Viernes, 11 de agosto de 2006 | Hoy
ARTE
Inspirados en fotos y realizados al óleo, los cuadros de Elsa Soibelman ponen en el centro de la escena –en la persona que mira la muestra– el miedo a la muerte y la manipulación del cuerpo como un intento desesperado de mostrar que la propia voluntad es capaz de definir no sólo el destino sino también la identidad.
Por Santiago Rial Ungaro
Teniendo en cuenta su estética sofisticada y su inexplicable atractivo, los cuadros de Ser ausente de Elsa Soibelman bien podrían conformar un book de modelos de una nueva agencia. A mitad de camino entre las fotos de Helmut Newton y los experimentos del Dr. Frankenstein, las modelos de la Agencia Elsa Soibelman sugieren nuevas perspectivas sobre qué es lo que consideramos bello, qué resulta fatalmente atractivo, a hombres y mujeres, en un cuerpo femenino.
Si el erotismo y el atractivo son funciones de eso que llamamos belleza, es imposible negar la capacidad de seducción de estas mujeres. Claro que el reconocimiento de esta belleza está cargado con cierto estupor. “La verdad es que me gustan estos monstruos. Las quiero a todas”, afirma Elsa, quien ni siquiera puede elegir una imagen por sobre las demás. Claro que lo de monstruoso sólo es un decir: los cuadros de Ser ausente despiden una hipersensibilidad, amorfa pero armoniosa, humana y a la vez post-humana, y, en última instancia, demasiado humanas. El cuerpo de las mujeres de la Agencia Soibelman está marcado por la ambigüedad. “Yo creo que es la mirada del espectador la que las hace terribles. Me parece fabuloso verlas todas colgadas, porque adquieren otra dimensión.” Elsa se acuerda ahora de John Galliano, que no hace mucho hizo un desfile repleto de freaks en el que había gente muy alta o muy baja, de cualquier edad: “De alguna manera indirecta creo que esta muestra tiene algo que ver con esto. Lo de monstruos lo digo entre comillas, riéndome un poco de mí misma. Creo que si vos ves un cuerpo, más allá del lugar común, siempre es bello. Y por lo tanto siempre es erótico. Ese es un punto muy importante para mí. El cuerpo permanece. Aun en medio de la inestabilidad y de la falta de certezas de estos tiempos. La idea es ésta de incidir, de modificarse. La desmesura de los tamaños en muchos casos son sutilezas, que no percibís a primera vista. Son cuerpos que están dislocados. Por eso me gustó la comparación con Mary Shelley, esa idea de trabajar por partes, por retazos, porque es lo mismo que yo hago”.
Elsa se inspira en revistas Photo, o en las imágenes supercontrastadas de fotógrafos como Helmut Newton o Richard Avedon: “A mí esas fotos me sugestionan mucho. Una foto lisa no me interesa para nada. Puede ser que me guste una mano, y después me gusta un cuerpo. Es un armado por retazos. Un día, a mediados de los ’90, vi una foto de un torso de un señor, y me lo figuré con cara de mujer. Y empecé a jugar un poco con esa yuxtaposición. En un principio las hacía en blanco y negro porque me parecía que era algo que tenía que ver con el cine noire. Me gusta que las pinturas parezcan fotos”. Como el perverso juego de armarse un ser ideal con los fragmentos aislados de otros seres, el resultado de estos collages de miembros tiene algo de antinatural, que conecta con las obsesiones quirúrgicas de estos tiempos. Pero sin embargo, la mirada de Elsa Soibelman logra que estas imágenes estén cargadas de una complejidad en la que las miradas (que en general apuntan al espectador, desafiantes) juegan un rol esencial. Deformes, histéricas e indefensas, estas mujeres desnudas nos desnudan a su vez con sus miradas, aunque en algunos casos se trate de la mirada binocular de dos ojos distintos. “Como todos sabemos que somos perecederos hay una necesidad muy grande en la sociedad de negar eso. Y la ayuda del bisturí es algo que hace a la gente pensar que puede volverse más joven. El poder de modificarse es muy grande. Yo no me operé nunca, pero me fijo mucho en eso.”
Resulta inevitable no hablar de algunas mutaciones que andan por ahí dando vueltas, pero el tema en realidad es otro: “La idea de sentirse imperecedero, y el miedo o pánico que hay a la muerte, es un tema muy importante dentro de mi obra y mi pensamiento. Creo que según cómo lo canalice cada uno ese terror de sentirse finito puede generar cosas más importantes, o desastres y guerras. Lo que pasa es que en la civilización occidental no hay un aprendizaje sobre la muerte. Creo que a medida que uno tiene conciencia de que se va a morir deja de tener muchas preocupaciones. Hay gente que acumula una fortunas que te da la sensación de que creen que van a vivir por siempre. Con plata y ganas de operarte, el cuerpo es el único lugar en el que puede incidir, para bien o para mal. Es el único lugar en el que, con toda libertad, se puede hacer lo que uno quiere. Es como la idea de ‘conmigo puedo hacer lo que se me cante’. También tiene que ver con estar muy pendiente de los demás. Son mandatos que impone la sociedad, y es como que no cumplirlos te deja afuera. Es como una reacción histérica, y al final es algo que se vuelve como una esclavitud. Yo me doy cuenta que la muestra es inquietante. Muchos dicen que es fuerte, o que es dramática. Yo no la leo así, creo que tiene mucho sentido del humor. Yo no veo las obras de arte como terribles. Es la mirada del espectador la que lo hace terrible, pero ésa es la libertad que tiene el espectador de seguir esa lectura hasta donde quiera”.
“El erotismo es el motor que nos mueve, la energía que nos mueve a todos. Es el punto de inflexión: sin erotismo hay muerte. Me pongo frente a la tela como gestionando un cuerpo que nunca fue. Y sí, creo que el amor al óleo también es algo que le da cierto erotismo a las pinturas. Yo creo que sin placer no se puede pintar, más allá de ese mito romántico del artista que sufre y se termina suicidando.”
La plasticidad de sus gestos, su actitud decidida, a veces desamparada, es la que hace que su drama personal, su crisis corporal, no convierta a las protagonistas de estos cuadros en meras víctimas pasivas. Estas mujeres están vivas, y es lógico que den un poco de miedo, miedo incluso a ser seducido por sus formas mutantes, diferentes. Y quizá sea la autoconciencia de esa mutación la que hace que estas mujeres sean intimidantes, seductoras, peligrosas. “Hay una enfermedad, relativamente nueva, que se llama dismorfofobia. Es gente que para diferenciarse se afea. Es una forma de ser diferente, de desigualarte a la media. Si el cuerpo siempre fue una certeza que uno tiene, en esta época de incertezas eso incide, para bien o para mal. Porque una artista como Orlan, cuando se hace una operación tras otra hace algo que mucha gente le interesaría hacer, que no se anima. Y no creo que sea autoestima, sino una especie de súper autoestima que dice: ‘yo hago lo que quiero’.”
De una forma muy sutil, Ser ausente es una muestra “política en cuanto a la violencia, que puede ser de distintos tipos: el hambre es una forma de violencia, pero la anorexia también. O el consumismo. La moda obliga a un lugar común, impone algo. Esa cosa de manejar el gusto, de pretender imponerle al otro lo que es bueno o lo que es malo. Quizá esta muestra a algunos les pueda resultar descarnada, porque muestra algo que los demás quizás preferirían ignorar. Lo principal es la idea: no es esto representando nada, sino presentando. Pero el enigma y la ambigüedad, creo que los logré bastante. No quiero que sea una cosa obvia. Creo que el arte es una metáfora, es algo ha descubrir: nunca es lo que parece”.
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