Viernes, 7 de abril de 2006 | Hoy
TEATRO
Por primera vez, un equipo argentino presenta en escena una pieza de la dramaturga inglesa Sarah Kane, que se suicidó a los 28. Se trata de su última creación, 4,48 Psicosis, protagonizada por Leonor Manso, que asume los últimos momentos de lucidez de alguien que va a morir por mano propia.
Por Moira Soto
Una persona que quizá ya tomó suficientes pastillas para matarse –según avisa para que no le hagan la autopsia: “100 Lofepramine, 45 Zopiclone, 25 Temazapen, 20 Melleril, todo lo que tenía”– viaja al fondo de su mente en un discurrir de implacable lucidez aunque su lógica, por momentos, es la de las pesadillas. Su destino está sellado, pues, y sin embargo sus palabras segregan un extraño suspenso derivado de sucesivas revelaciones vinculadas con su futura muerte. En 4,48 Psicosis, la pieza dirigida por Luciano Cáceres que se estrenó anoche en ElKafka, Leonor Manso, de pantalones y buzo sueltos en tonos neutros –inmóvil en una silla con brazos en los que dos potentes lamparitas iluminan su rostro– brinda una actuación admirable de este personaje que evoca a la propia autora, la genial inglesa Sarah Kane, creadora de otras cuatro piezas de culto, que se suicidó a los 28, poco después de escribir 4,48.
Luciano Cáceres, mientras sigue en el elenco de Nunca estuviste tan adorable y se mantiene en cartel su puesta Acercamientos personales, convocado por Leonor Manso, se atrevió a asumir la dirección de esta ardua, durísima pieza de Kane, un verdadero reto aun para público muy entrenado.
Entre el flujo de la conciencia y la voz del inconsciente, sin aludir a cosas cotidianas, a objetos familiares, sin enhebrar historia alguna, se supone que esa voz pertenece a una mujer por su afinidad con Sarah Kane. “Tenemos la referencia de que sus ideas, sus sentimientos coinciden con lo que se dice, además del dato de su suicidio”, reconoce Cáceres. “Pero la propuesta que le hice a Leonor fue que no sea ni mujer ni hombre ni tenga edad definida. Me interesó hablar de una profunda soledad, de no encontrar un par. Para mí no es una cuestión de género, Se trata de una mente ya sin cuerpo, en ese instante lúcido, luego de tomar la decisión, ya embarcada en ese viaje. La idea más fuerte que me pesaba era bajar todo eso que por momentos es abstracción total, y luego laburar sin forma, aunque luego aparezca como un sistema que hace a lo formal.”
Más allá de esa intuición genial a los veintitantos, de esa visión del mundo tan crítica y desencantada, Kane encuentra la manera de hablar de lo humano universal.
–Es impresionante. Al ir descubriéndola o rompíamos en llanto o se nos ponía la piel de gallina. Había días que nos daba miedo, que nos quitaba las ganas de seguir ensayando. Los grados de oscuridad y claridad que compiten en paralelo son schockeantes, muy intensos. En segunda instancia, empezaron a aparecer otras cosas, como la crítica a la psiquiatría que a mí me hizo pensar mucho. Desde su lucidez, el personaje ve las intervenciones psiquiátricas. Lo que siento después de este laburo, tratando de entender lo que Sarah Kane escribe, es que siempre la intervención es física desde el recurso de los medicamentos: adormece o estimula. Pero nada que pueda transformar lo que sucede dentro de la mente, que no es físico, como ese dolor, esa angustia, esa extremalucidez. Hablé con mucha gente que la conoció y es raro, porque me describen a una persona social pero muy dark. Todo el tiempo rodeada porque era muy admirada. Lo que tiene esta obra que te paraliza es que ella está muy viva, es muy difícil separar a Sarah Kane del texto.
Y cerca del final, profiere esa terrible frase acerca de que ningún suicida quiere morir.
–Por otra parte, aparece aquí su profesión, cuando dice que es la última de una larga lista de literatos cleptómanos, que el robo es el acto consagrado, que en una palabra, en una página, ahí surge el drama. Eso se advierte hasta en la manera de distribuir el texto sobre la página. En algunas, hay diez palabras sueltas, algo que se asemeja a un pentagrama. Otra de las obras de Sarah Kane que me marcó mucho es Reventados, la primera que escribió, en donde empiezan a aparecer el padre y el hermano. Evidentemente, ella nunca pudo superar esa violación que sufrió por parte del padre, pero es extraordinario cómo puede trasmitirlo en una pieza. No hay material teatral contemporáneo que se empate con esto, que tenga tanta verdad, tanta sensibilidad. Que tenga un estilo propio, aunque desde luego se pueden encontrar huellas de otros autores. Pero hay algo personalísimo en Kane. Ella es muy representada afuera, casi no hay festival que no ofrezca alguna de sus obras.
En 4,48 maneja con un arte increíble la trayectoria de una mente despabilada y a la vez desbocada.
–Sí, es realmente maravillosa. Estoy muy contento con el trabajo que pude hacer con Leonor. Un laburo minucioso, dejándonos empapar por el material primero. Tuvimos mucha negociación todo el tiempo, siempre tirando para el mismo lado. Mucha confianza depositó Leonor en mí, que no estaba tan seguro porque es una pieza que asusta bastante. Trabajamos mucho la limpieza gestual. Creo que el medio tono favorece lo hipnótico, esa cualidad que me gusta tanto de 4,48.
¿Cómo fue el proceso con la luz, de importancia capital en tu puesta?
–Ya desde los ensayos comencé a poner algunas cosas puntuales. Luego la convoqué a Eli Sirlin y fue buenísimo: le mostramos un ensayo, salió y empezó a proponer todo lo que yo quería, coincidimos plenamente. Ella conocía unas lucecitas muy potentes pero muy chiquitas, me llevó a verlas, las compramos: son esas que le están dando a Leonor casi todo el tiempo en los ojos con un brillo especial. También estuvimos de acuerdo en atacar siempre la cabeza, con juegos de sombras, no hacer evidente la psicosis.
Aunque sin alardes de ninguna clase, la actuación de Leonor es estremecedora.
–Trabajamos para eso, con otro tipo de interpretación habría sido muy difícil concentrarse solo en la cabeza, en esa zona mental.
¿Exige humildad por parte de la actriz tan consagrada esto de descartar el cuerpo, no lucir recursos, despojarse de todos los adornos interpretativos?
–Por supuesto que sí, es muy impresionante lo que hace Leonor después de aceptar mi idea de puesta. El comentario de algunas personas que asistieron a pasadas antes del estreno es que nunca la vieron así. Ella trajo el proyecto y yo funcioné como director. Fue un trabajo de búsqueda de los dos.
Aguas oscuras y profundas
Habitualmente en contacto con la agencia de Pablo Rey, representante de Beckett, Leonor Manso –que hace unos años dirigió con éxito de crítica y de público Esperando a Godot– recibe propuestas de piezas para interpretar o dirigir. Así fue que se enteró de la obra de Sarah Kane, leyó algunas de sus piezas que la fascinaron. “Me interesó sobre todo 4,48, me pareció que valía la pena investigar y ponerle el cuerpo. Se la di a leer a varias personas, entre ellas a Patricia Zangaro. Ella había leído en inglés toda su obra, me enteré de los detalles de la biografía de Sarah Kane, el culto que generaba en Europa, su suicidio tan joven. Pero lo que me conmovió en primera instancia fue su obra.”
¿No te intimidaron las dificultades que representaba 4,48?
–Bueno, sí, esa es la gracia. Pero es cierto, se trata de una pieza sumamente difícil. Te lo digo desde mis años, desde cierto entrenamiento de leer materiales. Es una obra totalmente fuera de serie. Además, no trae ninguna indicación de puesta, por eso se ha hecho de muy distintas maneras.
A su modo, Sarah Kane se emparienta con otras escritoras que se suicidaron por exceso de lucidez: Virginia Wolf, Sylvia Plath...
–Sí, y también yo la asocio con Alejandra Pizarnik, creo que es un alma gemela. Hay textos de Sarah que me llevaron a preguntarme si habría conocido a Alejandra. Sarah se suicidó a los 28, pero al leerla me di cuenta de que el tema de la angustia existencial, los planteos del por qué y para qué vivir que pueden llevar a matarse no tienen edad. Hay personas de más de 80 que se suicidan. Como dice Camus, es algo que se va incubando en el corazón y que a algunos les llega más temprano y a otros, nunca. Para mí tiene que ver con la lucidez, con que te resulte insoportable la vida tal cual es. Nosotras, por suerte, nos entretenemos de muchas maneras: vos hacés periodismo, yo actúo y –aunque nos hagamos cuestionamientos– algo tapamos de ese malestar profundo. Sarah Kane tuvo mucho éxito como dramaturga, como directora, pero no le bastó para cicatrizar esa herida tan tremenda que no pudo remontar.
Da la impresión de que todavía la estás descubriendo.
–Todos los días se van abriendo nuevas puertas. En esta oportunidad, más que nunca, siento esto de que el trabajo del actor es ser una caja de resonancia, un medio, un intérprete en su sentido más amplio. Las palabras de Sarah son tan fuertes, tan cargadas de pensamiento, de energía, de sentimiento que si dejás que fluyan en vos, resuenan muy profundamente. Hubo momentos del ensayo con Luciano, con su asistente, que quedamos como devastados.
Sin embargo, es un texto que no intenta despertar lástima, no busca el alivio de las lágrimas.
–Al contrario. Justamente algo que acordamos con Luciano –y él me tiene my cortita a ese respecto– es que de ninguna manera ni Kane ni su obra expresan autocompasión. Una de las primeras cosas que ella dice es que está más allá de las lágrimas. Para mí, el trabajo consistió en dejar que me pasara todo lo que me tenía que pasar, y después guardar ese dolor, entender sus motivos. Entre los que figura el abuso que sufrió muy joven por parte de su padre, periodista y evangelista. “Ahogada en tu puta vergüenza”, dice ella.
Si bien 4,48 ha sido y sigue siendo muy representada en el exterior, hay quienes sostienen que se trata de apuntes testimoniales, no de una obra teatral.
–Algunos opinan así, pero yo creo que es realmente una pieza de teatro. Vos venís de ver una pasada y habrás podido percibirlo. Yo diría que es como El Aleph cuando ella dice “un instante lúcido antes de la noche interminable”, el presente, el pasado y el futuro aparecen simultáneamente. El dolor no tiene fecha: “Una herida de hace dos años se abre como un cadáver, una vergüenza sepultada hace tanto tiempo ruge su fétido dolor en descomposición”. Mirá qué manera de expresar eso que la mayoría se guarda.
¿Encontrás algún rasgo específicamente femenino en este personaje en el cual la autora parece haber querido borrar todo rastro de género, casi de historia personal?
–Diría que la valentía, el coraje de meterse en algo del alma, de la cabeza, el inconsciente. De manera tan descarnada, tan profunda, tan dolorosamente honesta. Creo que ese lanzarse hacia adentro, hacia lo más hondo, tiene mucho que ver con la mujer. Ese agudizar al máximo la inteligencia, los sentidos para develar, entender lo que te está pasando y por qué. Se supone que ya tomó las pastillas y trata de explicarse a sí misma. Ahí aparece el amor a esa otra parte de ella, un toque bastante beckettiano. La otra parte que nunca va a conocer y que extraña.
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