Viernes, 1 de noviembre de 2002 | Hoy
PERSONAJES
Era la nena de “Los Locos Addams”. Muy pronto, como otras niñas prodigio, dio que hablar: Christina Ricci, apenas comenzó a dar notas, escandalizó a todo el mundo contando, por ejemplo, que se pasó su infancia escuchando sesiones de terapia de pareja arbitradas por su papá analista. Pero ahora, mayor de edad, la chica está más recatada, aunque su mirada siga conteniendo dinamita.
Por Moira Soto
No más exabruptos
ni salidas chocantes. Basta de hablarle de Wenesday Addams o de su bulimia alternada
con anorexia alrededor de los 14. Abolidas las declaraciones sobre el excitante
olor de sus medias al quitárselas por la noche o acerca de los aspectos
positivos del incesto. Ni una palabra sobre el tamaño de sus tetas, de
su frente o su poco más de metro y medio de estatura. Cumplidos los 22,
la realmente fuera de serie Christina Ricci ha dejado de jugar al desacato a
ultranza.
A la edad en que muchas chicas (y chicos) se creen todavía en la flor
de la adolescencia aferrándose a la rebeldía inconducente y al
desplante gratuito, la niña redonduela que despertó devociones
como integrante de la familia Addams tuvo algunos traspiés, se quedó
sin laburo cuando le estallaron tempranas curvas y luego reencauzó su
carrera disputándole el título de indie queen a la ya veterana
Parker Posey, se muestra de lo más mesurada y formal en los últimos
reportajes. Con gentileza, por cierto, no cede en su determinación de
no dar pie a la prensa que se ha solazado largamente en acentuar sus rarezas
de supuesta freakie zarpada. Christina Ricci prefiere hablar ahora exclusivamente
de trabajo: sus personajes recientes, su forma de involucrarse cada vez más
en la realización de películas, no sólo desde su propia
productora sino también participando en la escritura de guiones y, muy
próximamente, convirtiéndose en directora. Ricci se aviene entonces
a hablar de proyectos cercanos, nada que pueda hacerla aparecer como demasiado
previsora, como una estratega del éxito, porque rompería la imagen
de cierto fatalismo que tiene de sí misma.
En esto de no cultivar el estrellato, más allá de los cambios
atribuibles a una maduración acelerada para sus breves años, la
extraordinaria intérprete se ha mantenido fiel a sus ideas adolescentes
de independencia. De todos modos, no hace proselitismo al respecto: más
bien tiende a mirar con indulgente simpatía las conductas de las estrellas
de Hollywood. Que su combado perfil no goce del favoritismo de esa Academia
que concede arbitrariamente los Oscar, no le quita ni una hora de sueño.
Es que este sabroso cóctel de italiano e irlandesa no sólo descree
de los premios: también opina que “actuar no es, como parecen creer
ciertas actrices, algo tan importante o significativo, sólo se trata
de entretener. Algunos piensan que se trata de una labor divina. No exageremos:
nos prostituimos por dinero, hacemos algo que nos gusta –a mí, personalmente,
muchísimo– para dar placer al público, y encima nos pagan”.
Lo dice con una sonrisa amable pero acotada, seguramente sin saber que se trata
de un concepto semejante al que hace añares formulaba otra actriz personalísima,
la francesa Jeanne Moreau.
La edad de la turgencia
Antes de dar
sus primeras brazadas en Mi madre es una sirena (1990), la nena con “frente
de sepulturero” –según sus propias palabras, dichas en la etapa
deslenguada– se encaramó en el escenario del colegio e hizoalgunas
publicidades engullendo cereales. En aquel primer largo estuvo con Winona Ryder
(de cuyo novio de entonces, Johnny Depp, estuvo enamorada un tiempo) y sobre
todo con la recauchutada Cher, de quien, aseguró alguna vez Chris, “aprendí
muchísimo: cuando empezó el rodaje ni siquiera sabía nadar;
cuando terminó, ya tenía una idea bastante clara de lo que es
esta industria y cómo defenderse sin entregarse del todo...”. De
sirenita de pileta hija de Cher, Ricci pasó a otra madre, todavía
más extravagante: Anjelica Huston, formidable actriz con la que siguió
cultivándose en rubros más ligados al arte. Ocurrió en
The Addams Family (1991) -producción que tendría una secuela en
1993–, y Huston la convocó en 1996 para que actuase en su realización
Bastard Out of Carolina (sólo editada localmente en video, como Abuso
a la inocencia).
De todos modos, a la ahora aplomada Christina Ricci jamás se le dio por
estudiar eso que llaman arte dramático (“actuar es mi trabajo, y
no voy a machacar sobre lo mismo en mi tiempo libre...”). En cuanto a la
elección de sus papeles, siempre se ha dejado llevar por su intuición,
por el efecto físico que le producen los guiones: “Sólo hago
los personajes que en una primera lectura puedo sentir en mi carne”, declaraba
esta acuariana (12-2-80) cuando rondaba los 18 y habían pasado las épocas
de pifias al estilo de Amigas para siempre (Now and then, 1995) o de aciertos
memorables como The Ice Storm (1997, no estrenada en la Argentina).
Precisamente, este último film representó una especie de salvación
para la chica a la que en la segunda parte de los Addams y en Casper (1995)
la habían fajado para disimular sus turgentes pechos: “Me encantó
a los 12 ser la primera de la clase con tetas, pero no me sirvió para
el trabajo: todo el mundo del cine quería que las escondiera, lograron
hacerme sentir avergonzada de mi cuerpo”. Hasta que apareció Ang
Lee porque Natalie Portman le había dicho que no a la Wendy de The Ice
Storm: “Nunca le agradeceré lo suficiente a Nat que haya obedecido
a sus padres. Para mí fue toda una catarsis poder actuar el brusco despertar
sexual de esa adolescente. Me costó creer cuando Lee me aseguró:
‘Queremos que tenga tu cuerpo’. Me sentí valorada, me dio mucha
seguridad”.
En esas fechas, Chris ya fumaba como un murciélago (pero se quedó
con las ganas de hacer Entrevista con el vampiro...) y hasta solía apagarse
cigarrillos en los brazos para calmar la furia que le generaban los periodistas
que se empecinaban en tratarla de estrambótica. Pero a la vez les daba
de comer con relatos escandalosos sobre su infancia, asegurando por ejemplo
que solía escuchar sesiones completas de terapia de pareja que su papá
conducía en el sótano de la casa familiar de Nueva Jersey... El
caso es que luego de The Storm..., el laburo empezó a lloverle literalmente:
en el ‘98, aparte de un cameíto en Miedo y asco en Las Vegas junto
a su querido –a esta altura, muy amigos– Johnny Depp. Estuvo en films
tan a la medida de su triple pechuga y de su sobresaliente talento como Lo opuesto
del sexo, de Don Ross (chica terrible que roba novio a su medio hermano gay);
Búfalo ‘66, de y con Vincent Gallo (dulce bailarina de tap secuestrada
para pasar por esposa del protagonista); Pecker, de John Waters (obsesiva novia
de fotógrafo provinciano que no cesa de hacerle tomas).
En general, todos los directores hablan maravillas de ella y ella los ama a
casi todos. Uno que no pierde oportunidad de elogiarla es Tim Burton, que la
eligió para esa joya llamada La leyenda del jinete sin cabeza (1999).
A Ricci la fascinó estar en ese cuento de hadas, ser la princesa rescatada
por el caballero Depp. Burton dice que si Bette Davis y Peter Lorre hubiesen
tenido una hija, habría sido como Chris, “que tiene esa ambigua
intensidad en la mirada, una rara calidad expresiva, de actriz de cine mudo”.
Bless the Child (2000), que siguió a la pasable 200 cigarettes (1999),
sin duda no merecería figurar en una antología ricciana: ella
confiesa sinvueltas que la hizo por dinero, y también porque la seducen
los temas religiosos, leer vidas de santos. Más aún: le gustaría
hacer de Santa Cristina, “una loca que no podía tener gente cerca,
que se cagaba por todas parte y, sin embargo, subió a los altares...”.
El 2001 fue de The Man who Cried, de nuevo con Depp en el rol de un gitano y
con Ricci de cantante rusa de ópera que se entera de su origen judío
estando en París, en los ‘40, y debe huir de los nazis, bajo la
conducción de Sally Potter.
Hoy estamos, mañana
también
A los 22, la
ex niña prodigio y actual actriz prodigiosa está obviamente más
cerca de Jodie Foster que de Shirley Temple. Resuelta a terminar con el show
de la niña escandalosa, se anotó en cursos de guión en
la Universidad de Columbia, fundó su productora –Blaspheme Films,
se nota que la religión no le es indiferente– y se apresta a dirigir
Speed Queen, una vez que cumpla con compromisos inmediatos. Entretanto, espera
el estreno de Prozac Nation (historia de la severa depresión de una estudiante
de Harvard) y de Miranda, comedia vista en Sundance donde interpreta a una artista
que adopta diversas personalidades, incluidas las de dominatrix, ejecutiva,
geisha, ángel... Y ya terminó el rodaje de Anything Else –con
Jason Biggs, Glenn Close y Stockard Channing–, la última de Woody
Allen. Entre sus futuras incursiones como actriz figuran The Gathering, thriller
sobrenatural con C.R. implicada con espíritus en una antigua iglesia
católica, y Borgia, que dirigiría Neil Jordan, proyecto en veremos
a causa de los costos: sería una pena que Ricci se privara de hacer a
la envenenadora Lucrecita en su juventud.
No hay ninguna película para teenagers en su futuro, pese a que ella
disfruta de las más truchas, tipo Sé lo que hicieron el último
verano. Tampoco ninguna serie de TV –ha realizado participaciones especiales,
como en “Ally McBeal”– si bien adora mirar con sus perros y su
nuevo novio James Oliver producciones en capítulos, en especial “Sex
and the City”. Dentro de su nuevo formato juicioso y calmo, Ricci comenta
que ha aprendido a manejarse en el plano económico. Pero acepta sin hacerse
la mártir del arte que las grandes multitudes no son su objetivo porque
lo que básicamente le importa es divertirse aquí y ahora con lo
que hace. Por el momento, consiguió el respaldo de Francis Ford Coppola,
a través de American Zoetrope, para el primer film de su compañía
Blaspheme: Pumpkin, dirigido por Adam Larson Broder y Tony R. Abrams, Es la
historia de (otra) estudiante universitaria (C.R., desde luego), perfeccionista
ella, que forma parte de una hermandad femenina cuyas integrantes deciden ayudar
a entrenar discapacitados para que participen en una olimpíada especial.
A ella le asignan a Pumpkin, chico con leve retraso mental. ¿Y saben
qué? La chica que sale con la estrella popular del tenis se enamora de
Pumpkin. La verdad es que Christina Ricci sólo pierde un poco la compostura
cuando se le dice que el final es demasiado rosa para ella o que el film les
toma el pelo a los minusválidos: “Vamos, hay humor, pero no hay
burla, y denme una buena razón por la que estas dos personas no puedan
estar juntas”.
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