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Viernes, 29 de junio de 2007

TRABAJO

El costo de la belleza

Avon es una tradicional empresa dedicada a productos de cosmética que emplea casi en su totalidad a mujeres –los varones están en puestos jerárquicos– tanto en la línea de producción como en la venta, aunque las clásicas vendedoras de esa marca no tienen ninguna relación de dependencia. Postal de la precarización.

 Por Gimena Fuertes

A las seis de la mañana arranca la cinta transportadora en la planta de cosméticos y perfumes de Avon. A lo largo de la línea de producción cientos de manos femeninas llenan frascos, otras los cierran y otras los empaquetan. “¿Viste la película de Charles Chaplin?, Bueno, así”, describe una de las chicas. A partir de 2000 esa cinta comenzó a aumentar su velocidad al ritmo de la precarización de los contratos y de las condiciones de trabajo. Hoy las trabajadoras de Avon que tienen tendinitis, operaciones y licencias por enfermedades se cuentan de a decenas. A fines de mayo, esa cinta transportadora se paró durante tres horas por primera vez en la historia de la compañía. A partir de entonces, comenzó una literal caza de brujas con aprietes y las amenazas que apelan al peor de los miedos de este tiempo: perder el trabajo.

Del lado de adentro, 550 operarias trabajan en la planta fabril ubicada en el partido bonaerense de Moreno. Del lado de afuera, un ejército de vendedoras distribuyen los productos en los barrios de todo el país sin ninguna relación de dependencia con la empresa. “Es una empresa de mujeres manejada por hombres –argumenta Marcela–, los lugares de poder y de mando son de hombres, y todo el trabajo lo hacemos nosotras.” Las trabajadoras no saben muy bien por qué en la cinta son todas mujeres. “Dicen que es porque somos más habilidosas con las manos”, supone Cora. “En realidad es porque nos pagan menos”, arriesga Marcela. “Se creerán que somos más sumisas”, especula Teresa.


PUERTAS ADENTRO

Las trabajadoras no tienen el dato exacto de cuánto aumentó la velocidad de la cinta, pero especulan que en los últimos años se triplicó. “Necesitaban mayor producción con menor cantidad de mujeres y a mayor velocidad de línea. La velocidad estándar nunca se respetaba”, afirma Teresa. Hoy hay un 40 por ciento de mujeres que están con problemas de tendones y otras tantas con licencias. “Tengo 26 años, hace tres que estoy en la empresa y tengo tendinitis. El médico me prescribió que no tengo que hacer nada, ni levantar la pava, nada. Cuando vengo al médico laboral y le digo lo que me produce este trabajo, él me dice que no, que eso me lo pude haber agarrado limpiando en mi casa, y yo le dije que no, porque yo no limpio en casa”, se queja Marcela. Teresa tiene 45 años, hace siete que es operaria de Avon y no puede cerrar su mano izquierda. “Es por la repetición de hacer siempre el mismo trabajo. Ellos dicen que la tendinitis no es una enfermedad profesional porque nos la agarramos escurriendo un trapo de piso en tu casa, entonces no te lo cubren, cuando en realidad es obvio que el trabajo repetitivo te produce eso –argumenta enojada–, el médico me dijo que haga tareas pasivas, pero no me dio ningún papel, yo soy la que trato de cuidarme y mis compañeras también me ayudan”, cuenta. Pero Marcela agrega que “te dicen que hagas tareas pasivas, pero hay gente que está hace 20 o 30 años, y están más deterioradas que yo, no les podés pedir el lugar”.

Teresa cobra 1350 pesos por mes, “es decir, 13 Today –uno de los perfumes de la marca– mensuales, cuando hacemos cantidades industriales. Se pueden hacer 20 mil, 30 mil, 8 mil, y van cambiando los productos”, relata. “Yo tapo, apoyo la tapa en el frasco y la otra chica los golpea con un martillo, pero cuando vos golpeás con un martillo te tenés que poner anteojos de protección porque se puede romper un envase, te puede saltar un vidrio o la colonia. Pido los lentes y me dicen que no hay. Nunca alcanzan los artículos de protección para todas las chicas.”

El 24 de mayo la línea de producción se paró por primera vez en la historia de la empresa durante tres horas para pedir la reincorporación de tres trabajadoras que habían reclamado un aumento salarial. También reclamaban que el aumento del 16,5 otorgado por el gobierno no se pague en cuotas y mejores condiciones de trabajo. Si bien se logró que las trabajadoras suspendidas vuelvan a sus puestos de trabajo, las condiciones dentro de la fábrica cambiaron: “Nos empezaron a llamar de a grupos de diez compañeras para hostigarnos. Por suerte el día del paro salimos a la puerta y empezamos a llamar a canales de televisión. Si la protesta no se hubiera visto afuera, la represión hoy hubiera sido mayor. Eso nos salvó”, asegura Teresa. Marcela agrega: “En enero un grupo de chicas fue al Ministerio de Trabajo a averiguar si su contrato era legal, cuando el jefe se enteró las mandó llamar una por una y les preguntaba: ‘¿Si vos eras una chica tan buena, por qué ahora te volviste quilombera?’”.

Según cuentan las trabajadoras, el disciplinamiento por parte de la empresa aumentó tras la medida de fuerza, pero es una política sistemática. “Vienen y te dicen que no podés masticar chicle en el envasado. O te retan si te tomás un mate cocido en el vestuario. Son diferentes formas de presión de esa mirada y control”, cuenta Marcela. Teresa agrega que “si estás hablando con tus compañeras le dicen al supervisor ‘separalas o llamales la atención’. El control de los cuerpos es terrible solo con la mirada. Si lo ves venir al jefe ya te incorporás mejor en la silla”.

La empresa tiene sede en Nueva York. En Sudamérica, la planta de Moreno produce para Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y Perú. La mayoría de las trabajadoras de Avon viven en los barrios cercanos a la fábrica y un gran porcentaje son jefas de hogar que con su sueldo mantienen a su familia.

PUERTAS AFUERA

El sistema de venta directa se basa en las redes familiares y amistosas de las vendedoras. Ollas, recipientes, vestimenta, lencería, accesorios y cosmética son los productos que más circulan gracias a relaciones personales a las que apelan las vendedoras. Marta trabaja para Avon desde hace cinco años. Cada tres semanas recorre los negocios de Lugano, conversa con otras madres en la puerta del colegio de sus chicos o les deja “el librito” a sus vecinas del edificio. Pero para poder concretar las ventas, primero deberá poner plata de su bolsillo. “Una vez que te hacen los encargos, tenés que pagar en el banco o en Rapipago por adelantado. El talón que te dan se lo tenés que dar al fletero que te entrega la mercadería”, cuenta. Marta vive sola con sus cuatro hijos y también vende Gigot, otra marca de cosmética, desde hace 16 años, y ropa por el mismo sistema de venta. “El tiempo que le dedicás a este trabajo depende de vos, y de eso depende tu ganancia”, sintetiza. Por cada producto vendido de Avon se queda con un 20 por ciento promedio. “A veces te dan premios que no son en efectivo. Son muy lindos, pero son muy exigentes, son casi imposibles de conseguir. Por ejemplo, si vendés 10 lociones de 80 pesos te dan un premio. Pero la gente no compra cosas tan caras, buscan las ofertas”, cuenta Marta.

En este sistema de venta directa la mayoría de las trabajadoras no tiene ningún tipo de relación laboral con la empresa proveedora. Incluso existen puestos que muchas veces son solo simbólicos, como las denominadas “líderes” que tienen a su cargo a todas las revendedoras de la zona y tienen la obligación de incorporar gente en todas las campañas y de cumplir con los objetivos de venta. “Hace dos meses me ofrecieron ser líder, pero les dije que no porque recién empezás a cobrar en efectivo después de un año de trabajo, y no estoy dispuesta a laburar un año gratis. El trabajo lo necesito y sé hacerlo, pero no puedo esperar un año para empezar a cobrar”, se queja Marta. “Es una changa, no es un trabajo. Si no salís a vender, no es mucha la guita que te queda. Si vendés 500 pesos te quedan 100. Cada una lo maneja como puede y quiere. Yo no puedo hacer otra cosa por los chicos, no los puedo dejar solos ocho o diez horas todos los días.”

Desde afuera, Cora analiza a la que fue la empresa en la que trabajó casi 20 años. “Avon tiene una mirada muy conservadora. La mujer tiene que ocupar el lugar de la línea y en los cargos directivos son todos hombres, por eso hay ese menosprecio para las trabajadoras. Es una empresa multinacional que tiene como campaña el preocuparse por la mujer, el cuidado del cuerpo, pero puertas adentro solo hay explotación.”

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