Viernes, 3 de octubre de 2008 | Hoy
EL MEGAFONO
La crisis financiera global como oportunidad para la equidad de género en relación con los trabajos de cuidado y reproductivos.
Por Lilian Ferro*
Es evidente que el estado de cosas de la economía mundial en la que estamos insertos indican que el ascenso del capital financiero como actor económico protagónico es cada vez más incompatible con el bienestar humano. Habitualmente se piensa en términos de ganadores y perdedores en la carrera hacia el desarrollo donde el eje Norte-Sur Global parecía indicar espacialmente dónde estaban ubicados unos y otros. El colapso actual muestra que somos todos perdedores.
Esta crisis también puede ser una oportunidad para visibilizar que una de las contradicciones más soterradas es el gran costo social y humano de no reconocer y por ende no valorar la gran contribución que hace el trabajo no remunerado (familiar y social) al trabajo remunerado. La morfología que adoptó el trabajo en esta segunda era global: precarizado, hipermovilizado, inestable e inseguro está asentado en el soporte de los cuidados familiares y en el trabajo de reproducción en sentido amplio, sostenido mayoritariamente por las mujeres en simultáneo con sus actividades asalariadas.
Pero como dice la economista Diane Elson “el tiempo de las mujeres no es infinitamente elástico” y eso queda palmariamente evidenciado en las drásticas transiciones demográficas de países del Norte Global como España e Italia. En inversa proporción del nivel de la discusión pública respecto a la democratización de la política y de las relaciones sociales en nuestro país y en gran parte del mundo, el trabajo doméstico y de crianza de los hijos no se democratizó, es decir no se produjo una asunción significativa de parte de los varones respecto a su participación en equidad respecto de los trabajos y obligaciones emergentes del cuidado biológico, psicológico y social que implica sostener el crecimiento de las personas en el marco de nuestras sociedades cada vez más complejas. Así como tampoco se asume que sin acompañamiento de las políticas públicas tampoco se puede conciliar la vida laboral y familiar. Hasta ahora las discusiones sobre la conciliación laboral-familiar en el mundo siguen haciendo destinatarias de este problema a las mujeres, es decir se las sigue considerando exclusivamente responsables del cuidado de la vida humana, no sólo de los hijos e hijas sino también del creciente problema de los adultos mayores dependientes.
Su gratuidad, es decir su negación de valor y reconocimiento, en términos económicos tiene que ver con que esos trabajos tan fundamentales para amortiguar las crecientes disparidades y zozobras de nuestra economía actual, son un ahorro fundamental tanto para el Estado como para el mercado. Concurrentemente ascienden en la esfera de la opinión pública los discursos religiosos que invocan a las mujeres a una vuelta a los “valores tradicionales” de la familia. Ya lo decía un estadista argentino hace unas décadas: invocar a la ética de la laboriosidad para “pagar” el trabajo tiene que ver con seguir extrayendo energías, dedicación y especialización a título gratuito. Y la especialización gratuita y constante en el trabajo doméstico y reproductivo ha corrido por cuenta de las mujeres históricamente. Las inseguridades económicas que viven las personas de la etapa actual, que parece ser la clausura de aquélla iniciada en la década de los ‘70 en los países desarrollados, ya no pueden seguir siendo absorbidas por la economía del cuidado. Los tiempos, los cuerpos, las violencias y sujeciones son un precio muy poco ético a pagar. La forma en que nos organicemos para sostener materialmente el bienestar humano nos incumbe tanto a varones como a mujeres.
Sin tapujos, Becker el referente neoclásico todavía venerado en muchas cátedras de Economía en la Argentina, habla de que este orden de cosas en las familias es emergente de un pacto racional entre iguales donde varones y mujeres pactan desenvolverse en mundos distintos desigualmente reconocidos, para aprovechar el “capital humano” que resultan de sus especializaciones divergentes: unos para el espacio público y del mercado y las otras en el privado doméstico no remunerado. Por analogía, expresa, el orden mundial tiene las mismas características: el Norte Global con capital humano que le permite especializarse en el desarrollo industrial y tecnológico y el Sur Global especializado merced a sus recursos naturales en producir commodities de bajo valor agregado y de disponibilidad casi absoluta.
En definitiva, el orden económico global está sostenido por la misma lógica desigual que sigue caracterizando la organización intrafamiliar en nuestras sociedades actuales.
La crisis alimentaria y financiera nos están indicando que el “pacto” global se rompió. Y que en el debate macroeconómico también deben ser consideradas las cuestiones del desarrollo humano en clave de equidad de género tan amenazadas en estos días. Sorprende que haya sido más sencillo aceptar como problema la sostenibilidad ambiental y todavía se siga sin asumir las necesarias condiciones de equidad de género para la sostenibilidad humana en la consideración mundial de los costos “económicos” de los modelos de desarrollo que forman parte de la dinámica global. Macro y microeconomía son esferas tan engañosamente interesadas en mantenerlas en estancos separados como lo fueron en su momento las dicotomías “naturaleza” y “cultura” y los espacios “público” y “privado”. Lo que está en juego en definitiva es la sostenibilidad de la vida humana ante sistemas económicos que la agreden en grado superlativo.
* Magíster en Economía. El texto recoge la presentación realizada en “Otra mirada a la economía actual”, el ciclo de charlas debate de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional del Litoral, convocadas por la coordinadora del Equipo Interdisciplinario de Estudios de Género de esa Universidad, profesora Fernanda Pagura.
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