Viernes, 25 de agosto de 2006 | Hoy
EDUCACION
Con ley o sin ella, la educación sexual existe y se ejerce en la familia y en la escuela a partir de lo que se dice y lo que se calla, lo que se ve y lo que se esconde. Deseducar lo que esos silencios tallan es la primera tarea para la psicóloga Liliana Pauluzzi, quien acaba de publicar Educación sexual y prevención de la violencia (Hipólita Editorial), basándose en 15 años de experiencia dando talleres sobre el tema para docentes.
Por Sonia Tessa (Desde Rosario)
Responder las preguntas de los chicos. Llamar a las cosas por su nombre. Desaprender lo que somete para avanzar en el camino del placer y la igualdad. Sobre esas premisas básicas, una concienzuda investigación y la escucha de las personas con las que trabaja se basa la propuesta de educación en sexualidad que realiza desde hace 20 años la psicóloga rosarina Liliana Pauluzzi, autora del libro Educación sexual y prevención de la violencia, que tiene un efecto liberador y constituye un arma filosa para entrar al campo de batalla en que se ha convertido la educación sexual. Con argumentos claros y contundentes para contraponer a los sectores poderosos que afilan ideas naturalizadas para impedir que la sexualidad se meta en el aula como lo que es, un derecho humano. El libro es una recopilación de los seminarios que la autora realiza desde hace 15 años con docentes de Santa Fe y otras provincias, donde se propone una necesaria deseducación sexual, para derribar los mitos que introdujo la formación diferencial genérica y luego un aprendizaje en sexualidad en el camino hacia una vida más saludable y placentera. Y considera que todo ese proceso es esencial para prevenir las relaciones violentas.
Sin embargo, el último título de Hipólita Editorial es mucho más que esa recopilación, porque condensa las claves para entender la necesidad de un cambio profundo en la manera de pensar el tema. “Existe educación sexual desde antes que la criatura nazca, con las expectativas del entorno”, opina la autora, ante las negativas a incluir la materia en el nivel inicial y redobla que la educación sexual está presente, cuando no se habla de lo que los niños quieren saber, cuando se refuerza una visión negativa de la sexualidad.” Y sabe perfectamente que “todo lo que tenga que ver con la sexualidad es eminentemente político”, por eso aporta para una educación que forme el juicio crítico de niños y niñas. Desde su enorme experiencia, que le abrió los ojos respecto de la extensión del abuso y la violencia, considera que “existe una educación sexual que da piedra libre a los abusadores, cuando se considera que debe ser nada más que una preparación para procrear, cuando no se enseña el derecho al placer que tenemos todos los seres humanos”.
Pauluzzi hace todas estas afirmaciones sentada en su consultorio, donde se gana la vida atendiendo pacientes. “Muchas veces escribo entre uno y otro, y me quedan ganas de seguir”, confiesa. Pero eso no le impidió nunca concurrir a cada escuela donde había docentes interesadas en aprender sobre educación sexual. Todo empezó hace 20 años, cuando la convocaron desde la escuela a la que concurrían sus hijos. Iba a dar una “charlita”para los padres y docentes, que abriría la puerta a hacerlo con los chicos. Claro que ella no se toma ningún desafío a medias y para la ocasión realizó el audiovisual La aventura de crecer. “Se los mostré y me dieron una patada en el traste. Me quitaron el saludo. Les molestó a todos”, cuenta entre sonriente y todavía sorprendida. “A uno de los padres le molestó una barbaridad que habíamos cambiado la posición tradicional en la cama. Gritó que una cosa era que le enseñemos a su hijo y otra es que sus hijos le enseñen a él. Una docente, cuando mostrábamos la vulva de la nena con el clítoris, nos preguntó por qué lo mostrábamos así, por qué no una rayita”, continúa el relato.
Sin embargo, en aquella ocasión había docentes de otras escuelas, que empezaron a llamarla. “Jamás me imaginé que de aquel audiovisual iba a derivar todo esto”, se sincera. Fue en 1986, cuando Pauluzzi comenzó tanto con los talleres para docentes como con niños, en los que recopiló 3000 preguntas de chicos entre 4º y 7º grado sobre sexo. En 1993 escribió su primer libro, ¿Qué preguntan los chicos sobre sexo? Educación sexual para padres y docentes. ¿El amor pasa dos veces? ¿Por qué el sexo es así? ¿Cómo se creó el líquido llamado espermatozoide? ¿Cómo se hace el amor? ¿Qué es ser un forro? ¿Cómo se forma el hombre para formar al bebé? ¿Por qué nuestros padres tienen vergüenza de contestarnos?, eran algunas de las preguntas que Pauluzzi compilaba en aquella publicación, de la que no le queda ningún ejemplar. Después continuó sólo con docentes.
“A estos talleres vinieron docentes interesadas. Es un grupo reducido y aun así nos encontrábamos con unas resistencias muy grandes”, afirma antes de subrayar que muchas fueron en busca de un manual de procedimiento, pero encontraron otra cosa. “Generalmente vienen con la idea de llevarse una receta para dar y justamente retrabajar cosas les muestra que no hay recetas. Que cada grupo es distinto, que nosotras mismas, con tantos años de trabajo, a veces no sabemos qué hacer”, puntualiza, al tiempo que relata uno de esos momentos: “Por ejemplo, Mónica estaba hablando de métodos anticonceptivos en una zona marginal. Y surgió un chico de once años que le dijo: ‘¿Y qué hacemos con ésta que el padre la viola todos los días? Ahí vos tenés que sacar algo de la galera, te preguntás qué hacer”.
–Vos planteás la necesidad de volver a la infancia. ¿Qué quieren saber los chicos sobre sexo?
–Muchas veces se cree que los chicos no escuchan o no preguntan. Nos dicen “mi nene no pregunta nada, es inocente”. Pero siempre recuerdo lo que me contó una maestra jardinera. Una nena le propone a un compañerito jugar a la mamá y el papá. Entonces, ella dice que está embarazada, pero él le retruca que antes debe echarle un polvo. Entonces, la maestra miraba asombrada a ver qué era lo que iba a pasar. El nene fue, acostó a su compañerita en un banco, agarró una talquera, le echó talco y dijo ya está. ¿Qué pasa ahí? Esa criatura escuchó sobre el polvo. Lo mismo pasaba cuando los chicos nos preguntaban ¿del pito qué sale: polvo o leche? Preguntan cosas que derivan de la información que tienen. Por eso, cuando se habla de teorías sexuales infantiles no estoy de acuerdo. Lo que pasa es que los niños arman estas cosas con lo que reciben del mundo adulto.
–¿La pregunta sobre cómo nacieron les aparece muy chiquitos?
–Desde muy chiquitos y también a lo largo de todos estos años nos hemos enterado de cosas insólitas, como una criatura que no quería comer naranjas porque tenía miedo de quedar embarazada si se tragaba la semillita. Todas estas cosas las inventa el mundo adulto para que los chicos no entiendan nada. Esa es la educación sexual imperante. Existe cuando no se puede hablar. Un ejemplo es algo que pasó hace cinco años en una escuela. La docente estaba dando una clase de educación sexual y un chico de 7º grado le preguntó por las relaciones anales. Lo expulsaron.
–Tus seminarios con docentes apuntan a repensar aspectos de la propia sexualidad y la formación como camino para una nueva educación, ¿qué les pasa en estas situaciones?
–Nos encontrábamos con unas resistencias muy grandes. Por ejemplo, hablar de la niñez a nadie le gusta. Es una etapa idílica, prefieren no recordarla. Cuando empiezan a hablar cosas que vienen embromando la vida de todo el mundo, se empiezan a liberar. Pero también hay algo característico, cuando llegamos al octavo seminario y planteamos el tema de la madre, ahí es cuando todas las resistencias surgen. En lo que tiene que ver con la infancia, generalmente las mujeres critican a sus mamás, surgen las broncas y los conflictos. Pero cuando se les plantea que asocien madre con algunas palabras, en todas surge bondad, amor, tranquilidad. Entonces yo digo: ¿y los seminarios anteriores? Es una disociación muy grande. Es lo que está ocurriendo a nivel social, la madre es un lugar tan enorme que no se puede llenar. La maternidad es una trampa muy grande para la gran mayoría de las mujeres.
–Esa trampa se hace bien presente en la discusión pública sobre el aborto...
–Claro, a mí me indigna cuando dicen “si quedó embarazada que lo tenga y lo dé en adopción”, por ejemplo. Es algo tan loco, como si fuésemos incubadoras vivientes. Se le niega a la mujer la humanidad que necesita una criatura para ser sujeto. Entonces, cuando se argumenta defender la vida, ¿de qué vida hablan, de la humana? No, defienden la reproducción biológica nada más.
–Te encontrás con gran cantidad de participantes en tus seminarios que develan situaciones de abuso, ¿cómo pueden pasar tan desapercibidos socialmente?
–Porque la característica más importante del abuso es el secreto. Quien abusa, y sabemos que la mayor cantidad de abusos se da en relaciones familiares, manipula ese vínculo afectivo. Entonces, tenemos que tener en cuenta el proceso, las etapas del abuso. El abusador busca el momento, lo estudia; hay una etapa de seducción donde va captando esa confianza de la criatura, después viene la etapa propiamente dicha del abuso, hasta ahí la familia está en equilibrio. Mientras no se devele.
–¿Cómo puede detectarse un abuso?
–No se puede detectar cuando dentro de la familia la sexualidad es silencio. De ahí que insisto en que existe una educación sexual que da piedra libre a los abusadores. Si a una criatura se la educa en autoestima, se le habla de sus genitales de la misma manera que se le enseña a lavarse los dientes, se les habla de su cuerpo y de sus derechos, difícilmente sean criaturas abusadas. Si se le enseña que no necesariamente tiene que decir sí a todo, que no debe tener un respeto arbitrario a la autoridad, la criatura enseguida habla, no mantiene el secreto, hay algo que le molesta y lo dice.
–¿Cómo hace una persona que tiene dificultades con su autoestima para inculcarla en un niño o una niña?
–Cuando esto no está en la familia, la escuela debe cumplir un papel. Por eso, cuando se plantea que es la familia la que tiene que educar, ¿qué pueden educar familias en estas situaciones de abuso o maltrato? Pero por ejemplo, si a los chicos se les enseña en las escuelas qué significa el abuso, ahí se va fortaleciendo. Pero lógicamente tiene que haber una tercerización de esta familia que toma a los individuos como objetos. Es justamente la estructura que no tenemos.
–También a las docentes les cuesta inculcar algo que no tienen, en muchos casos.
–Por eso yo digo que no cualquiera puede dar educación sexual, hace falta una formación previa. En las docentes, tiene mucha influencia la formación infantilizada que se les da. Yo me reía muchas veces, porque cuando hacíamos los trabajos que tenían que presentar, dábamos autores como Foucault, entonces te presentaban el trabajo con moñitos, tortuguitas, sapitos, brillitos. Esto también tiene que ver con esa infantilización, una idealización muy grande de la niñez. La presentan como una etapa en la que es todo lindo, no hay conflicto.
–¿Cómo llegaste a la necesidad de trabajar desde lo vivencial?
–Una pista me la dio el español Josep Vicent Marqués, autor del libro Qué hace el poder en tu cama, cuando plantea que no sabemos nada, preguntémosle a los chicos. Y ahí fue cuando empecé... y también que los chicos te van enseñando. Cuando empecé con la educación sexual, el tema del abuso no se me había ocurrido ni por casualidad. Hacíamos talleres con docentes y padres para que me permitieran trabajar con los chicos. Y en las tarjetas que habíamos hecho, estaban las palabras abuso y violación. Lo que me llamaba la atención era que en todos los talleres siempre salía una o dos mujeres que por primera vez hablaban de esto. Era facilitado por el clima de intimidad, de complicidad, que se da cuando se empiezan a hablar de estas cosas, fundamentalmente de la infancia. Y ahí es cuando empiezo a detectar. Después con los chicos, había preguntas que claramente te mostraban que estaban siendo abusados.
Existe una educación sexual que da piedra libre a los abusadores, cuando se considera que debe ser nada más que una preparación para procrear, cuando no se enseña el derecho al placer que tenemos todos los seres humanos.
–¿Qué otras situaciones te impactaron?
–Una de las cosas que me había impactado mucho, porque cuando empecé a trabajar con los chicos quería ver el condicionamiento de género a corta edad. Y a partir de 4º o 5º grado empezaban a preguntar por el aborto. Las nenas querían saber cuánto cuesta, qué problemas trae, si se iban a quedar estériles. Mientras los varones preguntaban por qué hay madres asesinas, desentendiéndose desde muy chiquitos de lo que ellos tenían que ver en esto. Cuando hablamos del embarazo adolescente, yo nunca escuché que se les hablara a los varones de ser responsables de sus espermatozoides, siempre va dirigido a las chicas. Esto te muestra claramente que hay una educación sexual diferencial, que le pone a la mujer todo el peso, que no la deja apropiarse de su sexualidad, que no hace que se apropie de su deseo. Vos ves aún hoy que los chicos usan la palabra puta, como descalificación. Y yo insisto en que las mujeres tenemos que reivindicarla, porque es la única palabra que habla de nuestro placer o de nuestro deseo.
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