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Viernes, 8 de diciembre de 2006

LIBROS

La oscuridad es otro sol

Por primera vez acaban de editarse en castellano Cerezos en tinieblas, veintiún relatos de Higuchi Ichiyo, que a fines del siglo XIX se convirtió en la primera escritora moderna del Japón a pesar de haber vivido sólo 24 años. Amalia Sato, responsable de la edición, habla aquí del breve pero intenso melodrama de la vida de esta autora que supo convertir la
tragedia en exquisita literatura.

 Por Moira Soto

Aunque el Diccionario de la Real Academia se sigue resistiendo, en la Argentina el lenguaje coloquial ha incorporado el femenino de la palabra genio, que viene de perlas para nombrar a Higuchi Ichiyo, una genia indiscutible, autora de 21 relatos, varios ensayos, más de tres mil poemas cortos. Escritora japonesa de fines del siglo XIX (1872-1896), una leyenda en su país y muy valorada por la crítica literaria internacional más exigente, Higuchi acaba de ser editada por primera vez en castellano. Un acontecimiento literario con el que se inicia la porteña Editorial Kaicron: cinco relatos de la precoz escritora y poeta publicados bajo el título Cerezos en tinieblas, traducidos del japonés por la argentina Rieko Abe y por las mexicanas Hiroko Hamada y Virginia Meza.

“La traducción presentaba enormes dificultades porque Higuchi va recogiendo y procesando elementos de fuentes muy diversas, de las antologías clásicas a las narraciones populares”, dice Amalia Sato, entrevistada por Las/12, directora de la revista cultural Tokonama, a su vez traductora, quien seleccionó, prologó y revisó esta edición de Cerezos... “Ella, pese a su extrema juventud, a la interrupción de sus estudios y a todos los escollos y penurias que debió superar hasta que la enfermedad puso fin a su breve vida, tenía en su cabeza un registro impresionante de alusiones literarias. Me contaron las traductoras del Colegio de México que cada palabra, cada frase, evocaba un poema, un refrán, una situación de un relato anterior...”

¿Por qué se dice que las mujeres fndaron la escritura japonesa?

–La escritura fonética en Japón, un derivado del ideograma chino por simplificación caligráfica y conceptual, se conoce con el nombre de escritura de mujer. Porque las mujeres, con el intercambio epistolar amoroso que tuvieron con los hombres –sobre todo a través de poemas que respondían a otros poemas– intervinieron mucho en esta transformación caligráfica de la escritura. Esto trae aparejada una percepción de género muy interesante, a un punto tal que toda la literatura japonesa, incluida la escrita por hombres, recibe el calificativo de femenina debido a ese origen que te mencioné.

Entre Murasaki Shibuki y Sei Shonagan, de la era Heian, siglos X y XI, y la irrupción fulgurante de Higuchi Ichiyo, ¿no aparecen otras grandes escritoras en Japón?

–No, después de las autoras de Gengi Monogatari y de El libro de la almohada, acá editado por Adriana Hidalgo, desaparece de la escena la mujer escritora como tal, aunque muchas sigan haciendo sobre todo poemas. Pero desde el siglo XII al XIX se imponen los personajes del guerrero y el monje hasta la saturación. La mujer está, en todo caso, como personaje literario en diversos roles, es recordada como poeta. Por eso es todo un acontecimiento que se haya podido editar a Higuchi Ichiyo, considerada la primera escritora moderna de Japón.

los personajes de Higuchi Ichiyo en la lente de Felice Beato y Ichiroh Morita

Ella parece adelantarse al siglo XX por la libertad de su escritura, por los recursos literarios que emplea, por su sensibilidad feminista.

–Sí, es muy compleja y a la vez muy atractiva. Tiene todos los ingredientes del melodrama, del mundo de los sentimientos, casi como una telenovela por momentos, toca todas las fibras sensibles con suma delicadeza. Ella tiene muy claro los temas centrales de Edo, antes de Meiji, es decir, de la modernización: el sexo y el dinero.

Es sorprendente la maestría con que maneja la técnica: el monólogo interior, las idas y venidas en el tiempo, el acercamiento a la intimidad más secreta de un personaje y luego una frase que pone distancia...

–Esos recursos que se pueden leer como tan modernos en la actualidad, en parte provenían de la narrativa oral, esto merece ser remarcado. En Japón hubo siempre este tipo de narradores que te contaban historias, los rakuyo, narradores populares que usaban, por ejemplo, esos cambios temporales dentro del relato. El monólogo interior, el diálogo, los saltos hacia atrás o hacia delante ya estaban en ese tipo de narración. Higuchi, con gran inteligencia, retoma esos recursos y los utiliza literariamente.

Según apuntás en el prólogo deCerezos en tinieblas, Higuchi Ichiyo tuvo una educación lamentablemente interrumpida en un momento crucial.

–De niña, ella empezó a estudiar en una escuela privada: gramática, caligrafía, aritmética, anatomía, higiene, geometría, química, geografía... Todas esas materias, debido a la influencia occidental, significaban un gran cambio en ese momento. Pero cuando Higuchi tiene 11, la madre, que era muy rígida, decide suspender la educación con el pretexto de que resultaba más conveniente que la chica aprendiese a coser y a llevar una casa. Entonces, con mucho sufrimiento, entre los 11 y los 14 años de la breve vida que tiene, Higuchi tuvo que dejar de ir a la escuela. Afortunadamente, el padre la incentivaba a leer, le procuraba libros: seguramente ya había advertido el talento excepcional de la niña. Finalmente a los 14, y esto tendrá una importancia capital para ella, logra que la manden a una escuela de poesía, El gabinete de los tréboles, donde enseñaba la poeta Nakajima Utako. En realidad, se trataba de una escuela para niñas bien, mientras que Higuchi era hija de un empleado municipal de rango inferior y de un ama de casa, una familia samurai venida a menos por esos avatares de la modernización. Entonces, ella va a este lugar donde se siente un poco descolocada porque todas sus compañeras son chicas más o menos aristocráticas que estudiaban literatura clásica y practicaban poesía para mejorar su educación y conseguir, digamos, un buen partido. Nada que ver con Higuchi, auténtica fanática de la literatura, con una ilimitada sed de conocimientos.

¿Por qué es tan importante para ella tomar esas clases?

–Allí toma contacto con las antologías imperiales de poesía, con ese extraordinario siglo X de escritoras. Se nutre de literatura clásica y al mismo tiempo, ayuda a servir el té, a limpiar, casi como una criada para pagar en parte sus estudios. Ahí es donde advierte el lugar social que ocupa, la diferencia abismal de clases que había entre ella y sus compañeras. Pero Higuchi no se achica: ella era demasiado orgullosa y por otra parte, superaba largamente a todas en rapidez e inteligencia. O sea que de esa enseñanza general occidentalizada de muy niña, pasó a esta educación refinada que a ella le sirvió tanto. También vale señalar que Higuchi, por esta situación de su familia camino del empobrecimiento, se tiene que mudar unas doce veces en Tokio, y estos cambios de barrio y de vecindario los aprovecha para agudizar su registro urbano, que luego reflejará en sus obras. Observa los cambios que se están dando en la ciudad, barrios viejos que caen, otros nuevos que se levantan, mentalidades que se modifican, amplía su galería de personajes... También vive tragedias familiares: primero muere de tuberculosis el hermano mayor, dos años después le pasa lo mismo al padre. La madre se queda con dos hijas, ése es el grupo familiar que tenemos.

Una imagen de melodrama de Dickens...

–Es que efectivamente la vida de Higuchi es un melodrama sin remedio. Imaginate esa familia en descenso, esa niña desesperada por estudiar que es sacada abruptamente del colegio a los 11, las muertes de seres tan queridos, tener que hacer trabajos de criada en esa escuela, luego coser para afuera, su enfermedad y su muerte tan joven. Es realmente la chica melodrama.

La imagen de ella a través de la foto que está en el libro que acaba de salir se puede vislumbrar todo ese dolor contenido, mucha dignidad y entereza. Pero por sobre todo, una tristeza infinita.

–Sí, es la única foto que se conserva de ella, con su kimonito rayado que ahora nos puede parecer elegante, pero que en realidad era muy humilde, de algodón. Ella peinada muy prolijita, con esa cara en la que se lee una vida tan intensa, como abusada por tanta fatalidad. Para los cánones de esa escuela de poesía, por ejemplo, era como una chica deslucida.

Finalmente, Higuchi tuvo que aplicar sus conocimientos de costura, como pensaba con llano espíritu práctico la madre cuando la sacó del colegio.

–Si bien la madre y las hijas siempre hacían trabajitos de costura, la actividad regular tiene lugar cuando se mudan en 1893 a Rusenji, cerca de Yoshiwara, barrio de prostitución. En esa casita viven diez meses y cosen para las geishas, para las mujeres que viven en Yoshiwara. Una situación que se podría considerar deplorable para una escritora, especialmente después de tantas privaciones, pero que para Higuchi –finísima observadora– representa un tesoro de descubrimientos para su literatura. Esa etapa le dio material para varios de sus relatos, algunos de los cuales figuran en Cerezos en tinieblas.

En Yoshiwara ¿había distintas castas de prostitutas?

–Totalmente, era un lugar muy estratificado que duró de 1617 hasta 1958, muy completo, de un alto nivel de sofisticación para marcar las diferencias de las prostitutas y de los clientes. Eran unas ocho manzanas, con doscientos establecimientos de té, casas de prostitución, rodeados de un foso de agua, muros no muy altos y sauces en la entrada. Entonces, Higuchi tiene una visión del lado de adentro, sin exotismos, de toda la problemática de estas mujeres. No era raro que algunas alimentaran el ideal de amor romántico, tal como aparece en uno de los cuentos de Cerezos..., con esa geisha jovencita enamorada del estudiante. Porque en esta época Meiji aparece la figura de una nueva masculinidad: el hombre galante, suave, con un savoir faire mundano, no siempre con dinero.

Tampoco en amores le fue muy bien a la escritora...

–Hay un personaje de mucho peso en la vida de Higuchi, después de la maestra de poesía: un mentor que se llama Nakarai Tosui. Este señor era una especie de playboy, un donjuán de 31 años, autor popular de relatos que se publicaban en el diario Aasahi. El se transformó de alguna manera en protector literario de Higuchi, la acerca a la narrativa de la época Edo, llena de episodios sentimentales, truculentos, muy entretenida para el público. El espíritu de dilettantismo, de connaisseur que desarrolla Nakarai es otro tesoro para Higuchi, quien aprende, entre otras cosas, a escribir diálogos impecables, que expresan a los personajes, su perfil, sus motivos. Por supuesto que ella se enamora de este galán buen mozo, hay como un romance que termina mal para ella, que vuelca todo su dolor en su diario. Unos años antes de este gran amor, hubo otro hombre en la vida de Higuchi, de la familia Shibuya, un noviecito de la niñez que la deja cuando se le muere el padre.

Es realmente un tango la vida de Higuchi Ichiyo.

–Sí, es terrible y a la vez maravilloso que todas esas experiencias ella las capitalice para su obra. Lo bueno de Nakarai es que él la conecta con revistas literarias, incluso le publica el cuento Cerezos en tinieblas, que da título al libro, en su periódico. Mori Osai, un gran escritor de la época, la valora mucho, le da todo su apoyo. Tampoco es que haya sido ignorada en vida, aunque no llegó a publicar libros, pero recordemos que murió a los 24. En los últimos tiempos, sus admiradores la llenaban de atenciones, le llevaban regalos. Al menos disfrutó ese reconocimiento. Cuando murió, aunque el entierro fue muy humilde, Mori la acompañó montado a caballo, un gran homenaje.

¿El diario tuvo difusión después de su muerte?

–Mucha. Se llama A la sombra de las hojas de primavera. Escribir diarios es una tradición literaria muy japonesa. La literatura prácticamente se inicia con los nikki, pero lo que Higuchi hace, además del relato personal, es una vivisección moderna del mundo que la rodea. A propósito de melodrama, fijate cómo empieza el diario: “Si sólo pudiera vivir a la sombra de las hojas primaverales en lugar de estar en un mundo de desilusión y desesperación...”. En los años ‘70, se leía este diario –muchos cuadernos– por la radio en Japón. Fue un éxito, en plena época de efervescencia feminista, Higuchi Ichiyo devino un símbolo porque había hecho una crítica muy fuerte, muy penetrante, de una lucidez increíble de toda la problemática de la mujer de fines del XIX. Aparte, en algunos de sus textos ella trata un tema, moderno si los hay, como el de la adolescencia, el pasaje a la adultez. Ella capta la inquietud de esta etapa de la vida. Otra cuestión que la obsesiona es la mutabilidad de los lazos humanos, ella valora mucho ese momento de amistad entre varón y mujer cuando son jovencitos, todavía está el espíritu de juego y se da un auténtica paridad.

Ella no sólo revela pliegues muy profundos del corazón femenino, también una actitud muy comprensiva hacia los personajes masculinos, de gran diversidad.

–Higuchi Ichiyo tiene esa nobleza en su genialidad, es verdad. El hombre no es el enemigo, también carga con sus conflictos, sus desgracias. Ella le da a cada personaje la oportunidad de justificar su posición en el mundo, no deja a nadie sin su palabra.

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Retrato de Higuchi Ichiyo por Nicolas Prior.
 
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