Viernes, 21 de julio de 2006 | Hoy
DANZA
Roxana Grinstein empezó a descubrir el lenguaje que
un cuerpo puede crear sobre un escenario nada más y nada menos que de la mano de Ana Itelman. Desde entonces, fue tallando un estilo que distingue a sus coreografías por un sello particular: la magia de los cambios.
Por Laura Rosso
El Escote es el nombre de la compañía que la coreógrafa Roxana Grinstein creó en 1985. Lleva ese nombre por la obra con la que fueron invitados a varios festivales europeos y con la cual ganaron premios nacionales e internacionales. De algún modo, “El Escote” funcionó como una marca (el grupo dejó de llevar el nombre de su directora a partir de 1996) convirtiéndose en un rasgo que Grinstein dice reconocer siempre en sus obras: el soslayo, aquello que se ve y no se ve, lo que se deja ver. La sutileza y la sensualidad podrían ser su sello de autor. En su carrera como coreógrafa, Grinstein reconoce a Ana Itelman como su gran maestra: “Ella fue quien me marcó el camino. Tomé sus clases de Composición, Danza Teatro y Control Coreográfico. Ana siempre estaba inventando nuevos cursos, como si no quisiera despedirse de sus alumnos. Fue una gran impulsadora de mi obra Reverberancias (1987). Siento que se la debo en parte a ella”. Actualmente, Grinstein es docente y dirige la compañía universitaria del departamento de Artes María Ruanova del IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte), una compañía de bailarines –estudiantes y egresados– con la que otros coreógrafos montan sus obras. Además, da clases de Danza Contemporánea en El Portón de Sánchez, es jurado del Festival Internacional de Danza y Teatro de la ciudad de Buenos Aires y de los premios F a las Artes que otorga el Faena Group. Con su grupo obtuvo un subsidio de Prodanza y está armando su próximo espectáculo.
¿Cuál es tu mirada sobre la danza?
–Busco lo ambiguo, que nada sea literal, que todo esté puesto de una manera borroneada. Siempre estoy tratando de que no sea algo terriblemente concreto o manifiesto. Eso es a lo que yo sistemáticamente recurro. Son líneas de trabajo que se repiten, que están siempre presentes y que tienen que ver con mi búsqueda y con lo que me atrae. Como coreógrafa trabajo los movimientos a partir de la idea. Cada obra mía tiene un proceso de investigación acerca de qué lenguaje usar, no tengo un lenguaje predeterminado, no me interesa tampoco. Pienso que cada obra posee en si misma una idea y me pregunto “esto ¿con qué lenguaje lo voy a contar?” Entonces hago un proceso de búsqueda de lenguajes. En los procesos de investigación en cuanto al lenguaje, meto todo lo que hay y todo lo que se me ocurre, a veces lo marco yo, otras se improvisa. Depende mucho de cada proceso creativo, que cambia según el grupo, la idea, el tiempo con el que se cuenta, las ganas. Mi método es estar siempre cambiando.
¿Hay temas en los que te inspirás para crear tus obras?
–Tengo una idea muy plástica de las obras. Yo soy muy visual en mis composiciones y, casi siempre, el tema surge de una imagen desde donde voy desarrollando la obra. Yo digo que eso se lo debo a mi padre que me llevaba de niña a ver exposiciones. Tengo, también, atracciones personales que tienen que ver con el claroscuro, con lo sutil. En el proceso de creación, hay para mí, diferentes capas. Una obra puede surgir de una frase que me dicen y desde ahí empiezo a trabajar. Desde algo muy pequeño, muy mínimo, muy frágil empiezo a buscar sensaciones, sensaciones diáfanas y empiezo a descubrir toda una atmósfera que tiene que ver con esa frase.
La frase que funcionó como disparador fue aquella con la que la empresa Telefónica avisaba que la línea estaba ocupada. La voz decía: “El destino que usted intenta alcanzar se encuentra momentáneamente bloqueado”. Cuenta Grinstein: “Cuando escucho esta frase empiezo a pensar en la comunicación. Uno siempre está confiado en que va a encontrar al otro, con lo cual, a veces, las citas tienen otro compromiso. Antes, cuando uno armaba una cita con alguien era algo con un cierto peso. A partir del presupuesto de que siempre vas a encontrar al otro en algún lugar, porque seguro tiene teléfono celular, el encuentro pierde peso en si mismo. Entonces, empiezo a disertar sobre esto y así nace El destino... Traté básicamente decentrar el tema, apretarlo y hacerlo muy único y de ahí amplificar. Que ese mínimo tema sirva para abrir otros caminos. En El destino... hay una idea de seres que buscan comunicarse y no pueden. Pero lo que yo quiero que se sepa es el conflicto, la sensación de imposibilidad, la sensación de incomodidad, no sigo un recorrido narrativo. Hay conceptos pero son otros tipos de conceptos. Atmósferas, sensaciones, ideas”.
¿Cómo ves el momento que vive la danza contemporánea hoy?
–Me parece un momento con muchas más posibilidades que en otras épocas. Por la cantidad de oferta y de público que concurre a los espectáculos. Hay grupos que perduran por más de una temporada, cosa que antes ocurría sólo con el teatro. Ahora la danza está empezando a ocupar un lugar aunque todavía no tiene uno propio. En los diarios hay cine, teatro y danza está dentro de los espectáculos teatrales. Nos falta más autonomía.
¿Cómo comienza tu historia con la danza?
–En 1973 tuve mi primer trabajo profesional como bailarina y desde entonces no he parado. Bailé muchísimos años, después, a comienzos de los ‘80, decido dedicarme más a la composición coreográfica y es en ese momento en que, paulatinamente, dejo de bailar y comienzo a armar mis propios trabajos. De chica tomé clases, como tantas niñas, con la maestra de danza del barrio, después dejé y cuando retomé hice clásico y contemporáneo al mismo tiempo. En la década del ‘70 viví un año y medio en Estados Unidos y estudié con Martha Graham, que en ese momento era el furor, y con Merce Cunnigham. Nosotros aprendimos mirando a Estados Unidos, ahora se mira un poco más a Europa. Me daba mucho placer bailar, pero un día descubrí que me daba más placer mirar. Me gusta todo el armado del espectáculo. La tarea del director coreográfico es como una centralita que une los trabajos del vestuarista, del iluminador, de los músicos. Es una tarea de bordado fino, bordado a mano, muy artesanal.
¿Cómo se podría generar un público mayor para los espectáculos de danza?
–Es un tema educacional, es como la pata que le falta a la mesa. La danza no es algo cotidiano. No hay en la televisión programas de danzas. En las escuelas tampoco está institucionalizado el tema de la danza. Y esto sería muy bueno como tarea formativa y correctiva del cuerpo.
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