Viernes, 13 de diciembre de 2002 | Hoy
TENDENCIAS
Taconeo, braceo, palmas, guitarra, versos de soleares, seguidillas, peteneras, serranas, fandangos... El flamenco está en el aire porteño y en el del interior del país, en espectáculos teatrales y en peñas barriales, en tablaos y en escuelas de baile. Un perfume de menta y canela, de la antigua cultura gitana en Andalucía, seduce a mujeres que aspiran a ser bailaoras, y también a muchas que aprenden flamenco por puro placer.
Por Moira Soto
Es más grande que
la vida, es enorme”, se exaltaba la vez pasada en un reportaje Mijail Baryshnikov
al hablar del flamenco, ese arte de los gitanos, de los andaluces, que ha traspasado
largamente las fronteras de España con sus cantes, sus bailes y guitarras.
Desde hace unos años se vive, no sin choques y polémicas, entre
puristas e innovadores, un gran momento del flamenco en la península.
Auge que se ha propagado hacia otros territorios de Oriente y Occidente, algunos
de ellos aparentemente alejados de una poesía, una música y una
danza tan intensamente emocionales. Desde luego, en países como el nuestro,
con gitanos y andaluces llegados con la inmigración española,
el flamenco siempre ha encontrado espacios de práctica y difusión.
Desde teatros como el Avenida hasta modestos pero genuinos tabladillos donde
artistas renombrados o anónimos oficiantes han hecho lo suyo jaleados
por el interés de un público aficionado que en los últimos
tiempos se ha multiplicado en forma incesante, al mismo tiempo que los espectáculos
y otros espacios donde se recrea, se celebra y por cierto se estudia el flamenco.
Arte milenario si los hay, arte que ha bebido en fuentes diversas, que ha cruzado
culturas puesto que incluye las salmodias hindúes, el canto gregoriano,
las endechas judías, las melodías persas, los romances castellanos,
sones africanos... Según el estudioso español Domingo Manfredi
Cano (Cante y baile flamencos, Editorial Everest), 6 mil años antes de
que existiese en Europa algo parecido a una cultura ya había florecido
en tierras del fabuloso rey Argantonio, ahí donde hoy cultivan viñas
y olivares los andaluces. Y hace miles de años existían ciudades,
desde Ayamonte hasta Cartagena, alguna todavía en pie, como Cádiz
con sus tres milenios. Y hace poco más de mil años, Córdoba
era la cabeza de Occidente con un millón de habitantes y reyes poetas
que reunían a sabios de todos los países y creencias. El cante
y el baile flamencos tiene sus raíces profundas en esa tierra, en esa
cultura admirable. Y aunque los gitanos bajoandaluces, segregados, discriminados,
mantuvieron en la intimidad sus músicas y danzas hasta mediados del siglo
XIX, esas expresiones heredadas de componentes tan diversos fusionados, además
de preservarse, seguramente fueron experimentando una evolución difícil
de precisar por el secreto y la falta de documentación. Recién
en el XIX, entonces, el flamenco hace su aparición en escenarios públicos,
en tablaos y cafés cantantes. Por cierto, los gitanos siguieron cantando
para ellos mismos en la felicidad y en la pena, en los cortijos, las serranías,
las fraguas, mientras que empezaban a conocerse artistas como Lagartijo,Frascuelo,
El Espartano, se hacía oír la queja de la seguiriya, el dolor
en un baile por soleares, se sentía en el aire el perfume de la menta
y la canela.
Fervor sin fronteras
Por
tu amor me duele el aire,
el corazón
y el sombrero.
(Es verdad, F.G.L.)
En tanto que en España
el flamenco avanza y se ramifica, se protege con celo dogmático o se
encuentra con otros géneros, en Buenos Aires y otras ciudades del país
crece el interés fervoroso por este arte complejo y subyugante: en el
curso de este año se han presentado espectáculos de la calidad
de Flamenco vivo, Cante jondo y Azabache y luna, liderados respectivamente por
Marisa Cura, Marcela Suez y Sibila, destacadas bailaoras y coreógrafas,
que actuaron en el Centro Cultural Borges (Suez pasó luego al Recoleta)
a salas llenas. En el Margarita Xirgu se presentó en noviembre pasado
Anda jaleo, por la compañía de Mercedes Díaz Pernas, y
en el Borges se anuncia para enero y febrero Pasión flamenca, de Alicia
Fiuri y Néstor Spada, al tiempo que se están ofreciendo muestras
de alumnos en diversos escenarios.
Por otra parte, los aficionados gozaron de las recientes visitas de Rafael Amargo
–audaz e innovador bailaor– y del gran cantaor Enrique Morente, que
participó esta semana en un festival en Rosario, ciudad que cuenta, lo
mismo que Mendoza, con una importante comunidad gitana. Morente iba a hacer
la Misa flamenca en el Colón, pero desgraciadamente el nuevo director
la sacó de la programación. Desde luego, no sólo de espectáculos
teatrales se nutren las y los amantes de este arte que crea adicción:
en Buenos Aires, sin ir más lejos, hay bares como Fandango (Fitz Roy
2192) o Tiempo de Gitanos (El Salvador 5575), famosos por el buen nivel de sus
shows (hoy viernes a las 22, y el sábado 14, actuarán en el segundo
la notable cantaora Argentina Cádiz y su marido el guitarrista Emilio
Romero). Otros sitios para explorar y embriagarse (de soleares y alegrías,
en principio) son: Lo de Lola (Uriarte y El Salvador), La City (Florida 122),
El Duende (Bolívar y Chile), Alarico (Chile y Bolivia) y por cierto,
el legendario tablao Avila (Avenida de Mayo y San José), adonde han acudido
siempre los conocedores.
El flamenco tiene desde hace unos años su revista, Contratiempo ([email protected])
en la que, además de notas, reportajes y agenda completa, se pueden encontrar
numerosos avisos de escuelas de baile flamenco que dan prueba del creciente
interés en este aprendizaje. También figuran publicidades de tiendas
flamencas, disquerías especializadas, clases de guitarra, confeccionistas
de vestuarios, zapaterías especializadas y –¿por qué
no?– algún lugar suburbano de tapas y paellas donde no falta una
peña flamenca. En Internet se encuentra la revista virtual Luna del Olivar
(www.lunadelolivar.com.ar).
Es evidente que en este fenómeno flamencófilo, donde las mujeres
brillan como bailaoras y son multitud ya como espectadoras, ya como alumnas,
hay algo que va más allá de una moda pasajera, impuesta por intereses
comerciales. Las cultoras y los cultores de la jondura suelen volverse cada
vez más exigentes, sentirse cada vez más cerca de los devotos
cabales, aprenden a distinguir entre los cantes íntimos (la debla, la
carcelera, la seguiriya, la soleá), los de trabajo (la toná, el
martinete, la serrana, la rondeña), los de fiesta y diversión
(el fandango, la malagueña, la sevillana, las bulerías, el flamenco,
las marianas). En fin, a encontrarse con el duende, ese misterio según
Lorca, cuyas raíces se clavan en el limo que todos conocemos, que todos
ignoramos, pero de dondenos llega lo sustancial del arte: “Cuestión
de verdad, de estilo vivo, de sangre, de viejísima cultura, de creación
en acto”. Pero el duende “que sube por dentro, desde la planta de
los pies”, no siempre acude puntual: cuenta el poeta que cierta vez, la
mítica Niña de los Peines, “sombrío genio hispánico,
equivalente a Goya”, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba
con “su voz de sombra, de estaño fundido”, pero su público
no reaccionaba. Ella comprendió, bajó, se bebió un gran
vaso de aguardiente y se sentó a cantar “sin voz, sin aliento, con
la garganta abrasada, pero con duende. Su voz era un chorro de sangre digna,
por su dolor y sinceridad”.
El año próximo habrá flamencos en la tele: se anuncia con
guitarras y castañuelas la tira “Soy gitano”, protagonizada,
entre otros, por Osvaldo Laport, Julieta Díaz, Malena Solda. Y al parecer
todo el elenco se la ha pasado de tablao en tablao, tratando de saber más
y mejor acerca del flamenco. “Mi personaje, Mayte, es una gitana de familia
muy tradicional, con tres hermanos mayores, enamorada de un gitano enfrentado
a su familia: la eterna historia de Romeo y Julieta”, cuenta Solda. “Mi
búsqueda consiste en encontrarle el eje a Mayte, algo auténtico
dentro de mí, no tanto aprender minuciosamente pasos y coreografías,
y ver lo que me sugiere esa música, ese baile, esa poesía de las
letras... Antes de ser convocada, me gustaba un poco la música flamenca,
tenía algún CD, pero sin llegar más lejos. Hace poco vi
Sevillanas y Flamenco, de Carlos Saura, y me encantaron. Gracias a este trabajo
se me despertó un gran interés por la cultura gitana. Además,
excelente materia prima para un culebrón, con la vida, la muerte y el
amor a flor de piel, todo llevado al extremo.”
Ir a las fuentes
Mi
niña se fue a la mar,
a contar olas y chinas,
pero se encontró, de pronto,
con el río de Sevilla.
(Mi niña, de F.G.L.)
Si en España la joven
bailaora gitana Sara Baras crea un retrato emocional de Juana la loca a través
de los palos del flamenco y Merche Esmeralda o Mercedes Amaya hacen una Medea
agitanada, entre nosotras, chicas altamente profesionales como Sibila o Marcela
Suez coreografían La casa de Bernarda Alba o Doña Rosita la soltera,
además de dar a luz otros espectáculos muy bien recibidos por
la crítica, y de ejercer activamente la docencia.
No viene de familia, sólo tiene como referente una abuela andaluza, de
Almería. Y como se crió en una pequeña ciudad de la provincia
de San Luis, tampoco tuvo la posibilidad de ver espectáculos que la incentivaran.
Pero hubo una maestra a la que Sibila le estará por siempre agradecida:
Graciela Ríos había ido a estudiar a España, volvió
a Villa Mercedes y puso su academia, donde además de enseñar bailes
trató de transmitir a sus alumnas la cultura española. Las semillas
que dejó caer Ríos cayeron en terreno fértil: a los 18,
Sibila se vino a la Capital con una amiga –que ahora forma parte de su
compañía Al-Andalus– y se puso a trabajar de secretaria para
poder pagar sus estudios de danza. Su objetivo era ir a España en algún
momento a perfeccionarse, y se presentó tres años seguidos para
obtener una beca en la Fundación Antorchas. Lo logró y estuvo
dos años en Madrid cursando la carrera de danzas españolas: “La
escuela bolera –danzas de zapatilla del XVIII y XIX, influida por la clásica
académica-, los bailes regionales de las distintas zonas del país,
el flamenco y la danza estilizada, basada en otras formas. Estudié en
el Centro Coreográfico Mariemma, una de las grandes figuras de la danza
española,maestra de maestros. Aparte, seguía flamenco con profesores
particulares. Comprendí que todas las formas se retroalimentaban y que,
pese al debate, en el flamenco, los más conservadores siempre van incorporando
alguna novedad. Y que los innovadores desprejuiciados como Paco de Lucía
han enriquecido el flamenco, que a fin de cuentas no es un arte puro sino que
ha sufrido muchas influencias, y se ha mantenido vivo gracias a tantas figuras
talentosas, creadoras en el baile, el cante, la música”.
Sibila opina que esta pasión mundial por el flamenco se debe a que es
un arte que canaliza emociones muy hondas y universales. De los lugares de España,
reconoce que “es verdad que Andalucía es el que más te llama
la atención, con esa gracia y ese duende para hablar, esa atmósfera
cautivante de los bares. Hice cursos en Granada, vi espectáculos por
diferentes artistas, llegue a las cuevas del Sacromonte donde los gitanos se
ponen a bailar y a cantar cuando les da la gana, para ellos mismos. De todos
modos, también podés encontrar el mejor flamenco en las grandes
ciudades no andaluzas: en Madrid, en Barcelona. En España pude ver a
bailaoras extraordinarias como Merche Esmeralda, el ballet de María Rosa,
José Antonio con la Compañía de Danzas Andaluzas”.
En Buenos Aires, Sibila fundó el ballet Al-Andalus con el que ofreció
El amor brujo, Zarzuela en el Maipo, Flamenco x flamencos, entre otras creaciones.
Ahora está en cartel, en el Centro Cultural Borges, Azabache y luna,
que culmina sus funciones de los sábados, a las 20.30, a fin de mes.
En su primera parte, “Génesis”, propone una recreación
visual y musical inspirada en las influencias musicales que recibió España,
apelando a la escuela flamenca y la estilizada, a la escuela bolera con ritmos
celtas gallegos, a una integración del flamenco, lo arábigo y
marroquí que enlaza la jota, para culminar con danza contemporánea,
la bulería con instrumentos no habituales y el tango argentino con coreografía
flamenca. Después, a través de “Temperamento” y “Torrente”
llega la mixtura de palos flamencos, enseguida los ritmos apasionados en el
amor, la pena y la alegría, siempre desde la hondura. Sibila encabeza
con autoridad y decantada elegancia un cuerpo de baile integrado por Lorena
Di Prinzio, Alejandra García, Cecilia Insua, Cinthia Marina y Sofía
Martín, con el solicitado guitarrista Héctor Romero y Manuel Santiago
luciéndose en cante y cajón. La espectacular bata de cola que
lleva Sibila al cierre se la hizo su mamá, que cortó con precisión
de arquitecta los cuarenta metros de género color uva, al bies que llevan
el traje y los volados. “Es un gran esfuerzo montar un espectáculo
como Azabache y luna”, dice Sibila. “No sólo por los costos
y porque es muy elaborado: también hay que ocuparse de la promoción,
de movilizar al público. Nosotras tratamos de ser lo más rigurosas
posibles, pero obviamente tenemos una personalidad, una estética diferente.
Me siento más cerca del flamenco actual, de las fusiones, me interesa
la investigación para abordar aspectos más jugados o más
comprometidos de la danza española actual.”
Lúcida locura
¿Adónde
vas, seguiriya
con un ritmo sin cabeza?
¿Qué luna recogerá
tu dolor de cal y adelfa?
(Paso de la seguiriya, de F.G.L.)
A Marcela Suez no había
forma danzada que la conformara del todo, hasta que tuvo la revelación
del flamenco y todos sus anhelos parecieron cobrar sentido. Familiarizada con
la música y el baile desde chiquita –Collegium Musicum a partir
de los 4 años–, se le movió el piso cuando leyó por
primera vez el Romancero gitano de Lorca, a los 14. Por ese entonces pusoun
día una Misa flamenca –nada menos que por Antonio Mairena, Naranjito
de Triana y Luis Caballero–, un LP de sus padres, “y me enloquecí:
escuchaba esa música sin parar, durante el día y la noche. Una
especie de droga”.
A todo esto, Marcela vivía en otro planeta: estudiaba danza contemporánea,
estaba en el Grupo Aluminé de Patricia Stokoe, pero siempre que tenía
que improvisar recurría a la música flamenca porque la ponía
en trance. “Esto ocurría en la adolescencia y dejé esta pasión
latente, ahí guardada como un tesoro, sin animarme a abrirlo del todo.
Me decía: ‘No, flamenco a España’. No se me ocurría
que podía desarrollarlo acá, pero me trastornaba entera, me fascinaba.
Soy de familia árabe, quizá ese detalle tenga que ver con esta
atracción visceral, total.”
El tiempo pasaba, Suez seguía bailando con Teresa Duggan, Ana Itelman,
sumaba el aprendizaje de teatro con Gandolfo, Bartís, Yusem... Pero el
flamenco pugnaba por aflorar. Marcela fue a ver a algunas profesoras que no
la convencieron hasta que Alejandra Flechner le recomendó a una tal Dolores
Monterrey, una norteamericana que había vivido muchos años en
España y se había venido atrás de un argentino. Un personaje
que alquilaba una habitación y enseñaba con las persianas bajas,
el lugar arreglado como una cueva, con el piso del tablao: “Clases individuales,
carísimas, además tenía que pagarle al guitarrista. Pero
valió la pena. Te hacía ver coreografías preciosas de España,
bailaba divinamente. Ni bien empezabas, te mostraba una alegría, después
una soleá, un tiento, una seguidilla. Yo, claro, ya sabía bailar,
pero nada de flamenco, aunque frente al espejo solía hacer todos los
braceos por mi cuenta. Bueno, cuando me puse los correspondientes zapatos fue
como empezar a hacer algo que ya sabía, que estaba dentro de mí.
Como en ese cuento donde una chica se calza unas zapatillas rojas y ya no puede
parar de bailar. Fue como un encuentro, algo que tenía que producirse
tarde o temprano. Como sucede con las pasiones exclusivas, fui dejando todo:
la danza contemporánea, el teatro. Y lo que había aprendido confluyó
allí, en el flamenco que reúne la música, el baile, la
teatralidad, la coreografía”.
Marcela Suez se quedó cuatro años estudiando con Monterrey, pero
estudiando duro, sin respiro: “Luego viajé varias veces a Madrid,
cursé en la escuela Amor de Dios (en Carmen de Saura, Antonio Gades va
a elegir bailarina allí y se mete en una clase de María Magdalena,
que fue mi profesora). Lo que tiene de bueno España es que grandes bailaores,
como el Güito, dan clases. En Madrid me maté: cinco clases por día
de esto y aquello, siempre flamenco, una desesperación incontrolable.
Después me calmé un poco. Pero es que el flamenco es un arte muy
difícil. Yo, que llegué a tocar bien a Bach, a Mozart en piano,
te digo que el flamenco está a ese nivel, es muy complejo. Pensá
que las bailaoras hacen música con el cuerpo”.
Después de ese furor madrileño, Marcela Suez se fue en busca del
espíritu flamenco a Andalucía, y vaya si lo encontró: como
diría Georg Steiner, fue como regresar a un hogar en donde nunca había
estado. Y buceó en el flamenco in situ, hacia atrás, hacia lo
más nuevo: “Todas las fusiones están bien si parten de la
raíz más pura; Camarón lo demostró con lo árabe,
lo hindú, la rumba, el jazz. Lo mismo Paco de Lucía. Hay muchos
artistas formidables que han hecho aportes valiosos”.
Copadísima por el flamenco, Marcela Suez empezó a trabajar en
Buenos Aires con cantaores y músicos locales, con integrantes de Los
Tarantos, se arrimó a los gitanos y se aprendió todo el compás:
“En esto no hay verso, tenés que salir a bailar de verdad porque,
si no, ellos no te perdonan y quedás afuera”. Suez armó su
primer espectáculo para el Rojas, convocó a Argentina Cádiz
(que está en su actual Cante jondo), a su marido Emilio y a Héctor
Romero, guitarristas, al cantaor Rafael González: “Eramos dos bailaoras
y un bailaor. Nos preocupó mucho brindar un flamenco bien hecho.Luego
fueron Flamenco puro, Sentir flamenco, Flamencos... en distintas salas. Hago
mucho hincapié en la elección de los músicos. Por suerte
acá tenemos toda un generación de gitanos cantaores, y también
de guitarristas muy buenos. Yo ahora tengo en Cante jondo a esta cantaora, Argentina
Cádiz, que te pone la piel de gallina. Es una mujer que en España
estaría arriba, porque afina, expresa y emociona mucho con esas letras
maravillosas. Creo que el flamenco es una vía de expresión muy
potente, muy profunda. Y pienso que eso experimenté yo –que tuve
la suerte de desarrollar–, mucha otra gente lo percibe, más allá
de cómo lo cultiva. Porque tiene esa universalidad, habla del ser humano
de una forma muy desnuda, muy íntima. Esa mezcla de culturas que hay
en su trasfondo atrae sin fronteras; quizás algunas sociedades con un
estilo mesurado, más frío, encuentran oxígeno en el flamenco”.
“Está toda la gama de sentimientos, de la fiesta al duelo”
–se enfervoriza Suez–. El flamenco cobra vida en grupo, con la energía
de todos, con las palmas, el jaleo, el salir a bailar lo que suena en la guitarra,
lo que dice el cantaor. En el flamenco, los músicos están en vivo,
siempre tiene algo espontáneo, no calculado matemáticamente aunque
esté ensayado. Algo de desorganización que no podés llegar
a controlar del todo porque es parte del juego.”
La mejor energía
Verde
que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
(Romance sonámbulo, F.G.L.)
Sibila supo desde niña
que quería ser maestra, y lo logró con las danzas españolas.
Le encanta investigar con cada alumna, trabajar en grupo. En su Centro Cultural
del barrio del Abasto, enseña en forma rigurosamente académica,
otorgando títulos oficiales, y también lo hace a través
de clases menos formales a personas que quieren aprender por placer. A estudiar
flamenco casi no acuden varones –”ellos se lo pierden”–,
pero sí mujeres de toda edad atraídas por esta forma de expresión.
Las de danza académica cursan todas las materias como se debe. Y las
otras, entre las que se encuentran muchas mujeres maduras, “en realidad
vienen por una necesidad espiritual, de sacar afuera sus sentimientos. Después
van aprendiendo la técnica, que no es sencilla, pero se puede ir dominando.
Con coreografías poco complicadas, ellas empiezan a abrirse, a expresar
emociones, es un auténtico desahogo que las ayuda mucho. Vienen señoras
de cerca de 70, de ahí para abajo. Las mayores pertenecen a una generación
más reprimida, que se quedó a mitad de camino en muchas cosas,
y es fantástico lo que logran. Algunas habían empezado a estudiar
de chicas, pero la familia les cortó la posibilidad de una carrera artística,
la danza era sólo de adorno. Ahora de grandes, con hijos crecidos, lo
hacen con unas ganas, una energía conmovedora. Como ellas no tienen nada
que perder, vencida la primera timidez, entregan todo: zapatean, bailan, se
conmueven. Al principio hay que ayudarlas a desbloquearse, a que se acepten
como son en esta sociedad donde sólo parecen valer las flacas y jóvenes.
Y en el flamenco pueden bailar todas, gordas y flacas, jóvenes y viejas,
y hacerlo con gracia y sintiendo que hay belleza en lo que hacen. Tengo un grupo
de señoras del que estoy muy orgullosa”.
Marcela Suez opina que enseñar es una gran responsabilidad, un trabajo
hermoso, pero arduo. “A mí me gusta mucho transmitir lo que sé
y lo que amo, el flamenco. Es un terreno muy fecundo cuando la gente está
abierta, dispuesta. ¿Varones? Tengo tres solamente. Sin embargo, creo
que losbailarines argentinos de tango y folklore deberían arrojarse sobre
el flamenco porque se trata de líneas totalmente compatibles entre sí.
Desde la primera clase, trato de comunicar mis ideas básicas sobre el
flamenco, sacándolo de la moda. Les aclaro que no van a aprender pasitos
y recetas para salir bailando enseguida sino que vamos a ir poco a poco conociendo
una música y un baile que representan toda una cultura. Trabajo progresivamente
en la colocación del cuerpo, los brazos, la cabeza, en el zapateo, todos
los braceos... Hay una decantación, claro, pero la mayoría se
queda al descubrir algo más rico y más hermoso de lo que habían
imaginado. Y así pueden bailar y disfrutar el flamenco desde un lugar
más hondo y genuino.”
Marcela Suez está de lo más contenta con este auge actual del
flamenco: cree que a medida que la gente lo escucha, lo ve bailar, se documenta
y se pasa datos, empieza a apasionarse –como intérprete, como público–
y a ponerse más exigente al descubrir la inagotable belleza de este arte:
“Lo veo en personas que se acercan un poco a ciegas y se les revela un
mundo alucinante”, afirma la bailaora, que hoy ofrece la que probablemente
sea su última función de Cante jondo en el Centro Cultural Recoleta
(salvo que las cosas pinten bien el próximo 20).
Siempre en pos de alimentar su pasión, Marcela se va pronto a Sevilla
(y a Jerez y a Marruecos), pero deja su silla (flamenca) a buen resguardo para
encarar al regreso un espectáculo que incluya poemas andaluces y gitanos
de Federico García Lorca. “Creo que el flamenco es femenino y masculino,
ya lo baile el varón o la mujer”, concluye Suez. “Esta cruza
potencia la expresividad. Para la mujer es fantástico, produce una conexión
muy fuerte con la tierra, lo que te da una energía que se expande por
todo el cuerpo, hasta los pelos. Revitaliza y armoniza. Cuando alguna alumna
me dice que es tarde para ella, le pregunto qué colectivo perdió...
Porque siempre podés hacer algo en tu escala. Al sentirse bien en su
piel, generar gracia, fuerza, sensualidad, las mujeres florecen de verdad. El
flamenco lo tiene todo a favor, porque además el de la calle es un baile
social que pueden compartir todos y todas, que te pone la comunicación
y la hermosura al alcance de la mano.”
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