Viernes, 29 de junio de 2007 | Hoy
CLASIFICADOS
Se están manejando con claridad alarmante los conceptos en el mundo laboral. Que un aviso convoque a 40 operarios de sexo masculino y a otro tanto de “sexo indistinto” refleja a las claras que las mujeres no sólo perciben un 30 por ciento menos que los varones por trabajo equivalente sino que la misma discriminación acaba derrapando, a igual desempeño, en términos de invisibilidad. En todo caso, ¿qué debería preguntarse una postulante a operaria de fábrica cuando sus posibles empleadores convocan a personas de “sexo indistinto”?
En su trabajo ¿Hacia una economía feminista de la sospecha?, la investigadora Amalia Pérez Orozco, de la Universidad Complutense de Madrid, alienta ese estado conjetural “como mecanismo de autoevaluación constante y de incorporación de los nuevos desarrollos de teoría feminista. Si nuestra intuición es compleja –como lo es el pretender analizar desde las subjetividades individuales y colectivas hasta las diversas esferas económicas, pasando por los hogares y desentrañando los procesos de reproducción, ejecución y creación de los sistemas de ordenación social a través de las estructuras económicas—, podemos sospechar que vamos por buen camino”. Menos optimista, Cecilia Castaño, catedrática de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, advierte que los nuevos sistemas de producción flexible, que producen para el momento y a corto plazo, “requieren de un nuevo perfil de trabajador/a. Deben ser personas flexibles, capaces de adaptarse a cambios rápidos, a los que se puede despedir fácilmente, que estén dispuestos a trabajar en horas irregulares”. La referencia a un sexo indistinto es otra pincelada más sobre esa mano de obra heterogénea, flexible y temporal. En plena crisis de 2000, cuando la Argentina suscribió la Declaración del Milenio, incluyó entre sus objetivos “promover la igualdad de género y la autonomía de la mujer”. Hoy, un plan del Ministerio de Desarrollo Social se propone “alcanzar en 2015 una mayor equidad de género mediante una mejor participación económica de las mujeres. Una reducción de la brecha salarial entre varones y mujeres, y aumentar la participación de éstas en los niveles decisorios en instituciones públicas y privadas”. Faltan siete años para que se cumpla ese plazo. La sospecha vuelve a asomar, violenta. ¿Qué será de la segregación ocupacional?, se pregunta el último informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre los “Desafíos para la igualdad en el trabajo” en la Argentina. Joder: un clasificado perdido entre miles viene a responderle lo que ningún organismo oficial se atreve a comunicar. Y es que al menos por ahora, las oportunidades de empleo no se distribuirán de la misma manera entre hombres y mujeres; la segregación por rama de actividad persistirá, y el déficit de trabajo decente para un amplio sector del universo femenino seguirá gozando de buena salud.
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