Viernes, 8 de diciembre de 2006 | Hoy
RESISTENCIAS
Martha Ojeda es trabajadora y activista en las plantas maquiladoras ubicadas en el norte de México, donde nada se fabrica y todo se ensambla para abaratar la producción de productos de marca. La mayoría de las trabajadoras son mujeres: “Dicen que porque somos prolijas, pero es porque nos creen sumisas”, dice esta mujer que conoció el exilio y la persecución sólo por intentar organizar una actividad moderna y sobre todo precarizada.
Por Gimena Fuertes
Una vez que se cruza una de sus puertas, se entra a un mundo paralelo, en el que la intensa explotación, el acoso sexual como disciplinamiento y la prohibición de sindicalizarse libremente se combinan para que al norte de México alrededor de diez mil mujeres ensamblen bombas, pantalones de jean, videocaseteras o relojes pulseras. “Parecerá ficción, pero no lo es, es la realidad y es el infierno”, sentencia Martha Ojeda, trabajadora y activista de las plantas maquiladoras.
Las maquilas no son fábricas. Allí no se produce nada, sólo se juntan las partes de los productos y se los vuelve a exportar a Estados Unidos. Los sindicatos “neoliberales” que no dejaban a las mujeres agremiarse, el Estado mexicano y su policía, y las grandes empresas transnacionales, todos actores con nombre y apellido, fueron y siguen siendo los responsables de esta situación. Martha pasó por Buenos Aires para, junto con otros treinta trabajadores de diferentes países de América latina, transmitir y compartir experiencias en el Seminario Internacional Condiciones de Trabajo y Salud que se llevó a cabo en noviembre organizado por el Taller de Estudios Laborales. “Cuando llegan las maquilas, los gobiernos dicen que no las vayas a molestar porque te generan empleos y les aseguran estabilidad y todo aquel que quiera alborotar, hacer problemas, es despedido, reprimido o incluido en las listas negras que circulan entre la asociación de maquiladoras y no puedes trabajar en ningún lugar”, contó a Las12 luego de la extensa jornada.
¿Por qué contratan muchas más mujeres que hombres?
–Lo que dicen es que somos más prolijas, pero en realidad lo que creen es que somos más sumisas. Lo que yo viví, la mayoría éramos mujeres. Ahorita con la tecnología te hacen examen de orina en un laboratorio pero antes había que mostrar la toalla sanitaria para demostrar que no estabas embarazada, de lo contrario no te contrataban. Ahorita tampoco, porque de acuerdo con nuestra ley, tienes derecho a 45 días antes y 45 días después sin trabajar, y para ellos sería pagarte por nada y antes del período de maternidad no produces lo mismo que cualquier otra persona. Hay mucho acoso sexual por supervisores y jefes de línea y si no aceptas te despiden, si aceptas te embarazan y te despiden. No tienes mucha alternativa por el hecho de ser mujer. Otro de los grandes problemas es la salud reproductiva. En el departamento de pintura, pintábamos con plancha los casetes de 60 o 90 minutos, y se chorreaba la pintura y teníamos que estar limpiando con alcohol para que quedara bonito el casete, pero ahí empezaron a nacer muchos niños con defectos de nacimiento, sin el cuero cabelludo. Nos decían que tenían un tumor. Vi a uno con la espalda abierta, los doctores nos decían que era un problema hereditario, genético de los padres, pero cuando empezaron a nacer muchos niños igual, espérate que no van a ser todos de la misma persona, ¿no? Y las empresas no quisieron reconocer ninguna responsabilidad,
¿Cómo es un día en tu trabajo?
–Primero todo era manual, ensamblábamos los audiocasete, agarrabas la hoja, la concha, el cilindro y lo atornillabas, si era americano, si era francés, si era japonés, todo tenía distinto el formato, después empezamos a hacer el casete Beta, luego el VHS, luego el Floppy disk, luego quién sabe qué hacíamos pero nos teníamos que vestir como astronautas y entrábamos en unos departamentos, te daban una ducha de aire. Solo teníamos 10 minutos de descanso al día. Antes trabajábamos 9 horas y media, ahora trabajamos 12 porque eso ha sido la flexibilización del modelo. El salario es de 50 dólares a la semana, 500 pesos a la semana. Ensamblas bombas, partes de helicópteros, ropa, partes de autos, computadoras, televisiones, electrodomésticos. Allí no producimos ninguna de las partes, sólo ensamblamos.
¿Cómo entraste vos a las maquilas?
–Mi mamá fue la primera generación de la maquila, yo trabajaba junto con ella. A nosotras nos fueron a reclutar a la escuela, estaba en la secundaria cuando llegó el gerente y nos reclutaron a todas, todas nos fuimos a la maquila. A los 15 años estaba trabajando con mi madre soldando con plomo partes para televisión, que ni sabíamos qué eran, pero bueno, decían que era televisión. Justo un día llegamos a trabajar con la camioneta que nos transportaba y la planta estaba cerrada con un cartel que decía “nos fuimos”, se habían llevado salarios, ahorros, beneficios, y de repente miles de mujeres, que éramos como tres mil en tres turnos, empezamos a hacer guardias para rescatar las maquinarias, y a ver si nos podían pagar algo. Fue en el ‘75, cuando empezó todo este modelo económico. Después empiezo a trabajar en la costura. Trabajas desde el amanecer, tienes que tomar dos o tres camiones para llegar. Los parques industriales son promovidos por el gobierno, les dan unas extensiones tremendas con sus plantas de electricidad, tanques de agua, pero toda la gente que trabaja en las maquilas son migrantes de México, o de Centroamérica, y llegan con la esperanza de cruzar y entonces su primer parada viene a ser la maquila, y empiezan a vivir en cordones de pobreza como los feudos de la edad media, que estaban los castillos y toda la gente pobre alrededor. Viven en casas de cartón, sin electricidad, sin drenaje, sin nada, las temperaturas son extremas, hay problemas de deshidratación, problemas gastrointestinales de los niños y mucha contaminación.
¿Cómo fue la implantación de estas fábricas en la zona limítrofe con Estados Unidos?
–Este fue un modelo de laboratorio. Lo llamaron Programa de Industrialización de la Zona Norte, y Estados Unidos con eso trató de detener la inmigración, que siempre fue la piedra en su zapato. Todo comenzó cuando el programa Bracero, permisos para trabajar en el campo, se termina en el ‘65, justo cuando empieza a haber toda la resistencia y los movimientos estudiantiles. Se viene la represión en 1968 estudiantil y luego hay un acuerdo entre el secretario de gobierno de México y el Banco Mundial, en el que a cambio de que México sea congraciado con los otros bancos y adquiera préstamos del BM y el FMI, ellos tienen que perseguir a la izquierda radical y es cuando empiezan a formar los “batallones olimpo” y empiezan a matar a todos los estudiantes. Mientras se vive ese contexto de persecución en el norte empiezan este proceso de industrialización. Crearon una planta del lado norteamericano y otra del lado mexicano. Aquí traían no más que los componentes, los ensamblábamos y se regresaban. Ellos creían que dando esos empleos iban a detener la migración, máxime que la mayoría eran mujeres.
¿Cómo comienza la resistencia de las trabajadoras?
–En el ’94, que decidimos organizarnos casi dos mil mujeres. Justo cuando México firma el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, el Nafta. Hacemos un levantamiento y paralizamos siete plantas de Sony y yo era una de las dirigentes. Nosotros queríamos el sindicato por los problemas de salud que estábamos viviendo. Lo que desató todo fue cuando deciden aumentarnos la jornada a 12 horas. La ley decía que debíamos trabajar 8; ya nos estaban jodiendo porque trabajábamos 9 y media, y ahora nos dicen 12. El argumento de ellos es que ahora íbamos a producir aquí la concha, el plástico, el moldeo, que esas máquinas no se podían parar y necesitaban estar trabajando las 24 horas del día, y que íbamos a trabajar 4 días a la semana y no cinco, y que la suma daba 48 horas a la semana como marca la ley. Pero la ley dice 48 horas semanales y 8 horas diarias nada más; aun cuando tú quieras no las puedes trabajar porque necesitas descansar. Ahí fue cuando empezamos a organizarnos, teníamos que hacer algo, no nada más son tus hijos, tu salud, ya es tu vida lo que se juega. Estuve 20 años con Johnson y Johnson, la General Motors, la General Electric. ¡Basta ya! Es cuando decidimos organizarnos las 2000 mujeres de la Sony. El Tratado de libre Comercio o Nafta se firma en enero, los zapatistas se levantan en enero y nosotros en abril, hicimos el plantón y exigimos tener un sindicato. Pero éramos todas las primeras mujeres atrevidas, todo el liderazgo era de hombres y nos decían que cómo íbamos a tener un sindicato, que los sindicatos eran de los hombres. Decían que era una locura que entráramos en el sindicato, nos empezaron a decir que no íbamos a entrar más a la planta, que iban a hablar con los jefes. El primer día mandan a los bomberos y nos bañan con las mangueras de agua pensando en que todas las jovencitas, éramos de 15 a 25, nos íbamos a asustar. Pero no, toda la gente se quedó ahí, en la calle. Al siguiente día vienen a meterse en las playas y todas las trabajadoras nos tiramos en el suelo para mostrar que para sacar la producción nos tenían que pasar por encima, y que la planta va a quedar parada. El líder del sindicato estaba muy con el gobierno, nos mandan la policía y me arrestan a mí y a 20 compañeras que éramos las líderes de las siete plantas. Ya cuando nos arrestan, la gente va a la policía y les dice que o nos sacan o las meten a todas. Nos sueltan después de que las compañeras durmieron durante una semana en la calle. Poco después se pararon todas las fábricas y éramos como 10 mil ahí. Pero el gobernador dijo que estábamos desestabilizando porque las empresas nos estaban garantizando los empleos y dio la orden de que me arrestaran a mí y mandó a los soldados. Entraron con metralletas, golpearon a todo el mundo. Uno de los compañeros me subió a un auto y me llevaron a Estados Unidos para poder salvarme. Estuve dos años sin poder volver a México, el delito había sido tratar de crear un sindicato que defendiera la salud de las trabajadoras. Cuando ya finalmente puedo volver a entrar a México, ya todas estaban trabajando 12 horas.
Martha no quiere decir su edad. No tiene marido ni hijos. Su vida es su lucha. “Además de trabajar, viajo mucho por distintos lugares para conectarme con otros trabajadores, un día estoy acá, otro allá. Cuando entras a las maquilas te olvidas de ti. Tengo hermanos, pero no los veo. Por suerte tengo a mis compañeras. Desde aquí, desde Buenos Aires u otro lugar alejado del norte mexicano, las historias que se escuchan sobre las maquilas pueden parecer de ciencia-ficción, pero no lo son, es la realidad y es el infierno.”
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