Viernes, 27 de junio de 2008 | Hoy
LA VENTA EN LOS OJOS
Por Graciela Zobame
Vaya por la autopista y la va a ver del tamaño de medio edificio. Mire para arriba en una avenida y la encuentra recostada en marquesina de casa de bombachas; hojee cualquier revista, si la quiere a página entera. Araceli siempre está. Los productos que la consideran una buena imagen son muy variados y si bien siempre parece que vende lencería, también es el rostro (y el cuerpo) de una máquina para depilarse, una serie de electrodomésticos, y de un jabón, entre otros objetos. El año pasado el Citroën 3CV la adoptó, aunque en su versión vestida. Pero no es de esa Araceli atípica a la que nos referiremos aquí. Porque Araceli González venda lo que venda, siempre está desnuda, o mejor dicho, en situación de desnudez. Vulnerable y voluptuosa, sorprendida justo en una intimidad que va a darle, diríamos, placer. Exposición que no depende sólo de un cuerpo a la vista sino mucho más de la pose y del gesto. Boca entreabierta, mirada anhelante convocando desde un estereotipo de chica ardiente a alguien que debería estar allí. Pero no. Por eso la oferta se vuelve púdica. La mujer que está a punto de tener un orgasmo casi pornográfico, está ejercitando un mero ensayo, mero juego, inocente al fin. Dirían, quienes determinan lo que es y lo que no es cuando se habla de sexualidad, “aquí no hay penetración”. Por eso, a pesar de la pose, Araceli es una imagen de consumo familiar.
La serie de publicidades gráficas no es un elemento aislado en la construcción de una figura que se explaya en tapas de revistas como Gente, Caras, Pronto. La modelo que ostenta record en apariciones en tapas aparece ya no vendiendo un producto sino el suyo propio. Pose otra vez, la misma, claramente erótica acompañada por un texto que fija lo que se ve. O que está muy bien sola, que el amor aún no ha llegado, que se siente muy bien con sus hijos, etcétera. ¿Por qué razón esta imagen repetida —dejando de lado la belleza de la modelo— resultará tan convocante? Cuando un producto elige ser representado por Araceli, no necesita invertir en ideas, ella es el concepto que se alinea con el producto. No es casual que ella sea la cara de Lux, una marca que desde el inicio de los tiempos de la publicidad apostó al recurso de comunicar mediante el ejemplo, mediante el rostro de las estrellas. La imagen estática de la mujer ardiente, que carga con el estigma de una separación de su marido también mediático al que ella debería seguir amando, construye este descontrol virginal que vende tan bien. Divina, distante y ardiendo, mientras va probando uno por uno los objetos de consumo que deben comprar las demás mujeres para sentir tanto fuego y tanto dolor, se vuelve cada vez más explícita. A medida que pasan los años, las piernas se abren más, se agregan detalles que dan la ilusión de que la historia que se narra en fragmentos sufre variaciones, lenta pero avanza. ¿Hacia dónde? Pues bien, he aquí un nuevo eslabón: la mano de la modelo se posa, se esconde estratégicamente sobre el producto a vender. Una protuberancia de metal, que mirando atentamente se podrá considerar luego como un anillo, está justo allí. Saliendo o entrando. La imagen gélida sobre la que se posa tal vez tenga relación con esta protuberancia metálica. Llega desde atrás, va hacia allí, adentro, afuera. Si la lectura parece tendenciosa, complete usted con un vistazo a esa cara.
Algún/a compaginador pornógrafo/a tiene material para editar un manual de posiciones solitarias, sui generis Kamasutra.
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