Viernes, 2 de noviembre de 2007 | Hoy
LIBROS
Revisando las condiciones de las trabajadoras de la industria textil entre 1890 y 1940, la historiadora Silvia Pascucci advierte qué pocas diferencias hay entre aquel momento y los talleres actuales o los trabajos por encargo que no reconocen límites horarios. Una de las más claras, tal vez, sea el rol de disciplinamiento de la Iglesia Católica sobre las mujeres, a la vez que generaba plusvalía en los institutos de beneficencia.
Por Verónica Engler
Las costureras de la primera mitad del siglo XX, como la mayoría de los obreros y obreras de la confección en la actualidad, se vieron obligadas a trabajar durante largas jornadas, con bajísimos salarios y en condiciones deplorables. En el recientemente editado Costureras, monjas y anarquistas. Trabajo femenino, Iglesia y lucha de clases en la industria del vestido (Bs. As. 1890-1940) –Ediciones Razón y Revolución–, la profesora de historia Silvina Pascucci analiza las condiciones de la explotación del trabajo femenino en la industria textil durante las primeras décadas del siglo pasado. En aquel momento, los trabajos textiles no se realizaban exclusivamente en los talleres privados y en las casas de quienes cosían a destajo al tiempo que se encargaban de las faenas domésticas en sus hogares. La industria también creció gracias a los numerosos enclaves de costura instalados en los institutos de beneficencia –promovidos con entusiasmo por el Estado y la Iglesia Católica–, que resultaron un fabuloso negocio gracias al trabajo de huérfanos, mujeres y pobres.
La investigación que precedió a la publicación del libro forma parte de un proyecto más amplio encarado desde el Centro de Estudios e Investigaciones en Ciencias Sociales con el propósito de comprender el desarrollo del capitalismo argentino y su evolución mediante el estudio de los cambios en la organización del trabajo, el avance de la mecanización de las tareas y sus consecuencias sobre la formación de la clase obrera y la industria. “Elegí la rama de la confección porque me interesa la cuestión del trabajo femenino y era la rama que tenía más trabajadoras”, cuenta la investigadora.
–A partir de la devaluación hubo como un auge de la industria textil y ese auge estuvo basado no en una incorporación de maquinaria y en un aumento de la productividad de la rama, sino en una explotación más intensiva de la mano de obra, es decir: jornadas laborales larguísimas, salarios miserables y trabajo infantil. Esto no es algo nuevo, no es que está pasando ahora porque hay inmigración boliviana o coreana, no es una cuestión étnica, de explotación de una etnia sobre la otra, porque después del incendio de Caballito (el año pasado, en el que murieron seis personas de origen boliviano) se hablaba mucho de los coreanos dueños de los talleres que explotaban a los bolivianos costureros. En realidad es una cuestión económica que tiene que ver con características de la rama de la industria, y que sucede en la Argentina desde principios del siglo pasado, y que era la misma que se daba en Inglaterra en los momentos de desarrollo industrial.
–Lo que se da, como hace un siglo, es esta división de corte y modelaje adentro de las casas de confección, y costura a domicilio. La primera coincidencia que sale es el incumplimiento de la legislación laboral. En 1913 una comisión parlamentaria con diputados socialistas empieza a estudiar las condiciones de trabajo a domicilio para reglamentarlo y en el 18 se aprueba la ley 10.505. Fue dificultoso que se llegue a legalizar el trabajo a domicilio. De todas maneras, nunca se cumplió a rajatabla esa ley, en todas las huelgas hasta principios de los años ’40 la principal reivindicación es por el cumplimiento de esa ley. Hoy en día, la legislación sobre trabajo a domicilio tampoco se cumple. Debería haber un control sobre la fuerza de trabajo empleada: quién le da trabajo, cuánta cantidad, cuál es el plazo y cuál es el salario que se le debe pagar, los plazos en que se pagan, cuidar las condiciones laborales, por ejemplo que no haya talleres con más de tantas máquinas por metro cuadrado, que haya luz, ventilación, descanso, una jornada laboral que no sobrepase determinada cantidad de horas. Tal vez el agregado o lo que no aparecía a principios del siglo pasado es el tema de los indocumentados, hoy la mayoría de los empleados en la rama son en general inmigrantes que vienen indocumentados que están en una situación de vulnerabilidad mucho mayor que otro trabajador. Pero tanto a principios de siglo como ahora, el principal problema sigue siendo las características de la rama que para alcanzar un nivel de productividad necesita aumentar la intensificación del trabajo.
– En los talleres de los institutos había trabajo, pago de salarios, plusvalía, venta de mercancías. Estas organizaciones cumplen un rol no sólo de disciplinamiento, sino también en términos económicos a través de su funcionamiento productivo. Uno de los roles que asumió la Iglesia en la lucha de clases fue el de evitar el desarrollo del anarquismo y el socialismo, que estaban al frente de las luchas sindicales. Hay un proceso llevado a cabo por la Iglesia, que interpela a la mujer burguesa, a la monja y a la mujer de la alta sociedad, porque eran las que se encargaban de ayudar a los débiles, a los pobres, a los necesitados. Las mujeres católicas y las monjas eran las que mayormente estaban al frente de estos institutos.
–Al principio del siglo pasado era incuestionable el hecho de que la mujer era ante todo madre y su rol natural era cuidar a los hijos, la casa y la familia. Incluso los sindicalistas anarquistas y socialistas, que eran los más avanzados en ese momento y que luchaban por los derechos de la mujer, seguían repitiendo esta imagen. Hoy en día ese estereotipo no está tan incólumne, no es tan sagrado. Pero todavía muchas veces sigue presente el hecho de que las mujeres son en realidad las que se hacen cargo de los hijos y que los hombres están más en el ámbito público.
–Las fuentes anarquistas y socialistas lo que muestran es una contradicción, una situación muy ambigua en los hombres y también en las mujeres. Por un lado, hay una apelación a la lucha por la liberación de la mujer, pero también está presente la justificación de esa lucha y de esa liberación en tanto madres, mujeres que tenían que luchar para que sus hijos pasen más tiempo con ellas.
–Sí, eso sí. (Carolina) Muzilli (periodista de La Vanguardia, directora del periódico Tribuna Femenina y militante del Partido Socialista, además de ser una gran investigadora de las condiciones de vida de la clase obrera, fue una costurera a domicilio que murió de tuberculosis a los 28 años, como muchas de sus colegas que se veían sometidas a condiciones laborales absolutamente insalubres) es una de las que más lo hace. Pero, en general, lo que primó es la condición de clase, es decir, la condición de trabajadores, hombres y mujeres, explotados por un sistema capitalista y una cantidad de condiciones laborales que eran terribles y que querían ser cambiadas. Hay un elemento de género que operó que tiene que ver con la idealización de la mujer respecto de la maternidad y respecto del lugar doméstico que, desde mi punto de vista, obstaculizó la lucha de la clase obrera. Porque mientras al obrero desde el sindicalismo se lo interpelaba para movilizarse como clase obrera, para mejorar las condiciones de vida, a la mujer se la interpelaba como madre, se intentaba convencerla de la necesidad de la lucha en tanto madre que debe cuidar a su familia y a sus hijos. Eso funcionó como un límite, porque es una contradicción querer convencer a la mujer de que su ámbito es el hogar y proponerle salir a luchar.
–En el mismo debate acerca del salario complementario surge el tema de cómo se explica que los salarios de las mujeres sean más bajos. En la época, se solía decir que el salario de las mujeres era más bajo que el de los varones, porque el trabajo femenino era descalificado, porque se suponía que las mujeres se insertaban en el mercado laboral en ciertas tareas que ya sabían hacer como mujeres: cocinar, coser, limpiar. Marcela Nari trabajó el tema y mostró que en realidad no era tan así, porque existían jerarquías laborales, salariales, que muestran que las mujeres eran calificadas. No por aprender en la casa a coser con su abuela una mujer iba a poder trabajar en un taller. Esa idea de “conocimiento subyugado” (tomada de Verónica Oxman) lo que está queriendo explicar es que las mujeres necesitan calificarse para entrar al mercado laboral, pero en realidad el mercado laboral no se los reconoce. Yo lo que digo es que es probable que algo de eso ocurra, que el mercado no reconozca parte de esa calificación y por eso pague salarios menores. Pero, si bien los hombres ganaban más, no hay un desconocimiento completo de cualquier cosa que tenga que ver con trabajo femenino. Las mujeres que trabajaban en talleres de alta costura, haciendo cosas con ciertas características de lujo, por ejemplo, tenían un salario mucho mayor, esas piezas se cobraban mucho más, entonces el mercado reconoce ahí una diferenciación.
–Una militante socialista del sindicato de costureras que está armando una sección femenina dentro del sindicato dice algo así como que “las mujeres trabajamos porque el salario de nuestros maridos no alcanza y porque nuestros hijos no tienen para comer”. Ahí entra la cuestión de clase, porque en las condiciones laborales que vemos a principio de siglo es muy difícil que se pueda pensar que trabajar catorce horas con una máquina de coser puede implicar algún tipo de independencia como mujer. Eso se podría estudiar en la burguesía, para ver si hay una reivindicación de independizarse como mujer en relación con las profesiones. En la rama que yo estudié, el reclamo permanente de las mujeres es el tema de las condiciones terribles en las cuales se trabaja. Esa determinación hace un poco impensable que una mujer quiera trabajar para independizarse cuando en realidad las condiciones de trabajo en las que está inserta son un desastre.
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