Viernes, 3 de octubre de 2008 | Hoy
INTERNACIONALES
Los republicanos culpan a Nancy Pelosi, la mujer más poderosa de Estados Unidos –segunda en la línea de sucesión presidencial–, del fracaso del rescate propuesto por Bush en la Cámara baja. La verdad es que pocos querían quedar pegados a un plan que sólo apunta a salvar a Wall Street. Pero la acusación resulta oportuna para refrescar la trayectoria de esta demócrata de 67 años con sólo 20 en la política.
Por M. B.
“El discurso de Nancy Pelosi no mató esta ley”, escribía el analista del New York Times David Brooks un día después del sorpresivo rechazo de la Cámara de Representantes estadounidense al plan de rescate financiero de 700.000 millones de dólares propuesto por la administración Bush. “¿Pero era necesario que ella actuara como una demócrata recaudadora de fondos en el momento más significativo de su carrera?”, se preguntó el periodista. Sin embargo, la mayor parte de los republicanos culpa a la mujer más poderosa de Estados Unidos –la segunda en la línea de sucesión presidencial, por detrás del vicepresidente Dick Cheney– del fracaso. Es que, minutos antes de la votación, esta demócrata de 67 años indicó en un apasionado discurso que la peor crisis del siglo, como la describió el Premio Nobel Joseph Stiglitz, es resultado de las “fallidas políticas económicas” de la Casa Blanca. Pero, a ver, toda la economía de la primera potencia del mundo se está yendo al tacho ¿y unas pocas palabras de Pelosi alcanzan y sobran para arruinar el proyecto que aparentemente salvaría las papas? No, no fue eso. La verdad es que pocos parlamentarios estaban dispuestos a firmar su sentencia de muerte en la reelección que se les viene en noviembre próximo, cuando se renueve gran parte de los escaños. La mayoría estaba de acuerdo con el plan ideado por el secretario del Tesoro, Henry Paulson, que, para ser justos, significa lisa y llanamente ir al salvataje de Wall Street, cuando miles de estadounidenses se encuentran sin derecho a la salud y educación pública. Pero aquellos que se juegan la reelección no quisieron ver sus nombres atados al voto positivo. Y votaron en contra.
Los republicanos, que habían anticipado que no apoyarían el proyecto, son los responsables de esta derrota, pero les resulta más fácil culpar a Pelosi, demócrata, y, peor aún, mujer. Sin embargo, justa o injusta, esta tibia acusación volvió a poner a la presidenta de la Cámara baja norteamericana, la primera en la historia de ese país, en el centro de la opinión pública. Mientras demócratas y republicanos se acusan mutuamente del fiasco, es un buen momento para refrescar la trayectoria política de esta mujer que recién a los 47 años, cuando el más chico de sus cinco hijos terminó la secundaria, se largó a hacer política.
Nancy D’Alesandro nació en la costa este estadounidense, en una familia católica de larga tradición en la política. Su madre era militante feminista. Su padre y su hermano Thomas –demócratas– fueron alcaldes de la ciudad de Baltimore, ubicada a media hora de la capital estadounidense. Allí, cerca del Capitolio, Nancy estudió Ciencias Políticas en el Trinity College, una universidad de mujeres. Por fin, chicas, habrá pensado Nancy, la menor de seis hermanos varones.
En 1963, se casó con Paul Pelosi, un millonario inversionista inmobiliario también de origen italiano, y se mudó a San Francisco. Tuvieron cinco hijos y mientras los criaba, Nancy empezó a dedicarse a juntar fondos para el Partido Demócrata. Así que en las cenas de gala destinadas a atraer donaciones, muchas veces ella era la encargada de cocinar y sus hijos de servir los platos. De hecho, para Pelosi, las “ingenieras domésticas” –como llama a las amas de casa– son fundamentales tanto en la política como la economía. Está convencida de que la menospreciada fuerza laboral femenina que se invierte en el hogar puede ser muy útil en una organización partidaria.
“Sabía que le iba a ir bien en política. Cada vez que iba a su casa veía a sus cinco hijos doblando la ropa planchada y organizándola prolijamente en pilas”, dijo una amiga de Pelosi cuando más tarde ésta fue elegida representante –diputada– de la Cámara baja por la ciudad de San Francisco.
De modo que lo que era una actividad que sólo le insumía un par de horas por día, a mediados de los 80 se transformó en un verdadero trabajo. En poco tiempo se convirtió en presidenta del partido en California y en 1987 pasó a representar a la ciudad de su marido. En el 2002, el veterano dirigente demócrata Dick Gephardt abandonó su rol de líder de la bancada, por entonces minoritaria en una cámara ahogada por la mayoría republicana. Pelosi fue entonces elegida por sus correligionarios como la nueva líder demócrata en Diputados, lo que fue interpretado como un giro a la izquierda en el partido y como el fin de la política de ciega sumisión a George W. Bush en su estrategia securitaria tras los atentados del 11 de septiembre. “No es un líder, no tiene criterio, ni conocimiento ni plan”, dijo refiriéndose al presidente de los estadounidenses hace unos meses en un reportaje para la revista The Nation.
A fines del 2006, Nancy se convirtió en la presidenta de la Cámara de Representantes, la primera mujer en ocupar este puesto en este país. En la ceremonia de asunción, rodeada de sus cinco hijos y siete nietos, y con los demócratas en control de ambas Cámaras por primera vez en más de una década, delineó una ambiciosa agenda para sus primeras semanas en el cargo: subir el salario mínimo, adoptar inmediatamente las recomendaciones de la comisión que investigó los atentados del 11 de septiembre, ampliar la investigación de células madres financiada con fondos federales –vetada por los republicanos– e impulsar nuevas reglas que “rompan el vínculo entre los lobbistas y los legisladores”. “Voy a drenar el pantano de Washington”, sostuvo refiriéndose a los doce años de reinado republicano.
El lunes pasado, en el discurso que muchos atribuyen al fracaso del plan de Bush en Diputados, Pelosi también volvió a mostrarse firme en su oposición a las políticas económicas del gobierno. “Mi mensaje a Wall Street es éste: La fiesta se terminó. El contribuyente estadounidense nunca más tendrá que pagar por la irresponsabilidad de la Bolsa”. La crisis apunta al mercado financiero, pero “toca de cerca a cada ciudadano de este país –sostuvo–, al congelar el crédito, lo que hace que las familias pierdan sus casas, sus pequeñas empresas y que se les dificulte encontrar un empleo”, remarcó. Y apuntó directamente a la Casa Blanca, cuando indicó que “esta crisis jamás tendría que haber ocurrido. Es hora de que cada miembro del Parlamento reconozca este fracaso”.
Su facilidad de palabra y destreza para dirigirse a un auditorio contrastan con su costado más frívolo: se le critican sus liftings –que ella niega a diestra y siniestra– y las generosas acciones que ella y su marido poseen en un exclusivo resort de Napa Valley, la tierra del vino californiano, cuyos empleados no están adheridos a ningún sindicato, aseguran sus detractores. También son socios de una cadena de restaurantes italianos, que tampoco permitiría a sus empleados sindicalizarse. La fortuna de su marido, que ha puesto su dinero al servicio de la carrera en Washington de su mujer –algo inédito en la política estadounidense– es una de las claves de su meteórico ascenso en el Capitolio en los últimos dos años, aun cuando el color de esa fuente de financiación esté en la picota. Ella ni se mosquea y dice, al contrario: “Doy gracias al cielo por el dinero de Paul Pelosi”.
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