Viernes, 25 de agosto de 2006 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
Desde Blancanieves conviviendo con tanto enano, hasta Cyrano de Bergerac con su narizota fálica, el cine porno ha reinventado frecuentemente clásicos populares de la literatura para chicos y grandes. Desde luego, Pinocho no se salvó de que su apéndice nasal delator, también convertido en atributo viril, creciera unos cuantos centímetros cada vez que faltaba a la verdad. Aunque incansable fabulador, la estrella del porno John C. Holmes no debía sus célebres 35 centímetros a sus embustes. Un superdotado o un freak, según el punto de vista, Holmes se volvió una máquina sexual sin respiro, exprimido al máximo en épocas en que ese género era ilegal. Abrumado, rebajado, cosificado, desarrolló una adicción incontrolable por las drogas, cayó en las redes de mafiosos y pandilleros y se vio implicado en una masacre que ocurrió en 1980, en una calle llamada irónicamente Wonderland (nombre que lleva el film que encabezó en 2003 Val Kilmer, y que se concentra sobre todo en el suceso policial). Este personaje patético, naïf, desdichado, aceleró su muerte contraviniendo a full las indicaciones médicas cuando supo que había contraído sida, a los 43.
Acaba de verse en estos días por la señal de cable I-Sat un esquemático documental (que por el momento no está reprogramado), XXXL, The John Holmes Story, subtitulado The Real Dirk Bigger Storie, aludiendo al personaje que remitía a Holmes en Boggie Nights, encarnado –con prótesis en el desnudo final– por Mark Wahlberg. Paradójicamente, en el documental, que recurre a varias cabezas parlantes y a breves fragmentos de algunos films porno y de una entrevista filmada, el monstruoso pene que le dio de comer y sobre todo de aspirar a Holmes, se convierte en una nube borrosa que flota en la zona de la entrepierna. Como para compensar ese escamoteo de los 35 –quizá un poco menos– centímetros ¡en estado pasivo!, en algún momento de la proyección se indica que las imágenes censuradas se pueden ver en el sitio www.isat.tv. Donde, efectivamente, está el taciturno Rey del Porno, a un sexo colosal pegado, en tres o cuatro breves escenitas y en un par de retratos de cuerpo entero. Sin duda, en otras épocas, Holmes podría haber sido exhibido como un fenómeno de circo, si la moral y las buenas costumbres lo hubiesen permitido.
A fines de los ‘60, a los 25, el provinciano llegado de Ohio a Los Angeles tocó el timbre de las oficinas de Bill Amerson (o Amazon, según el doc), un vivaracho productor de pornografía (ilegal en esos años). “Cuando se desnudó en el cuarto del fondo, supe que teníamos una estrella”, dice Bill, el gordito trucho que se anotó enseguida como representante de John. “Al verlo, me quedé sin habla: lo que tenía ahí abajo era algo que probablemente todos querríamos tener”. Será por eso que Holmes se convirtió en ídolo del público masculino, el mayor consumidor del género de hechura casera y bajos presupuestos por ese entonces, antes de la legalización y la aparición del video. “El único varón estrella del género, él sí que hacía la diferencia en la taquilla”, reconoce Bob Augustus, dueño de VCX en la Costa Oeste. Otro Bill, apellidado Margold, ex actor que se las da de historiador de la pornografía, asegura que a JH, con quien trabajó en varias ocasiones, “no le era fácil mantener una erección, necesitaba mucha sangre para mantener una completa”.
Portando el mismo apellido que Sherlock, el legendario investigador creado por Conan Doyle, John “interpretó” la saga del detective Johnnie Wad -”un Harry muy sucio”, dice la voz en off– inventado por el chino Bob Chinn, acaso lo más interesante entre los 2 mil y pico de films dedistinto metraje donde tuvo sexo con incontables mujeres. Lamentablemente, XXXL no analiza ni siquiera por encima la producción global del astro que empezó a caer en los ‘80, pasado de cocaína, empobrecido, capaz de robar y prostituirse por una dosis.
Este tipo tristón tuvo una infancia sufrida, se fue de su casa a los 16 y se metió tres años en el Ejército, luego se casó con la enfermera Sharon Gebenini, quien siguió a su lado en Hollywood, aceptando a las amantes de su marido y haciendo la labores de ama de casa, hasta que John fue acusado de asesinato. Este mentiroso compulsivo llevó vidas paralelas poco interesantes, acuñó ciertos chistes que solía repetir, quizá para disimular la humillación que le producía ser considerado solamente un enorme genital. Sus compañeras de trabajo y sus novias dan la impresión de recordarlo con cariño y hacen bromas obvias sobre su centimetraje. En 1981, Holmes aceptó estar en un documental que hizo una de sus mujeres, Julia St. Vincent, donde se escabulle una vez más detrás de fabulaciones y negaciones. Pero responde una verdad a la pregunta “¿Tomás drogas?”: “No, las drogas me toman a mí”.
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