Viernes, 5 de octubre de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
El uso masivo y naturalizado de las nuevas tecnologías se ofrece como una herramienta para la vieja costumbre machista de jactarse de su actividad sexual. Y, en otro sentido, también sirve para seguir ejerciendo aquello del mirame y no me toques que ponen en práctica las chicas sin pensar, más allá del instante de la toma –fotográfica o de video–, que bien puede perdurar en el archivo virtual aun cuando su deseo de exhibición se haya agotado. Entre la falta de legislación y el desconcierto se abre este debate.
Por Luciana Peker
El chiste dice que un hombre está en una isla desierta con Claudia Schiffer y tiene sexo con Claudia Schiffer. El primer día no lo puede creer, el segundo día lo disfruta más, el tercer día se siente el hombre más feliz de la Tierra y el cuarto día le pide a la modelo que se pinte un bigote sólo para que él pueda decirle: ¿a qué no sabés a quién me estoy cogiendo? ¿Qué sentido tiene tener sexo con Claudia Schiffer si no se lo puede contar a los amigos? El chiste –del manual de chistes fáciles– desenmascara una de las verdades más apasionantes de la sexualidad y es que el lenguaje estira la superficie de los cuerpos después de que los cuerpos –según el lenguaje– acabaron. Pero el chiste también habla de cómo, en la tradición masculina, el sexo –tener sexo– es un bocado para compartir con amigos (o, por el contrario, se suponía que era de caballero no manchar a una mujer contando que se había tenido sexo con ella, como si el sexo manchara más allá del sexo). Sin embargo, hoy ese hombre de la isla desierta con Claudia Schiffer –o, para aggiornarlo, con Angelina Jolie o Rocío Guirao Díaz– podría haber llevado su camarita y trasmitir sus escenas sexuales vía Internet. La idea de difundir la intimidad –antes, en todo caso, relatada entre rondas de risas entre amigas o de barras de bar entre varones– no es eventual, sino tendencia. Por un lado, puede ser una adaptación generacional a la mixtura entre el placer del sexo, la comunicación tecnológica y la exacerbación de la imagen visual. Pero, por otro lado, hay un filo donde rec y play ya no están sólo para filmar cumpleaños y graduaciones sino la porosidad jadeante del sexo a todas luces. Tanto, que parece de una cultura ancestral la publicidad de una crema para la disfunción sexual masculina que se promocionaba con la frase: “Cuando se apaga la luz, se enciende GI MONTE”. Ahora, si hay sexo que se note, se grabe, se registre, se pase, se vea y se comparta (al menos visualmente).
Sin embargo, esta tendencia tiene muchos costados riesgosos y filosos que, en la Argentina, pasaron como escándalos frívolos y mediáticos pero que, en realidad, demuestran que la vulnerabilidad de género también puede expandirse tan rápido como el video de sexo oral atribuido a la inventora de sí misma, Wanda Nara, de 20 años. Ahora, Andy Kusnetzoff se divierte haciendo pasear a Wanda con un grupo de cartoneros que le gritan petera. Pero, más allá del personaje, las declaraciones de Wanda desnudan algo que va más allá de la maquinaria: “Tuve dos novios en mi vida así que tuvo que ser alguno de ellos”. ¿Cómo se llama esa apropiación post relación del cuerpo de la novia si no se llama abuso? ¿Cómo se frena ese riesgo que puede ser deseo y después amenaza, infiltración o miedo?
Las situaciones pueden ser mucho más aterradoras y agravar un abuso sexual explícito. El 8 de julio de este año una adolescente de 16 años fue violada en el boliche La loca cubana de San Antonio de Areco. Ella denunció, ante el juez de Menores de Mercedes, Marcelo Giacoia, que la drogaron, la violaron cinco hombres y que la llevaron en andas como si fuera un trofeo. Pero ahí no terminó el abuso. Ella contó que le tomaban fotos con sus celulares y que grabaron un video que fue exhibido en un locutorio de San Antonio de Areco.
Más allá del uso brutal de la tecnología para agravar un delito tan grave contra una adolescente, los videos –aun filmados con el consentimiento de las mujeres– muchas veces son mostrados en Internet por parte de esposos –sin que sus mujeres sepan– y, muchas otras, difundidos para boicotear a alguna mujer que empieza a tener vida pública (un efecto que se puede incrementar en los próximos años cuando el archivo de videos y de mujeres filmadas se multiplique). Eso le pasó a la mediática, escandalosa y símbolo de Barbie tonta y caprichosa París Hilton. Y, a nivel local, a María Fernanda “Chachi” Telesco, de 22 años, que seguramente no sería conocida, ni trabajaría en la novela Son de Fierro y en el futuro Cantando por un sueño 2, si no hubiera sido expulsada del concurso de los aspirantes argentinos a realizar la versión local de High School Musical, porque un primo robó un CD con escenas sexuales de Chachi con un ex novio y las vendió para que las difundan por Internet. Para Disney –dueños de la imagen del programa– fue demasiado y sacaron a Chachi. “Te cagaron, porque te robaron el video y quedaste devastada por algo. Pero, si cada uno tuviese una cámara en su casa haría lo mismo”, le dijo Chachi al Sí de Clarín. ¿Qué va a pasar, entonces, en unos meses, años, días cuando la sexualidad esté digitalizada y los goces y prontuarios circulen como amenazas desnudantes por Internet? ¿Qué va a pasar cuando, además, sabemos que las tecnologías avanzan y los prejuicios quedan y, por ejemplo, una periodista llegó a escribir en Noticias que el más perjudicado por un video robado a Chachi y que la mostraba a Chachi era el papá de Chachi?
Igualmente, no sólo hay machismo en la idea de cazar digitalmente el sexo para mostrarlo como trofeo o negocio. También hay códigos de papel que, todavía, no conocen la palabra digital. El vacío legal que existe sobre las nuevas tecnologías deja una laguna también cuando se produce este robo de imágenes privadas, sin consentimiento, de escenas sexuales íntimas, una situación que puede empezar a pensarse entre las modalidades de violencia sexual.
Nina Brugo, abogada y presidenta de la Comisión de la Mujer de la Asociación de Abogados de Buenos Aires, detalla: “Hay un vacío legal en torno de los delitos penales por Internet. Por lo tanto, no es un delito penal que una mujer sea filmada sin su consentimiento en una escena sexual y, tampoco, que una filmación sea exhibida. La tipificación del Código Penal habla de ‘delitos contra la integridad sexual’ y no incluyen estas posibilidades. Si se trata de una menor de edad, la situación puede cambiar porque puede configurar corrupción. En todos los casos, sí se puede hacer una acción civil (y pedir una reparación económica) por daños y perjuicios y daño moral”.
“Quería probar si me aceptaban con todas las chicas lindas, yo me siento gorda y sin tetas y quería ver si pasaba la prueba a ver si me seleccionaban”, le contó Ursula al programa La cornisa de Luis Majul. Ursula mandó su foto semidesnuda, semivestida, semisexy caserita al sitio de Internet altapendeja.com porque quería ver si entraba en el top ten de la sección “Las 100 mejores”, donde las bombachas se clavan en el cuerpo y las chicas tienen que torcer la cabeza para mirar a cámara. En vez del fondo blanco de los estudios de fotografía las adolescentes de altapendeja... se sacan fotos entre los baldosones marrones de sus casas o de espaldas a la pared de su cuarto.
En este caso, no hay escenas sexuales, sino la exhibición del cuerpo. Hay, por ejemplo, dos chicas con pollerita de jean y remera negra que se apoyan detrás, que se apoyan para mirar a cámara, que se apoyan –apoyadas en una pared que guarda y muestra un retrato de alguna de ellas en la primaria– para que las miren. Internet funciona para ellas como un sitio de legitimación de su sensualidad. El costo ¿no es demasiado alto? Para ellas, el espejo web les dice quién tiene el mejor culo. O, al menos, que están entre las que tienen los culos más lindos. Para muchos, ese sitio es una revista abierta y, para otros, un gran, gran, gran negocio. La foto número 1 en el ranking de las 100 mejores es la de una adolescente a la que no se le ve la cara pero sí el pantaloncito de jogging bajo, los glúteos, una remera subida y una alacena de cocina blanca y beige de fondo. Ella ganó la elección por 18.932 votos, una cifra que da cuenta de la magnitud de usuarios –y consumidores, porque también hay un servicio premium con acceso restringido– que entran al sitio.
Las razones las describe el escritor Pedro Mairal en su cuento Coger en castellano, publicado en la antología En Celo (de textos sobre sexo de jóvenes narradores). “No están desnudas. Pero casi. Algunas sonriendo, o serias en pose hot, o con anteojos de sol, boca abajo en la cama, casi pegándose el culo con los talones, mostrando las marcas del bronceado, o con bombachas de corazones rojos o de estrellitas, en esos cuartos que todavía tienen las cortinas rosas elegidas por la madre. A veces están en el baño, de frente al espejo, o se sacan la foto por sobre el hombro, de espaldas al espejo, mostrando el culo para ver cómo les queda de atrás la bikini nueva. Me gustan todas. Deben tener entre 16 y 19 años, no más. Y así, descalzas en sus casas, tienen una sinceridad, un grado de realidad, que no encuentro a mi alrededor. Están posando, jugando a posar, probando su sensualidad, viendo si son capaces de calentar, como preguntando: ¿te caliento? Yo susurro, les contesto, a todas, a nadie”, escribió sobre ese deseo manual y moderno en el personaje de Tavo, Pedro Mairal.
La otra punta del .com son los creadores del portal, que no sacan las fotos, pero sí las publican con la suscripción de una aceptación despótica por la cual ellos se adueñan de esas fotos y sus futuras utilizaciones. Las chicas que quieren ver cómo se las ve tienen que firmar las siguientes cláusulas –que seguramente podrían ser consideradas ilegales y abusivas– pero que generan una apropiación sin remuneración y con posibles consecuencias para el futuro de las jóvenes: “El usuario que ingresa su fotografía al sitio web con url http://www.altapendeja.com.ar/ autoriza a altapendeja.com.ar a ingresarla, otorga a altapendeja.com.ar una licencia perpetua para su uso, publicación, comercialización bajo cualquier forma y con cualquier alcance, en cualesquier término y con cualquier tercero, difusión y/o reproducción en cualquier medio, con cualquier finalidad, en forma ilimitada y gratuita, incluyendo la descarga de tales imágenes desde equipos de telefonía celular desde altapendeja.com.ar y/o desde cualquier otro sitio, incluyendo el portal de la empresa de telecomunicaciones que gira bajo la denominación comercial de Personal. Asimismo, permitirá en los mismos medios y con idénticas finalidades y alcances que el retrato sea alterado y/o modificado a través de efectos especiales y/o de cualquier otra forma. El usuario acepta que los retratos le pertenecen y que no hay sobre ellos derechos de exclusividad, ni derechos de cualquier índole, de terceros”, decapita el consentimiento de las chicas.
El contrato es literalmente despótico. La empresa utiliza el típico tembleque adolescente de deshojar la margarita sobre su nivel de sex appeal para hacerse de un fardo de fotos con las que –de por vida– pueden hacer los negocios que quieran. Tal vez lo más importante sería promover políticas activas –y seguramente nuevas normas– que resguarden a las jóvenes, sin juzgarlas ni volverlas prisioneras de sus propias incertidumbres, ni levantarles el dedo porque ellas aprietan su pulgar. La abogada Nina Brugo se pregunta: “Es evidente que son abusos. ¿Pero cómo tipificarlos hoy sin caer en morales victorianas? ¿Cómo luchar contra la utilización de las chicas como objetos sexuales?”.
A través de la ficción, Mairal ensaya una respuesta al porqué de las chicas, que –según esta mirada– no se sienten víctimas sino poderosas a través de esa íntima exhibición: “(las fotos) las mandan ellas mismas para ver si los operadores de la página las cuelgan. Las mandan para probar. Hay un desafío en eso. Algo que me fascina, porque están paradas desnudas, casi desnudas, en medio de esos ambientes decorados, posando en bolas en medio de esa pretensión social de la familia, desnudándose de eso, de esos muebles, de esos adornos. Están como pisoteando todo, sobresaliendo por encima de los cachivaches del orgullo familiar, enrostrando su recién descubierta individualidad, porque se saben únicas y sexies y saben que están fuertes. Así me gustan. En esa pose de ‘miren en qué me convertí, ahora tengo poder, puedo seducir, tengo esto, soy esto; mamá, papá, ya no soy una nena, ahora tengo tetas, buen culo, y caliento a los hombres, soy superpoderosa y me saco fotos en bolas en medio del living de casa’”.
La investigadora, pedagoga y ensayista Daniela Gutiérrez es pionera en preguntarse sobre este fenómeno que es marcadamente generacional –con los riesgos que eso implica: desamparar a las y los jóvenes porque “son cosas de chicos” o moralizar sobre sus usos con varas de generaciones anteriores–. Ella analiza: “Son una generación nacida como espectadores y eso tiene implicancias importantes a la hora de pensar cómo se arman como sujetos. Habría que poner en cuestión nuevos status de visibilidad: ¿cómo se construye la identidad? Antes, lo especular –mirarte en un modelo– era importante, ahora lo más significativo tiene más que ver con la pantalla. Por supuesto, que son ensayos; las fotos son ensayos y colgarlas es un ensayo, pero, a diferencia de otra época, lo mediático tiene una referencia directa al mercado. Si tenés un buen lomo eso te puede abrir una puerta. Hay una fantasía entre las pibas de que te vean, te descubran y que verte implicaría una ganancia económica, o cinco minutos de fama, que es lo mismo. En términos de subjetividad juvenil esos cinco minutos son toda una vida. Son modos de existir. Todo es inmediato, no hay ninguna evaluación que se pueda hacer a mediano o corto plazo, no importa si en unos años vas a tener hijos y ellos van a ver en el portal el video porno con tu novio o tus fotos desnuda. No hay demasiada conciencia de que esos registros van a quedar. Mi cuestionamiento está más basado en si estas pibas –las anónimas, no Wanda Nara y las que entendieron que los videos eran una manera de venderse– terminan manipuladas por otros”.
Sin embargo, esa amnesia de proyecto de futuro no es atribuible sólo a esta generación sino a la adolescencia. “Las chicas son irreflexivas como todas las cosas que hace una cuando tiene 17 años”, piensa sin la tentación de juzgar –ni de no pensar la novedad por demasiada novedad– Daniela Gutiérrez. Es que en la novedad ya asimilada está la verdadera noticia. “Esta es la primera generación de nativos tecnológicos, como los llamó Luis Alberto Quevedo, que viven en su territorio como algo natural. En cambio, los adultos somos inmigrantes de la tecnología.”
“Analizaría este fenómeno más en términos de políticas del cuerpo que en términos morales –diferencia Gutiérrez–. Los jóvenes no son necesariamente exhibicionistas. El exhibicionismo viene con una idea de la imagen donde el otro está presente. No creo que ninguna de estas chicas se ponga desnuda en Cabildo y Juramento. La ilusión es de que alguien te vea, pero vos nunca estás presente delante del que te mira. Son cosas distintas. Tampoco hay voyeurismo del otro lado. No es alguien que está espiando. Hay una ilusión de presencia como objeto de la mirada cuando, en realidad, vos no estás presente ahí porque existe un tiempo diferido. Son nuevos modos de pensar el tiempo, el espacio.”
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