› Por Josefina Salomon
El otro día abrí una revista y me encontré con una foto de Cybill Shepherd –la actriz de la ochentosa Luz de Luna y ahora protagonista de la aclamada The L Word, sobre la vida de un grupo de amigas lesbianas. La verdad es que tuve que leer el epígrafe de la foto para darme cuenta de quién era la mujer ésa. De repente, la imagen de la revista era mucho más joven que la que me devuelve el espejo, aun cuando Cybill me lleva varias décadas de experiencia. Seguramente Cybill no tiene nada en contra de la imagen que le regala la revista, una joven inmaculada traída al mundo gracias a la magia del photoshop, la tecnología de la belleza del siglo XXI.
Photoshop se ha convertido en el mejor amigo de modelos, actrices, cantantes y de cualquiera que aspire un lugar en la pequeña y empinada escalera a la fama.
También es cierto que a algunas los clicks se les fueron de las manos, transformando las imágenes que nos venden belleza y éxito en dibujos animados que nada tienen que ver con la persona de quien se refieren y Cybill es sólo una de una nueva camada de mujeres que no pueden mostrar una foto sin que pase por los “especialistas” y de las revistas que no publicarían nada “al natural”.
Pero no todas están felices con esta tiranía de la belleza irreal y tal como se condenó a Barbie en los años ‘70 por promover un modelo de mujer que nada tenía que ver con el 50 por ciento de la humanidad, hoy es photoshop quien se sienta en el banquillo de los acusados respondiendo al cargo de forzar una imagen irreal de belleza en las mentes femeninas.
La revolución anti-photoshop está surgiendo desde adentro, de las víctimas de esta dictadura de la perfección –actrices y artistas que sufren la constante presión por ser impecables, profesionalmente y estéticamente. La inglesa Kate Winslet fue una de las primeras en poner el grito en el cielo cuando se vio en la tapa de la revista GQ en enero del 2003, con una figura que nada le envidiaría a una modelo– mucho más alta y con las piernas mucho más delgadas de lo que la protagonista de Titanic realmente es.
Después del incidente, Winslet –conocida de este lado del mundo por promover una imagen femenina más natural– dijo en una entrevista: “Eso no me gustó. Los retoques que hicieron a la foto fueron excesivos y, lo que es más importante, no quiero verme así, me adelgazaron las piernas por un tercio. Es mucho trabajo recobrar la figura después de tener dos hijos pero me gusta como me veo”.
Un par de años más tarde, fue el turno de Keira Knightley, otra aclamada actriz inglesa que admitió, en una entrevista con la revista Radio Times, que sus fotos son fuertemente editadas de manera rutinaria. Hablando con aquella revista, la actriz de Piratas del Caribe –cuyo póster la muestra con una delantera mucho más voluminosa que la de la vida real– dijo: “Salgo en las tapas de las revistas y la gente dice cosas lindas sobre mí, pero la verdad es que alguien me peina, otro me maquilla y otro me pasa el photoshop por todos lados. Esa de la foto no soy yo, es una imagen que otros han creado”.
Hasta las “mujeres reales” de las propagandas de Dove, entraron en la controversia del photoshop cuando un batallón de bloggers sugirió que aun cuando muestran con orgullo sus curvas y protuberancias, se libran de celulitis, pozos, estrías y manchas “reales” con cientos de clicks. Detrás de ellas, una armada de realistas salió a las calles y a las pantallas de TV Inglesa para mostrar cómo es el cuerpo de la mujer promedio. La desnudaron, adularon, criticaron, midieron, pesaron y fotografiaron. Pusieron en la pantalla a la mujer real para que todos vieran y se dieran cuenta que lo que ven cuando levantan la cara frente al espejo o miran hacia abajo a la balanza es lo mismo que vemos muchas.
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