Vie 20.06.2008
las12

SOCIEDAD

Para mirarte mejor

Después de una –curiosa para nuestros lares– revolución de beldades que en Inglaterra se quejaron por las falsas imágenes que de ellas daban en las revistas gracias al photoshop, el Consejo de la Moda de ese país intervino públicamente para alertar sobre los efectos que tiene sobre la salud de las mujeres crear la ilusión de perfección. Aquí, el debate es apenas un murmullo. La mayoría de las celebrities no sólo exigen el photoshop, sino además evaluar su resultado antes de autorizar la publicación de fotografías. El efecto es como una zanahoria inalcanzable puesta en la nariz de mujeres de todas las edades –aunque las más vulnerables son las adolescentes– que deben hacer un esfuerzo contracorriente para ver la belleza también en esas marcas que traza la vida.

› Por María Mansilla

“La mujer sin cachufleta.” Así se refirieron unos bloggers a la imagen publicada en septiembre pasado en Playboy Argentina desde la cual una joven morocha posaba, en un sillón bordó y con las piernas en V, sin ropa interior. Y sin vello púbico ni vagina ni su sinónimo en lunfardo: cachufleta. No se trataba de una dignificante cirugía transexual sino de un grosero retoque digital. Volviendo a la “sin cachufleta”: ella tiene sus parientas ahí nomás, en el kiosco de revistas donde espera que la deseen y la compren. Porque pertenece a la dinastía moderna de las mujeres photoshopeadas, sin arrugas, sin celulitis, sin friz, sin uñas desatendidas, sin ojeras, sin excesos físicos y hasta sin ombligo, como a Susana Giménez la mostró Gente y también a una modelo carioca, la Playboy brasileña.

Retoca, retoca que algo queda: cuánto contribuye la manipulación hasta el extremo de la imagen de un cuerpo femenino en profundizar la obsesión social por la figura perfecta. Que de tan perfecta no existe. Cuáles son las cicatrices que deja en las mujeres reales –que tampoco se parecen a las de los avisos de Dove– el abuso de una herramienta tecnológica en parte inventada, precisamente, para borrar cicatrices.

“Cuando uno mira una fotografía, piensa: ‘¡Guau! ¡Para no creerse!’. Pues tiene razón: es una falsificación. ¿Ahora cómo se siente? ¿Menos maravillado? –editorializó David Griffin, director de fotografía de National Geographic–. Todos queremos que las fotografías sean reales, pese a que mucho de lo que vemos en el mundo de hoy, rico en imágenes, ha sido manipulado. Nos aferramos a la esperanza de que podemos confiar en nuestros ojos. Cuando se utiliza un programa editor de imágenes para transformar una fotografía, se cruza la misma línea a la que se enfrentan muchos fotógrafos profesionales. Modificar una imagen –más allá de algunos ajustes– significa socavar la verdad.”

HASTA EN LA SOPA

“Desde que existe la fotografía existe el fotomontaje –avisa Simón Chávez, fotógrafo, ilustrador y docente de Técnica Digital de Argra Escuela (Asociación Reporteros Gráficos República Argentina)–. Ahora, con el photoshop todo es más fácil. Es un programa complejo que permite transformar una imagen de forma casi infinita.”

Ya no se usa –ni abusa– solamente en publicidad; se convirtió en recurso habitual, incluso, para estetizar la imagen de los que salen hasta en las secciones de política y economía de los diarios. Peor que eso: National Geographic se disculpó al descubrirse que acercaron un poquito, para que se vean mejor en tapa, nada menos que las pirámides egipcias, en 1982. La agencia Reuters hizo lo mismo luego de difundir como ciertas algunas fotos de la invasión a Irak retocadas. En Estados Unidos, Men’s Fitness reconoció haber inflado de más los ya inflados músculos de un deportista. Janet Jackson admitió que Us Magazine la mostró más flaca de lo que realmente está y el New York Times escrachó a In Touch por opacarle casi hasta la invisibilidad las venitas del brazo a Angelina Jolie. Conocida es la reacción de Kate Winslet ante los editores de GQ que la mostraron más longilínea que Cameron Díaz (ver recuadro), y su consecuencia quizás es el corolario ante el reconocimiento de tanto uso grotesco.

Todo por obra y gracia de unos iconos con dibujitos casi infantiles que dicen que permiten “rotar”, “enlazar”, “clonar”, “borrar”, “enfocar”. “El Photoshop es una interesante herramienta que como todas revela la esencia y los principios de quien la utiliza –dice Ana Torrejón, ex directora de Elle, al frente de la galería de arte contemporáneo Dabbah Torrejón–. En el mundo editorial existen buenos ejemplos y malos. Algo notable: en nuestro país es muy distinta la realidad que se revela a los ojos cotidianamente de la que muestran ciertas revistas.”

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VERDAD CONSECUENCIA

Para muchos editores gráficos, el abuso del photoshop es “el escándalo en la cultura de las revistas contemporáneas”, y a la ética profesional y responsabilidad social de los medios se refieren. Entre ellas, las revistas de moda fueron y serán blanco fácil por considerarse que, con la complicidad de esta herramienta, potencian su mensaje fashion-victim.

“En algún momento las revistas fuimos culpables de transmitir eso, pero desde hace unos años se está revirtiendo con notas que refieren a no hacer de esa estética una elección de vida”, sostiene Roxana Moriello, que dirigió durante siete años Cosmopolitan antes de convertirse en directora editorial de Televisa. Moriello sostiene que la moda “está en otro plan”, un plan encaprichado con los talles diminutos. Y apunta: “La televisión es el medio que más sublima el cuerpo y esclaviza con un modelo estético”. ¿Si una movida como la de Winslet en Inglaterra sería posible acá? “No creo –responde–. Porque una megaestrella como podría ser la Kate Winslet local tendría consensuado el uso del photoshop. No habría una victimización de parte de nuestras celebrities: hoy, generalmente, no sólo eligen al fotógrafo que quieren que las retrate sino que aprueban las imágenes antes de que se publiquen.” Si alguna queja se oye de parte de ese universo llamado de “famosos” es por la foto robada, la imagen desnuda de intervención convertida en “escrache” de alguna señora tomada de punto. Aunque hay una excepción memorable: la voz de Florencia Peña reclamando “ése no es mi culo”, frente a la tapa de la revista Hombre que graciosamente le había donado, photoshop mediante, unas asentaderas ajenas.

Cuerpos que parecen bombuchas color piel a punto de explotar, con breteles de bikini más tirantes que la coyuntura nacional. Caras que recuerdan al Capitán Escarlata en versión femenina nos rodean. Desde la tele, las revistas, las propagandas. Salir a dar una vuelta no es ningún alivio: la calle parece una galería a cielo abierto. Embanderada con carteles de Mirtha Legrand luciendo la piel más tersa que la de las protagonistas de la polémica Patito Feo; Araceli González se ve como la hija de su hija; ojos en primer plano muestran pestañas tan maquilladas que parecen la red del Hombre Araña, adolescentes promocionan cremas antiage y unas fotos que paralizan el corazón: las que anuncian recitales de Ricardo Montaner y Raphael, curiosamente hermanados en la neoforma de sus mejillas (aunque el segundo haya abandonado el flequillo lacio que ahora corona la frente del primero).

El programa cuyo nombre mutó en verbo no sólo afina a las rellenitas, también llega para disimular la epidémica delgadez de algunas modelos. ¡Gracias Jane Fonda por las arruguitas de tus ojos y por respaldarte en tu edad! ¿Cuál es el género de estas obras? ¿Ficción o, justamente, no-ficción? ¿Cómo se verán dentro de muchos años? ¿Qué dirán de nuestra época? ¿Que la culpa es del photoshop? Verdad-consecuencia: “Debemos asumir que la fotografía nos engaña, justamente porque parecen mostrar las cosas tal y como son”, dijo hace más de 60 años el reportero W. Eugene Smith.

“El uso mediático no crítico del photoshop habla del paradigma del no envejecimiento, pero en su uso saturado es en sí mismo paródico”, interpreta la psicóloga y artista plástica Fabiana Barreda. Que guarda entre las revistas “más avant garde” una Vogue Italia que tiene una producción de moda inolvidable: en una clínica de cirugía estética, mujeres a punto de someterse al bisturí lucen alta costura. “De alguna forma, producciones como éstas, que para mí forman parte del arte, interrogan a la mujer sobre quién soy, qué me duele, qué es ser bella. Tengo amigas que son minas piolas y que se operan, entonces me pregunto por qué para construirse bellamente necesitan de la cirugía, y creo que lo punible no es operarse sino que la normativa sea operarse”, comparte.

“Cuando estás frente a un cuerpo vivo, la huella del alma queda en la fotografía –aclara Barreda, que suele fotografiar a bailarinas para su obra–. Hay algo del orden del ‘spectrum’ del que hablaba Barthes en La cámara lúcida, que hace que el fantasma del paso del tiempo esté, por más que lo quieras neutralizar. La temporalidad siempre está ahí, está ahí como pregunta.”

Ana Torrejón relaciona: “Haciendo honor a la teoría de que el gusto y la elegancia son apenas convenciones culturales, las publicaciones de nicho presentan hombres y mujeres cuyas experiencias cronológicas son imperceptibles. Una burla... El exceso de capitalismo nos ha dejado indefensos. Somos apenas lo que representamos. Si vamos a los casos de divas adelgazadas, estrellas sin ombligo, presentadoras sin calendario; creo que ellas se lo pierden. Se pierden la posibilidad de evolucionar estéticamente acorde con su edad, capturar no sólo por una belleza madura sino también por una inteligencia y sagacidad que haya superado el peso de la pasión. Las que hacen la historia, al final, son las mujeres de todos los días, y las de todos los días seducen, despiertan pasiones, lo pasan mal y bien, seguro que de un modo más carnal que las otras”.

HECHO CARNE

La Casita es una fundación que acompaña en su tratamiento a mujeres con bulimia y anorexia, y donde alguna vez estudiaron los efectos “terroristas” que puede generar entre las que tienen alguna tendencia a los trastornos alimentarios bombardeos de información sobre “dietas de moda” y “fórmulas milagrosas para mejorar la silueta”. La pregunta aggiornada es la siguiente: ¿Puede una foto ultra retocada generarles la misma intimidación? “Si, absolutamente –responde la psicóloga Diana Guelar, una de sus directoras–. El efecto del photoshop tiene que ver con este pensamiento de que todo es cambiable, hasta la edad. Entonces, en este momento, la capacidad de frustración o de aceptación es muy pequeña. Todo esto viene acompañado por una exigencia social altísima del lugar de la mujer a la mitad de su vida.”

HAY UN ROLLO EN TU SOMBRA

Cuando menciona a la mujer que atraviesa la mitad de su vida, Guelar se refiere a una que convive con los cambios que llegan con la menopausia. Pero no está sola en esta transición. “Al acortarse actualmente las distancias generacionales, por lo menos a nivel físico, madre e hija comparten los mismos ideales estéticos”, detalla. Y explica que no sólo comparten la misma marca de ropa, sino la misma sensación: el impacto intenso y a veces violento que significa atravesar una nueva etapa vital en sus cuerpos y, por ende, en sus cabezas. “Los padres nos traen a la consulta a su hija preocupados por su conducta alimentaria y después de un tiempo de mejoría, en casi la mitad de los casos, luego la hija nos trae preocupaciones acerca del bajo peso de su madre y de su obsesión por la comida.”

Testigos y receptoras a la fuerza de este bombardeo de imágenes están también, entre tantas otras generaciones de mujeres, las madres adolescentes que viven en asentamientos y que recibieron la visita de la socióloga Eugenia Zicavo. Charlaron en nombre de la investigación Cultura y Juventud en Buenos Aires: cambios en los códigos culturales relativos a la afectividad y la sexualidad, del Instituto Gino Germani. Zicavo observó el amoroso cuidado que ponen muchas de ellas en la ropa y la estética de sus hijas mujeres, principalmente. Algo no sólo cosmético, que “responde a estrategias de embellecimiento –que no siempre despliegan para sí mismas–- leídas como señales de distinción. Aunque en general las clases sociales más desfavorecidas difícilmente puedan modificar sus pautas de consumo –íntimamente vinculadas con su capacidad económica– hay una adopción de códigos que responden a patrones de la estética dominante e influyen en sus modos de apreciación”, cuenta Zicavo a Las12.

Y agrega: “El cuerpo, esa carta de presentación visible, inevitable, resulta a veces definitiva: determina el modo de mirar y ser mirados; maneras de percibir cargadas de sentido. Los cuerpos legítimos presentes en los programas televisivos o en la publicidad establecen criterios de clasificación acerca de lo que es considerado prestigioso o deseable”. Una lista arbitraria que deja afuera y peor, descalifica, a los otros cuerpos: los que llevan impresos los rastros del trabajo manual, del paso del tiempo, de muchos embarazos, de la alimentación posible.

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