Viernes, 3 de octubre de 2008 | Hoy
INUTILISIMO
En su prolijo Manual de Urbanidad (Garnier Hermanos, París, 1927), Manuel Antonio Carreño nos refresca reglas desdichadamente olvidadas en el fárrago de la vida moderna. Reglas que de ser cumplidas al pie de la letra haría que todas y cada una de las fiestas que organicemos o a las que concurramos resulten inolvidables. En primer lugar, “para convidar a una soirée nos dirigiremos verbalmente o por escrito a nuestras amistades de confianza, y a todos los demás por medio de una esquela que generalmente se hace imprimir, en todos los casos indicando la hora fijada para la reunión”.
Las señoras sólo pueden ser invitadas a fiestas por otras señoras, o por un caballero casado en unión con su esposa. Empero, esta regla tiene una excepción: “Un convite puede emanar de una corporación respetable únicamente compuesta por hombres”. Pero desde luego, siempre ha de haber una dama que presida. Otra advertencia insoslayable de Don Manuel: “Es desde todo punto de vista impropio invitar a personas a las que recientemente haya acontecido una gran desgracia, de la cual está impuesta la sociedad”. En cuanto a la anticipación de las invitaciones, he aquí el procedimiento correcto: para un banquete, cuatro días; para un baile u otra reunión nocturna, no más de ocho días antes.
A la hora señalada, “la señora de la casa se situará en la sala principal para recibir allí a cada uno de los concurrentes, y el señor de la casa en la antesala o, no habiendo esta pieza, en el corredor inmediato a la sala, para así ofrecer el brazo a las señoras que vayan entrando, y conducirlas hasta el lugar donde vayan a tomar asiento”. Por otra parte, cuando los dueños de casa inviten a una señora a cantar o a tocar, también han de ofrecerle el brazo para acompañarla hasta el piano.
A ninguna fiesta, “sea de la naturaleza que fuere y aun cuando se trate de una reunión de confianza, es lícito llevar niños o criados”, anota el autor del Manual. Y por cierto es de buen tono abstenerse de manifestar directa o indirectamente el deseo de que llegue pronto el momento de sentarse a la mesa: “No sólo envolvería una falta de civilidad y de cultura, sino que daría una mala idea de nuestro carácter, arrojando sobre nosotros la degradante nota de la glotonería”.
Ciertas normas que deben cumplir los caballeros es bueno que sean conocidas por las damas para no incurrir en irreparables errores: por ejemplo, ellos han de evitar dirigir la palabra a las señoras con las que no tienen amistad y no les han sido presentadas todavía. Y lo más importante en lo que hace a las buenas maneras y la moral: “Está enteramente prohibido a un señor, a riesgo de ser tenido por pésimamente educado, el ofrecer su compañía a una señora que se retira de una reunión y con la cual no tiene relación amistosa previa: no es suficiente que le haya sido presentada en la ocasión, tampoco que hayan bailado alguna pieza. Ninguna de estas circunstancias le da derecho a semejante atrevimiento”.
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