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Viernes, 29 de junio de 2007

TEATRO

La huerta puede esperar

Verónica Llinás puede exhibir su cara lavada y la piel rosada que el sol de su huerta colorea sin ninguna nostalgia por la palidez de la noche que alguna vez la tuvo como protagonista. Lejos también de la cómica que supo ser se asoma ahora a una pieza –Atendiendo al Sr. Sloane, con Alejandro Urdapilleta– que la desafía como actriz y que trata temas universales como la familia, la hipocresía, el incesto.

 Por Moira Soto

La cara lavada, los cachetes sonrosados, el pelo peinado por el viento que se coló por la ventanilla del auto que la trajo desde La Reja, donde vive hace unos cuantos años, Verónica Llinás es la imagen misma de la naturalidad y la sencillez. A punto de estrenar Atendiendo al Sr. Sloane, de Joe Orton, bajo la dirección de Claudio Tolcachir, con Alejandro Urdapilleta, Matías De Padova y Osvaldo Bonet, la actriz se muestra feliz de vivir casi en el campo, pese al trajín de los viajes: “En un momento hice la opción sabiendo que me arriesgaba, que esa decisión iba a incidir hasta cierto punto en mi vida profesional. Pero irme a vivir a La Reja también aportó todo lo bueno: a mí me gustan los árboles, los pájaros, el sol, las flores, la tierra, trabajar la huertita. Me metí a cultivar y me resultó muy benéfico. Adoro los animales, tengo ocho perros, un lorito. Bajé la ansiedad, dejé de estar pendiente de las ofertas, del teléfono, me tomé todo con más calma. Ya no tenía que competir, que llegar a la meta, ganar una carrera”.

Verónica Llinás. Foto: Juana Ghersa

¿Qué sembrás en la huerta?

–En este momento tengo poco, porque no me estuve dedicando: lechuga, puerro, acelga, rúcula, radicheta. En verano: tomates, maíz, zapallo, zapallitos. Tengo una plantita de alcaucil que la cuido como si fuera de oro, la única que me sobrevivió de tres que salieron. Así que cada tanto me como un alcaucil recién cortado, una delicia.

¿Cultivar la tierra te lleva a cocinar?

–Me dan ganas de cocinar, sí. Porque además los huevos son de gallinas sin hormonas, comprás leche recién ordeñada para hacer una ricotta casera... Le dediqué un tiempo también al jardín, había mucho por hacer.

Todo eso sin dejar de trabajar en la tele, el teatro.

–Es cierto, hubo años que fueron bravos. Pero no me importaba el esfuerzo, el viaje: podía llegar a mi casa y encontrarme con el lugar donde quería vivir. Estoy muy contenta, es mi gusto personal y acepto algunos detalles no tan confortables que la gente de ciudad no soporta, o a la que simplemente no le interesa para nada este tipo de vida.

¿Como Woody Allen, por ejemplo?

–Claro, totalmente, Woody se muere de depresión. Creo que son opciones que pueden llegar con cierta madurez: empezar a ver qué querés realmente. A veces, claro, recuerdo el pasado, mi trabajo en el Parakultural, las actuaciones en las discotecas que por ahí terminaban a las 8 de la mañana. Me moví tanto, tengo la sensación de que me la gasté toda en esa etapa, y ahora no quiero saber más nada con ese estilo de vida. Me pasé al Heidi total.

Bueno, nadie te quita tu pasado, cosa que Heidi no tenía...

–No, tengo mi pasadito, claro. Soy una mujer con historia.

Y con final feliz, además.

–Por ahora ningún final, pero la cosa viene bastante feliz, sí. Me considero bastante afortunada a pesar de los grandes dolores que he tenido.

¿Dejaste el catolicismo para siempre?

–Sí, Chicas católicas ya fue, la hicimos casi dos años con mucha repercusión. Padecí bastante el proceso creativo, una obra que terminamos armando nosotras, la tocamos mucho. Pero sí, el público, sobre todo el femenino, respondió mucho. Después se fue desarmando el grupo, hubo buenos reemplazos, pero ya había cumplido su ciclo. Quería otro tipo de proyecto, algo como Atendiendo al Sr. Sloane, precisamente. Un trabajo para mí más arriesgado.

Chicas pegó en algún lugar de la hipocresía nacional que se ha gestado en buena medida en los colegios religiosos.

–Creo que las mujeres iban a hacer catarsis. Que esa crítica a ciertas formas de educación les resonó mucho, había diálogo con el público. Fijate que esta pieza de Orton que me tiene tan entusiasmada también habla de la hipocresía, aunque en un sentido más amplio, más abarcativo de las relaciones familiares, humanas. Se mete con el tabú del incesto. Atendiendo... habla de temas que me parecen universales y atemporales. Creo que cada espectador puede proyectar en esta pieza sus cosas personales, completarla. Porque Orton deja muchos interrogantes abiertos, sugiere pero no muestra del todo. Es increíble que la haya escrito tan joven. Lo que me interesa de esta pieza son los ríos subterráneos que la atraviesan. Y por supuesto, me pareció jugosísima para actuarla.

Es una obra que irradia un humor virtual, lo cual debe generar la tentación de explotarlo, sobre todo en tu caso y en el de Alejandro Urdapilleta.

–Exactamente, y eso fue lo que no quisimos hacer: montarnos en lo que puede tener de comedia graciosa, de guiños al público, sino sumergirnos en todo lo que tiene de dramático, de trágico. Y que el humor aflore de ahí, sin facilidades, desde el compromiso emocional de los actores.

Kathy, tu personaje, ha sido víctima de una represión terrible para guardar las formas, muy joven le han arrancado un hijo que tuvo sin estar casada. Es una persona fijada a un período de inmadurez.

–Ella está marcada por esa gran frustración, ha quedado en una especie de limbo. Había que hacer una elección porque desde el texto se la propone casi como una nena, bastante infantil. Lo que me gustó del trabajo con Claudio Tolcachir es que siempre trató de bajarme, no quedarse en la liviandad de esa nena sino tomar ese personaje en toda su complejidad. Porque aun en su inmadurez, Kathy presenta diversas facetas. También se trataba de que yo dejara de controlar algo, porque cuando una no se involucra emocionalmente siempre hay algo de control, de tomar de afuera el personaje, elegir cómo se mueve, cuáles son sus tics, su manera de hablar. En este caso, me aparté de ese método, me aboqué a investigar el mundo interno de Kathy, sin preocuparme por las formas de exteriorizarlo. El director me fue guiando y yo me abandoné a ese camino. Me da un poco de vértigo esta sensación de no controlar, pero a la vez sé que puedo confiar en Tolcachir y seguirlo. Yo tengo mucho oficio como cómica y a veces aparece la necesidad de provocar la risa. Porque la risa del público es tranquilizadora, el mensaje es que está todo bien. Con el silencio no pasa lo mismo.

Tu personaje es un protagónico con mucha presencia en la obra, mientras que el de tu hermano Eddie aparece menos, aunque su peso se hace sentir de continuo.

–El protagonismo está compartido en esta versión. Hay una especie de triángulo formado por los dos hermanos y por Sloane. Kathy se pinta como la térmica por la que salta toda esa familia enferma. Creo que Orton está hablando también de esta cosa británica de cuidar la compostura exterior, mantener una imagen social, y paralelamente romperla en la intimidad para después volver a guardar las apariencias. El careteo, la doble moral. Nosotros hemos trabajado más otros ejes, como la relación de los hermanos, qué ocurrió en ese pasado oscuro, la manera de ejercer el control mediante el dinero. Mirá, estoy muy contenta con este grupo, su manera de encarar el trabajo. Hace años que con Alejandro queríamos hacer algo juntos. Poder actuar con Osvaldo Bonet, un tesoro como actor y como persona. ¿Viste que Kathy maltrata un poco a su padre? Al principio me costaba un poco actuarlo, pero Osvaldo me alentaba. Matías Da Padova, como Sloane, aporta una frescura desprovista de los tics de la tele, viene de De la Guarda, del teatro callejero. Por suerte, en el grupo se generó una célula amorosa. Me gusta trabajar con gente joven, me da un poco de miedo el carcamanerío, quedar atornillada en algo que creemos que logramos.

Pese a su cinismo, a su pesimismo, la mirada de Orton sobre Kathy es en definitiva tierna.

–Sí, es la que se salva, dentro de su inmadurez. En algún momento pensé que la obra era algo misógina, una reacción desde la cabeza de Kathy. Pero no, desde su crueldad, Orton le otorga ternura. No es tonta por ser mujer sino porque se quedó detenida en el tiempo, una herida inmensa, dominada por ese hermano siniestro, a su vez peleado hace años con el padre. Esos nudos familiares de todas las épocas. Esta es una obra que tiene misterio, ambigüedad, está llena de sugerencias, permite que el público la complete, continuamente te propone abrir y bucear en tu familia, tu historia.

¿De modo que Atendiendo... justifica que hayas abandonado un poco la huerta?

–Ay, sí, la he descuidado bastante porque además estoy organizando una muestra de mi madre, Martha Peluffo, que murió joven. Tuvo una carrera muy buena pero truncada. Hace bastante que estoy trabajando en este tema, yo quería hacerle este homenaje, pero había una cantidad de obra que mi mamá había dejado en Colombia y que yo tenía que ubicar. Victoria Verlichak hizo toda la investigación periodística. El marido de Felisa Busti, una pintora muy amiga de ella, me entregó diecinueve cuadros que había guardado durante 30 años, y me los traje. Estoy en esos preparativos, tengo una fecha para octubre en Recoleta, en la Sala C. Pero los cuadros que me traje son enormes y esa sala me quedó chica, así que estoy tratando de que me den la de al lado para que no quede la mitad de la obra afuera, cosa que me daría mucha pena. Ha sido un proceso emocional muy intenso viajar a los lugares donde ella estuvo, ver fotos, obra que no conocía. A mi madre se le hizo cuesta arriba llevar adelante su carrera de artista, aunque era muy buena. La recuerdo diciendo que tuvo que luchar contra sus propios amigos. Además, por ser muy linda, se le hacía difícil que obviaran este detalle y la vieran como pintora. Como mujer, siempre tuvo que estar rindiendo examen, luchando para que la tomaran en serio. Ella sufrió mucho ese machismo, un arrastre cultural que todavía persiste.

¿Nunca tuviste el proyecto de hacer un texto de tu padre, Julio Llinás, notable escritor?

–Yo pienso como vos, lo valoro mucho. El escribió algo hace tiempo a pedido mío, le puso Diva de título, después hubo una película que se llamó así. Era en la época en que yo cantaba. Tendríamos que sentarnos a reescribirlo. Lo que pasa es que dejé de cantar, pero quién no te dice que no he de volver. Tengo otras materias pendientes, porque también me gusta escribir: teatro, guiones de cine o de televisión. Me interesa mucho, mi hermano Mariano me ha ayudado. E intenté hacer un taller con Javier Daulte, para generar un compromiso. Al trabajar sola me cuesta más disciplinarme, concretar. Pero es algo que quiero hacer, tengo tres o cuatro cosas empezadas. Cuando termine con la muestra, me voy a dedicar.

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