Viernes, 16 de febrero de 2007 | Hoy
VIOLENCIAS
En los próximos días comenzará el juicio para deslindar responsabilidades en el caso de María Marta García Belsunce, el asesinato que empezó como muerte accidental y –entre pitutos y pericias– terminó develándose como muerte premeditada seguida de encubrimiento. Entre las hipótesis, poco se sugirió sobre violencia familiar, pero hay quienes sospechan de un femicidio íntimo.
Por Luciana Peker
María Marta García Belsunce fue asesinada el 27 de octubre de 2002. Sin embargo, se la veló y enterró en ese mismo silencio de country donde un golpe violento se disimula echándole la culpa al palo de golf. Recién un mes después se descubrió que María Marta no había muerto de una patinada en su propia bañera sino que había sido asesinada con seis tiros. Nadie vio, escuchó, ni sospechó nada. Ni aun los familiares que tiraron algunas de las balas que mataron a María Marta, una socióloga que trabajaba con Missing Children y la Red Solidaria. El encubrimiento al asesino o los tropezones de su propia familia –según en que historia se crea– formó una trama que imantó a los argentinos ante un crimen que –por primera pero no última vez– abrió las barreras de los countries y develó las tramas no templadas que se asientan entre los almohadones blancos que orillan las casas con piscina.
Sobre el crimen de María Marta en el Carmel Country Club de Pilar se ha dicho de todo. Casi todo. Aunque no todo, porque, finalmente, detrás de una de las grandes novelas policiales de los últimos años, en el juicio que comienza el martes 20 de febrero hay un único imputado, Carlos Carrascosa, el esposo de María Marta, acusado de homicidio agravado por el vínculo. Finalmente hay una mujer que, presumiblemente, fue asesinada por su marido. Si todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, Carrascosa, por supuesto, también. Pero no como todos. El disfrutó de esa garantía procesal de la paz vigilada de los barrios cerrados después de pagar una fianza de 100 mil pesos y con una libertad excepcional que la mayoría de los presos, por las dudas que pueblan las cárceles bonaerenses, no disfrutan.
Pero, aun cuando recién después de la sentencia, que se espera para dentro de tres meses, la Justicia dicte un fallo que aclare u oscurezca para siempre el crimen de María Marta García Belsunce, hasta ahora, más de cuatro años después de su asesinato, el principal sospechoso es su marido. Y, por lo tanto, la principal sospecha es que María Marta sería otro ejemplo de la violencia de género, de violencia doméstica, de violencia contra las mujeres en la Argentina.
Sin embargo, casi nunca –en el reino de las hipótesis que se barajaron sobre el crimen del country Carmel– María Marta fue pensada –incluso sentida o dolida– como un símbolo de las mujeres que sufren violencia en su propia casa, en su propia familia. Más allá de la sentencia del Tribunal Oral en lo Criminal Nº 6 de San Isidro, que integran los jueces Luisa María Rizzi, María Angélica Etcheverry y Hernán Julio San Martín, el crimen de María Marta podría –o debería– servir para, al menos, pensar sobre la violencia de género en las clases altas, una realidad que existe y que, sin embargo, sigue corriendo sus cortinas de black out para que nadie la vea.
Es probable que después de este juicio haya un segundo proceso, el caso María Marta II, para develar la trama de encubrimientos que presuntamente existieron de parte de vecinos y familiares de la ex integrante de la Red Solidaria y Missing Children. Pero ésa es la otra parte de la historia; una historia que recién se está escribiendo, pero que delata todo lo que no se escribe sobre los asesinatos de mujeres high en la Argentina. El fiscal Diego Molina Pico sostiene que Carrascosa habría instigado y encubierto el crimen de su mujer, que él fue quien instauró la idea de que ella murió en un accidente, que su coartada sobre sus movimientos en la hora del crimen tiene contradicciones, que impidió que al cuerpo de su mujer se le practicara una autopsia, que se deshizo de pruebas importantes como la bala que mató a María Marta (el famoso pituto que terminó en la cañería del inodoro) y que habría pagado a un médico y a una empleada doméstica para ensuciar pruebas.
Si esto se comprueba en el juicio, la muerte de María Marta entraría en la definición de femicidio íntimo (el asesinato de mujeres cometido por un varón con el que la víctima tiene una relación íntima, familiar, de convivencia). En este caso, el crimen de María Marta no sería un hecho llamativo, pero aislado, sino una muestra del nivel de violencia de género que hay en la Argentina. “Del total de homicidios de mujeres, el 83 por ciento son femicidios. Por lo tanto, se constata que una mujer es asesinada cada dos días en la provincia de Buenos Aires. Se comete un femicidio cada dos días y medio, en el que el 68 por ciento son ejecutados por la pareja, ex pareja, concubino, novio o amante, es decir, femicidios íntimos”, detallan Susana Cisneros, Silvia Chejter y Jimena Kohan en la investigación Un estudio estadístico sobre femicidios en la provincia de Buenos Aires, en el que analizaron, con datos del Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, de 1997 a 2003, 1284 femicidios.
La verdad sobre el crimen de María Marta se va a conocer –si se conoce– después del juicio oral que está por comenzar. La hipótesis de la familia es que María Marta fue víctima de un robo en su casa por parte de una banda integrada por un vecino –Nicolás Pachelo– y custodios del country y que, como llovía, suspendió un partido de tenis, llegó antes de lo previsto por los ladrones, y fue asesinada. Sin embargo, en un caso con tantas repercusiones mediáticas, por el cual está acusado su esposo de matar o mandar a matar a su esposa, es singular que la cobertura periodística no genere, siquiera, la pregunta sobre cuántas mujeres de clase alta están, o pueden estar, encerradas en una cárcel de deck de madera y ligustrina de caña y plumerillos.
“A pesar de que se sabe que violencia hay en todos lados, cuando conocí a una médica que sufría violencia por parte de su esposo –un profesional que tiene mucha jerarquía en el ámbito de la pediatría– me enfrenté a mi propio prejuicio. No lo podía creer. Evidentemente las mujeres de clase alta, donde hay más confort, más status y más pudor, hablan menos. Las propias periodistas encontramos más fácilmente testimonios de mujeres golpeadas en las zonas más vulnerables y no en la Recoleta o en Nordelta. Y los vecinos de las zonas de casillas escuchan todo, mientras que los grandes departamentos o casas tienen paredes gruesas y cortinados dobles”, apunta la psicóloga y periodista de Canal 13, Liliana Hendel. “La sociedad quiere creer que en la clase alta no hay violencia. ¿Resabios en el imaginario colectivo de cuentos de príncipes y princesas? ¿Se imaginan a princesas en un grupo de ayuda? Las mujeres con status tampoco y eso las aísla y las desampara más. Se quedan más solas y, entonces, la sociedad aprovecha para no verlas a ellas y, menos, a los príncipes violentos”, devela.
Susana Cisneros, abogada y co-autora del libro Femicidios e impunidad, subraya: “La violencia hacia las mujeres está presente en todas las clases sociales y se expresa de la misma manera en la comunicación, en lo sexual y en el manejo del dinero, aunque varía el contexto. Pero el dominio y el ejercicio de poder por parte del hombre es el mismo. Es un mito social creer que la violencia en la clase alta es menor, o no existe. La realidad demuestra lo contrario”.
La abogada Marcela Rodríguez, directora del grupo Justicia y Género del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp) y diputada nacional, desmenuza esta cortina de dinero que logra amurallar la desigualdad de género en countries, barrios privados, o pisos de grandes torres. “Las causas de la violencia de género no tienen distinción por clases sociales y las características del ciclo de violencia y padecimientos de las mujeres tampoco revisten grandes diferencias. La violencia en las clases altas está más invisibilizada porque, durante años, se ha construido el mito de que se trataba de una cuestión de marginalidad, alcoholismo y pobreza, para convertirla en una cuestión que no obedece a la diferencia de poder entre varones y mujeres. Y, además, porque en muchos casos las mujeres de clases altas tienen más vergüenza para denunciarla o más cosas que perder. Por otra parte, en los barrios más pobres la cercanía hace que los episodios violentos sean más conocidos por los/las vecinos/as, al contrario de lo que sucede con las mujeres de mayores recursos. Sin embargo, no siempre que una mujer pertenezca a una clase alta implica que tiene acceso y disponibilidad de dinero”, diferencia.
En el mismo sentido, María Luisa Storani, del Centro de la Mujer de San Fernando, también acentúa esta ironía entre lugares donde hace falta mucho dinero para vivir, pero donde se vive sin dinero en la cartera. “La violencia contra la mujer es más frecuente en la clase alta y la baja y disminuye un poco en la clase media. En la clase alta tiene características de mucha asimetría en las relaciones, donde el lugar de poder se juega muy fuertemente y el aislamiento vincular con otros personas es muchas veces más grande. Por ejemplo, en la vida en un country, el víctimario suele ser un seductor y, en cambio, el aislamiento de la victima es absoluto. Por otra parte, hay mucho dinero, pero la mujer no maneja efectivo y le resulta muy difícil sostener la denuncia. La mujer tiene que estar muy contenida para poder afrontar su entorno social que, generalmente, le juega en contra.” A veces también el exceso de dinero, qué hacer con él o cómo no perderlo, puede ser fuente de conflicto. De hecho, la hipótesis del fiscal Molina Pico es que el móvil del asesinato de María Marta era su oposición a manejos financieros de Carrascosa que, según la denuncia, estaría ligado al Cartel de Juárez.
Hay un testimonio clave para, al menos sospechar, que María Marta pudo ser víctima de violencia por parte de su marido. Susan Murray, ex compañera de ella en la organización Missing Children –y promotora de marchas para pedir justicia por su amiga–, apuntó en una entrevista que le realizó la periodista Daniela Fajardo en Para Ti: “Primero pensé ‘pobre gordo, se le muere la mujer y encima sospechan de él’, pero después empecé a ver actitudes muy extrañas. Creo que el fiscal no está errado: el asesino está en el entorno íntimo de María Marta. A no ser que hubiese pasado algo raro... ¿cómo puede ser que los familiares –todos profesionales– no se hayan dado cuenta de que María Marta tenía seis tiros en la cabeza? Es todo muy raro...”.
Después de esa entrevista, y con cuatro juicios iniciados por familiares de María Marta García Belsunce, Susan decidió no hablar con la prensa hasta el juicio. Sin embargo, otra amiga, que pidió reservar su identidad, del mismo grupo de trabajo solidario, contó a Las12: “No tenemos certeza de que María Marta sufría violencia doméstica, pero nos quedamos con la intriga porque en tres oportunidades vino a reuniones de Missing Children con diferentes golpes. La primera vez tenía un moretón en el ojo y nos dijo que estaba jugando al tenis y no había visto la pelota, en otra ocasión, que después de hacerse masajes se resbaló y se golpeó la cadera y otro golpe lo justificó como un accidente con la puerta de la heladera. En el momento su grupo de amigas no hilamos nada, pero después de su muerte empezamos a pensar si tantos golpes no eran accidentales y se debían a situaciones de violencia que vivía en su casa. Tantos golpes juntos llaman la atención. Ella siempre decía: ‘¡Qué tonta, me caí!’, pero ahora no sabemos si sufría violencia y quería disimularlo. Por supuesto, que es raro que con un carácter tan fuerte haya podido aceptar una situación así. Pero tenemos la duda”.
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