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Viernes, 31 de agosto de 2007

NOTA DE TAPA

Me tomo cinco minutos...

...y mejor dejar el té lejos para evitar quemaduras. Es que es una fórmula comprobada: primero ver o leer, después pasar a la acción. Así ha sido y así será y así es como la masturbación tiene su propia historia ligada a la descripción, culpabilización y cura; todo disponible y a la venta, en ese orden u otro según el siglo en que se elija poner el ojo. Así lo plantea Sexo Solitario, una historia cultural de la masturbación, de Thomas W. Laqueur –Fondo de Cultura Económica–; pero claro, cada cual tendrá su propia idea, al menos para los minutos que siguen.

 Por Liliana Viola

Alguien se masturba mientras se promete que será la última vez. A punto de controlarse responde al llamado de los demonios que habitan en sí, se deja llevar. Sí, demonios. Ya estábamos en el siglo XX cuando el joven Wistgenstein hablaba de su agonía moral por haberse masturbado durante la Gran Guerra, en el campo de batalla entre el combate y la muerte. Alguien lo hace ahora porque tiene derecho a hacerlo. Como deporte o por distracción, frente al monitor de su computadora, ante una revista diseñada de acuerdo a sus gustos, en la sala de un cine continuado que como el libro, no ha sucumbido a causa de Internet, del video club, ni de los pastores evangelistas.

O lo hace porque ha estado leyendo sobre el tema. Leer, la mayor trampa. Los discursos sobre el onanismo impusieron un discurrir pornográfico. Hablar del asunto es invitar. Durante el Iluminismo, un acto íntimo se convierte en vicio reglamentado por la cita voyeurista. Proliferan textos seudocientíficos que explican con detalle los males, los modos, las variantes, las soluciones, las consecuencias y admiten una lectura envuelta en fragor por los practicantes del círculo vicioso. Antes se postulaba que no se llega a la masturbación por azar, práctica transmitida de sabios a iniciados. Fueron los pedagogos, los expertos y moralistas quienes aportaron extensa bibliografía. Los libros que apuntaron desde el siglo XVIII hasta mediados del XX a desalentar a “esas personas que usan de sí mismas”, recurren a preciosas historias para atraer lectores y lectoras, como aquella de las dos monjas que descubrieron que tenían el clítoris agrandado debido a la práctica mutua y que el Papa autorizó a que cardenales investigaran si el vicio había llegado a cambiarles el sexo, como muchos suponían.

Durante mucho tiempo todo acto solitario que despertara la imaginación se pagó con salud. Literatura y masturbación estuvieron unidas. “El vicio de la lectura –decía un médico del 1700– tiene en común con el otro, el hecho de que es solitario y persigue un interés propio.”

Sin embargo, hay una diferencia entre ambos vicios. Por lo que sabemos, la gente siempre se masturbó y en cambio no siempre leyó silenciosamente. La lectura, por su parte, en el siglo siguiente ya estaba reivindicada mientras que la masturbación se empieza a abrir camino en la segunda mitad del siglo XX. Pero entonces los médicos alertaban con el mismo énfasis sobre ambos males “ya que la mente del joven, afiebrada por una indigestión de literatura juvenil, lo deja al margen de cualquier pensamiento importante. Un muchacho se abandona en cuerpo y alma a la educación de los libros.”

La masturbación es, así, nodriza de la lectura, que llega a aliviar el estado de alteración que deja su ama.

La mente de la mujer, ni hablar, más frágil y propensa a la fantasía, comienza con los libros y enseguida desliza las manos hacia el “vicio secreto”. Si en un principio esto podría ser bueno y hasta terapéutico, ya que las vuelve hacia la castidad, luego se verá su doble filo. Advertencia: las mujeres se alejan de sus deberes para con la reproducción y a fuerza de autoabuso, los órganos ligados a tal fin se atrofian. Estos y otros apocalipsis fueron sostenidos por la ciencia médica durante casi tres siglos. Se podría aventurar que muchas personas infértiles, tuberculosas, epilépticas, reumáticas, con mal de Parkinson, débiles mentales, no sólo padecieron su mal sino que cargaron con la culpa de habérselo causado por la inclinación a darse placer.

¡Welcome - Bienvenue - Willkommen - Bienvenidos to Onania!

Thomas W. Laqueur , historiador nacido en Estambul en 1945 y profesor en la Universidad de Berkely, California, fija el nacimiento del onanismo en una fecha puntual: el año 1712 y en Inglaterra. En su libro Sexo solitario. Una historia cultural de la masturbación (Fondo de Cultura Económica) que acaba de editarse en español, Laqueur desarrolla la hipótesis de que la masturbación, tal como la conocemos, es un invento moderno. La relación vergonzante y culposa que se ha mantenido con ella no se deriva, como muchos sexólogos aseguran, de las admoniciones religiosas de papas y rabinos en pos de evitar el desperdicio de semen en épocas con problemas demográficos. No viene de la Antigüedad ni siquiera de la Edad Media.

Laqueur sitúa el comienzo en un panfleto médico de 88 páginas conocido como Onania pero que en el original llevaba un título más extenso: Onania; o el atroz pecado de la autopulición y sus terribles consecuencias, indagado en ambos sexos con consejos espirituales y físicos para aquellos que se han dañado con esta abominable práctica. Y una provechosa admonición a la juventud de ambos sexos.

Fue este autor anónimo, que luego resultó ser un prestigioso cirujano autor de pornografía medica soft, quien por primera vez en la historia utilizó el paralelismo con Onán, personaje que aparece en el Viejo Testamento, no necesariamente como un masturbador. Onán es el hombre que decide desperdiciar el semen en la tierra antes que fecundar a la mujer de su hermano muerto. La ley lo había obligado a casarse con ella y el hijo que naciera de tal unión se consideraría hijo del muerto. Onán pagó su rebeldía con la muerte. Los masturbadores y las masturbadoras, a partir de Onania, también.

Laqueur no desconoce que las personas se masturbaran antes de esa fecha ni que la religión se haya ocupado del tema. Pero advierte que durante milenios la reglamentación sobre la ética del cuerpo deseante privilegió otros asuntos: la sexualidad dentro del matrimonio y la cuestión del amor por el mismo sexo. En ambos, además, el objeto de regulación había sido el varón. La mujer aparece, gracias a la masturbación, en el universo de la sexualidad ya no como prostituta sino como ejerciendo un acto para su entero beneficio. Sí, se masturba y preocupa a los médicos ya que en ella el vicio es más secreto, puro deseo, no es el líquido seminal lo que se evapora en el transcurso del acto sino otra cosa. Para ellas, entonces, más castigo y más culpa. La masturbación puede ser preparación para la ninfomanía o el tribadismo, para la anorgasmia y la frigidez. Una masturbadora se curaría rápido si la hiciéramos pasar una temporada en un prostíbulo, comenta entre risas un médico de la época.

La medicina, dice Laqueur, siempre fue una especie de guía moral, una suerte de ética de la carne y este papel aumentó considerablemente en el siglo XVIII cuando las normas morales comenzaron a fundarse en la naturaleza y a ser transmitidas por pedagogos, médicos y curas. La pregunta sería no sólo por qué en 1712 la masturbación comenzó a ser vista como un objeto de la medicina, ni siquiera por qué alrededor de 1930 dejó de ser una enfermedad, sino por qué se convirtió en un problema moral tan perturbador. Para Laqueur la respuesta está en el advenimiento de una mirada profundamente individualista que valora la autonomía, da lugar importante a la autoexploración, el individuo surge libre respecto de un mundo cultural. Ante el reinado de la verdad, aparece este vicio secreto en el centro de una economía sexual que amenaza con perder el control de su energía. La masturbación, o mejor dicho, su medicalización y regulación, juega un papel fundamental en el intento de conciliar la relación consigo mismo y con los demás en un mundo sin polos fijos. Desde esta perspectiva, la historia de la masturbación transita tres etapas que paradójicamente conviven aún: en el siglo XVIII representó la relación del hombre y el mundo social; encrucijada donde hombres y mujeres, chicos y chicas, podían equivocarse eligiendo la peor soledad, comprometiéndose consigo mismos. La revolución freudiana la sacó de su encrucijada para convertirla en etapa infantil a superar. En la actualidad, herramienta del autoconocimiento y autonomía.

Por la plata baila el mono

También es cierto que un interés de lucro tuvo y tiene un lugar muy importante en tanta divulgación. Inmediatamente luego de la aparición de Onania y como parte del mismo negocio, salieron a la venta “tinturas vigorizantes” y “polvos prolíficos”, mejunjes destinados a librar a los enfermos de sus males. “Llamativamente, este desvergonzado esfuerzo por inventar una nueva enfermedad y al mismo tiempo ofrecer su cura a un precio exorbitante, se volvió el texto fundacional de una tradición médica –se lee en Sexo solitario– que se convertiría en uno de los pilares de la medicina del Iluminismo y que ayudó a crear la sexualidad moderna.”

Después de Onania, el tema se multiplicó en pocos años. La Enciclopedia, por ejemplo, le dedica 30 páginas. Son incontables los tratados serios sobre el asunto. Un célebre médico francés, el doctor Pouillet, llegó a encontrar cien situaciones claramente identificables como signos o consecuencias del autoabuso.

En la década del ’90, la empresa Good Vibrations, de juguetes eróticos, sacó una campaña a favor del mes de la masturbación. Tratar a la masturbación como una actividad entre tantas a las cuales se les dedican festejos, rememoraciones o mesas redondas, es una estrategia publicitaria que da frutos. Hay cursos, libros, terapias que ayudan sobre todo a las mujeres a masturbarse mejor. En estos días, la misma práctica se propone curar los mismos males que causaba hace 200 años. Actualmente, espejo carnavalesco de aquellos viejos tratados, en Internet existen comunidades virtuales de onanistas, un universo alternativo de sociabilidad que se crea mediante la revelación pública de un vicio no tan privado. Más de 5 mil jóvenes con una edad promedio de 22 años respondieron a la encuesta del quinto aniversario de Jackin World (www.jackin.com que tiene su link especializado en masturbación femenina www.clitical.com) Un tercio dijo que entraba para saber qué opinaba la gente sobre el tema, el otro tercio dijo que quería encontrar nuevas técnicas y el tercio restante, que entraba porque estaba excitado.

Adolescente masturbador de 16 años. Joven abstinente de 21 años. Masturbador de 50 años. Hombre abstinente de 70 años.

La flor de mi secreto

Alguien lo hace recordando a su amor, o a su suegro, a su propia hermana, a un ser que detesta, a un objeto cualquiera. No hay vicio mas atractivo o fácil de realizar, se puede cumplir sin ayuda de nadie, la oportunidad está siempre allí y es increíblemente fácil guardar el secreto. El secreto es en gran parte lo que ha convertido en centro de atención al onanismo, ya sea como condena o consejo. La masturbación ofrece a quien la practica liberación de vergüenza, culpas y restricciones; los tímidos y las tímidas pueden encontrar el orgasmo; las mujeres pueden usarla para combatir fuertes deseos que las llevarían a brazos equivocados, esquivar el diálogo, el seducción y hasta el chateo virtual. Quien lo haga estará repitiendo un acto milenario del cual dan muestras vasijas griegas donde sátiros o cabras humanas con penes más largos que el propio cuerpo aprietan con las dos manos y frotan. O un porción menor de vasijas donde las mujeres sonríen mientras se sientan sobre penes sin dueño.

La masturbación es un acto impune, “atroz comercio con uno mismo”, no tiene la condena de la sodomía o el sexo en la vía pública. Sexualidad pura, mientras tanto. Por esta misma razón, los males pesan en la conciencia de quien hoy se masturba aunque presume que pierde el tiempo, pierde la práctica de hacerlo con otro, pierde control, capacidad de acción, contacto con el mundo de las acciones reales y redituables. Definitivamente ser un pajero o una pajera no es un don. No importa. Ahora mismo alguien lo hace como en la novela de Charly Feiling como parte de una rutina, entre el lavado de dientes y el desayuno. Alguien se masturba por primera vez, alguien lo deja para más tarde porque otro pensamiento ocupó el sitio. Se masturba contenta porque libera toxinas, relaja los músculos y se realiza como ser sexuado. Alguien se masturba con alguien, o por la curiosidad que le provoca un vibrador recién llegado de Alemania que tiene 10 funciones, totalmente realizado en material Cyber-Skin, con nervaduras y tonalidad de réplicas de un actor porno famoso.

Así es, en este comienzo de siglo conviven personas que consideran que masturbarse es autorrealización con aquellos que pueden recordar las advertencias sobre pelos y otras marcas que sus mayores les transmitieron. Porque la masturbación es la sexualidad de la modernidad, y de la burguesía que la creó. La primera sexualidad verdaderamente democrática, que alcanza a todos sin distinción alguna.

Mejor sola

Las mujeres, siempre ausentes, pueden sentirse afortunadas. La masturbación las puso en la mira. En el siglo XIX un manual para padres recomendaba duplicar la vigilancia de las niñas a la hora de dormir. En general parece que nada sucede pero un observador cuidadoso puede detectar el vicio y actuar en consecuencia: “Notará que apenas entra en la cama parece la niña sumida en un sueño profundo. No hay que dejarse engañar. La marcada exageración con la que finge dormir puede quedar en evidencia despertándola y percibiendo la transpiración, que no se debe al calor de la frazada. Vea que tiene el pulso intenso y acelerado”.

Para los hombres del Iluminismo, para Tissot en especial, el peligro mayor estaba en las damas. Porque “las casadas, para quienes lo erótico supera lo afectivo y no están satisfechas por sus maridos, se masturban; las mujeres que temen tener hijos, se masturban; las que se sienten víctimas del sexo, al que sienten como atributo masculino, se liberan así”. A fines del siglo XIX la masturbación femenina, sobre todo si se trataba de mujeres inteligentes, era considerada causa eficiente de los pedidos de divorcio.

Cuando más adelante la sufragista Edith Watson (1888-1966) reconocía que la libertad en materia sexual era un imposible ya que la abstinencia también lo era, se hizo escuchar la voz de Stella Browne (1880-1955), librepensadora socialista, radical sexual, militante por el control de la natalidad, acusándola de hipócrita. Es emblemático el texto de Browne por su defensa encendida de la masturbación –ese espantapájaros construido desde la medicina– como punto medio entre abstinencia y exceso. La defensa de la masturbación femenina, que define muy temprano el lugar del placer separado de la reproducción e incluso del cuerpo del otro, está en el origen de los discursos sobre la diversidad.

Otra vez, para qué negarlo, se ha estado hablando de sexo. Vueltas concéntricas sobre el punto. Si algún fragmento de todo lo anterior ha llegado a producir excitación o ha dado ideas, no debe considerarse mérito ni falla de nadie, sólo parte de una vieja tradición.

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