes después me llamaron, cuando Maria Schneider fue despedida. Buñuel me miró y al día siguiente comenzaron los ensayos. Me dijeron que mi papel lo hacía también Angela Molina. Yo encantada, lo habría repartido entre diez con tal de estar allí.”
Con perfume francés
Pese a que le diluviaron las ofertas, Bouquet se tomó su tiempo antes de volver a filmar, en 1979, con Marco Vicario (Le manteau d’astrakan) y con Bertrand Blier (Buffet froid, en el perturbador rol de la Muerte), realizador con el que repetiría en 1989, al filmar Demasiado bella para ti, provocadora historia de un marido (Gerard Dépardieu, romance intermitente de la actriz en la vida real) que engaña a su hermosa y perfecta esposa (CB, naturalmente) con una gordita simpática pero un poco tosca (Josiane Balasko). Por esta última actuación, Carole Bouquet se llevó el César a la mejor actriz de ese año.
Aunque firmó y renovó contrato con Chanel durante largos años, lo que para el gran público la convirtió en icono de lujo y elegancia, abrazada al frasco del mítico perfume Nº 5 de la firma, Carole se resistió siempre a esa etiqueta y se permitió estar en comedias ácidas como Grosse fatigue (1994) y Embrassez qui vous voudrez (2001), ambas de Michel Blanc. En 1996, un poco harta de que la identificaran con el suntuoso encanto de la gran burguesía, encarnó a Lucie Aubrac, la resistente francesa famosa por su coraje que lideró un operativo para liberar a su marido Jean Moulin, condenado a muerte por los nazis. En ocasión del estreno de este film de Claude Berri, Bouquet le confió a Paris-Match que a su manera ella también trataba de resistir, trabajando desde los ‘80 en organizaciones de protección de la infancia. Pero cuando su entrevistador quiso saber más de su vida íntima, la actriz, siempre reservada, lo detuvo: “Es mi historia, no respondo preguntas personales. Estoy dispuesta a hablar de mi profesión pero no de mi vida privada. Jamás he aparecido en fotos en los periódicos con mis hijos, mi familia, en mi casa. Y no pienso empezar ahora...”
Después de hacer Fedra en el teatro, Carole Bouquet aceptó actuar en Luces rojas, en el rol de Hélène, la mujer que no soporta la dependencia del alcohol de su inseguro marido, “porque el tema me interesó enormemente y he admirado siempre el trabajo del director Cédric Kahn. Durante el rodaje sentí que íbamos en la misma dirección, todo fluyó libre, espontáneamente, y encajó a la perfección allí donde debía estar. En una filmación es esencial que haya alguien capaz de tomar decisiones, que sepa claramentequé quiere y cómo. Ese es el mayor talento de Cédric: una actitud nítida para tomar determinaciones cruciales. Como yo no soy una persona metódica, me gusta esa velocidad para trabajar, me resultar particularmente afín”.
Desde que la actriz leyó el guión de Luces rojas, se sintió muy atraída por “esa cualidad directa, frontal del relato. Me pareció que reflejaba de modo muy honesto y verídico esa espiral de tensión y violencia reprimida en que a veces puede caer una pareja. En este caso, se trata de un hombre que empieza a beber y de las consecuencias de esa caída para él y para quienes lo rodean. El guión revela ese proceso de una manera eficaz, no ahorrando ni dureza ni crueldad, aunque es verdad que se ve aliviado por un final, digamos, generoso. Quizá yo habría elegido enfatizar la negrura de la culpa de Antoine, pero probablemente Cédric tiene razón al permitir que cierta ligera luminosidad lo cubra todo. La idea de que la redención es posible...”
Después de cuarenta minutos de intensa actuación, de una tirantez intolerable, el personaje de Hélène desaparece por propia voluntad –se va del coche cuando él baja, una vez más, a beber– y comienza la búsqueda angustiada (y cada vez más alcoholizada) de Antoine. “De verdad, no quise sacarles el jugo a cada uno de los minutos en los que me tocaba aparecer”, aclara Carole Bouquet. “Hubiera sido un error pensar: sólo estoy en la mitad de las escenas de la película, así que tengo que compensar como sea. El impacto, el misterio, la fuerza de esta mujer están en la concepción del guión y en la forma en que fue filmada por Cédric. Por supuesto, sí tuve presente todo el tiempo la noción de que en ella hay una gran carga de ansiedad desde el comienzo. Ella se da cuenta de que está viviendo un infierno. De otra manera, no habría resultado creíble: una pareja no llega a semejante estado de crisis sin una historia previa, sin que haya algo denso que viene de lejos entre ellos. El hecho de que esa noche se separen no se debe a un rapto de locura. Es la consecuencia del pasado, de varios años de convivencia, de todo lo que no se dicen y va quedando como sedimento.”
Luego de Luces rojas, Carole Bouquet interpretó a una madre protectora en Les fautes d’orthographe, de Jean-Jacques Zilberman. A continuación, ya en el curso de 2005, estuvo en Travaux, sait quand ça commence..., de Brigitte Rouan, una de las más polémicas directoras francesas de los últimos años, y viajó a la Argentina para protagonizar Nordeste, la realización de Juan Solanas en donde la ecléctica actriz –cada vez más alejada de la definición de “distinguida y glacial” que la persiguió hasta hace unos años– interpreta a una francesa que viene al país con la intención de adoptar un hijo y se conmueve profundamente frente a situaciones de extrema pobreza en medio de la belleza del paisaje norteño.
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