HOMENAJES
Alicia en el país
La sindicalista y feminista Mirta Henault escribió un
libro de homenaje a Alicia Moreau de Justo.
En él relata aspectos poco explorados de la vida de
“la doctora”, como todos indefectiblemente la
llamaban. El libro, según
su autora, es una manera de reivindicar también “la política, y la gestión
ideológica transformadora”.
Por Soledad Vallejos
Un círculo que empieza y termina con el lema que la Comuna de París intentó hacer prevalecer en 1871. Eso son para la sindicalista y militante feminista Mirta Henault las casi 200 páginas de Alicia Moreau de Justo. "Dad paso a la honradez, al trabajo, a la justicia", el libro con que recoge los gestos del homenaje sin titubeos a la hija de dos comuneros exiliados para trazar un mapa de la historia (política) argentina del siglo XX. La idea de publicarlo, explica, era “reivindicar la política, la gestión ideológica transformadora, y hablo de política en el sentido de participación, de representación de la ciudadanía. Y la doctora es emblemática en esto: su vida se cruza con la historia del siglo XX, con la historia de la política del siglo XX”. En eso pensaba Mirta, entonces, hace algunos años, cuando “la doctora” (“todos le decían la doctora, siempre”) todavía vivía y ella, que casi acababa de conocerla, se atrevió a importunarla con cierta visita.
–Fui a pedirle permiso para escribir su biografía. Ella era tan respetable que no podías hacer nada, no te atrevías. Entonces le pregunté, y dijo “ah, mire usted”. “Sí, doctora”. “Pero nada personal, eh”. “Sí, doctora”. “De verdad: nada personal”. “Está bien –le dije–, nada personal”. Andá a saber lo que tenía la doctora...
Fuera lo que fuera, lo cierto es que eso “personal” no apareció, o por lo menos no mucho más allá de lo que solía sugerirse en los ámbitos de militancia socialistas de los años ‘20, cuando el suyo era uno de los nombres femeninos (aunque no el único) que con más insistencia se invocaba al referir los debates sobre la condición de los trabajadores, y las malas lenguas gustaban asociarlo al de Del Valle Iberlucea. Para entonces, ya habían pasado sus años como alumna de Hipólito Yrigoyen (titular de la materia Lógica y Moral) en el Colegio Normal 1 de la calle Córdoba, los estudios de medicina coronados por una tesis sobre salud femenina, y todavía persistía en una postura radicalizada: no afiliarse al Partido Socialista, que sostenía objetivos claramente reformistas. Era una decisión coherente para quien se asumía como “una revolucionaria”. Sin embargo, sentía cierta simpatía por la vocación pedagógica que llevaba al socialismo a la creación de centros educativos “en donde el obrero podría, con los escasos conocimientos de la escuela primaria y los que la observación y experimentación de la vida diaria le hubieran suministrado, llegar a la preparación amplia y perfecta que la mentalidad nueva requiere”. Fue por eso que, a poco de haber participado en el Congreso Internacional del Libre Pensamiento, comenzó a dictar algunos cursos en la Sociedad Luz (“luz del saber”), la primera organización dedicada a la enseñanza popular (y que, más adelante, se convertiría en la extensión universitaria), que ostentaba un nombre de logia acorde con su origen masón. En ambos casos, se trataba de un acercamiento que traducía empatía por los principios anticlericales, positivistas y evolucionistas (Moreau de Justo siempre se definió como partidaria de las teorías darwinianas) agitados por la masonería, que, por cierto, contaba con no pocos apoyos entre la élite dirigente del país en esos años.
–¿Cómo pudo haberse contactado con iniciativas de la masonería del momento?
–La masonería, como toda organización grande y politizada, tenía un ala de derecha y otra de izquierda. Prácticamente todos los filósofos e intelectuales de la época estaban en el sector progresista de la masonería.
–Pero también resulta llamativo que ella no haya sido la única mujer relacionada con el entorno masónico.
–No podría decirte algo específicamente de ella, pero sí que el Partido Socialista y el ala progresista de la intelectualidad argentina tenían una relación fuerte con las logias. A fin de cuentas, sostenían los mismos principios por los que habían luchado los comuneros de París... y por algo mi conclusión es que ella es un poco la semillita de la Comuna de París en Buenos Aires.
–De todas maneras, el progresismo de esa época también tenía sus límites en relación a las mujeres.
–Sí, pero la Comuna era muy “pro-mujer”, eran tirando a socialistas... que no sé si eran “pro-mujer” pero sí daban importancia a las mujeres. Tanto es así que uno de los grandes políticos socialistas de principios de siglo se afilia al partido a partir de su participación en el Centro Femenino Socialista. Además de que el movimiento socialista fue muy importante, también en esos momentos era importante el anarquismo. Y hubo un feminismo anarquista, el de la revista “Sin dios, sin patria y sin marido”. Esas muchachas eran realmente terribles, combativas. Las socialistas, con otro estilo, también.
Uno de los aspectos más interesantes de Alicia... sea, tal vez, cierto manejo de documentos y fuentes. Corriendo contra reloj en algunos casos, Mirta aprovechó las posibilidades de recurrir a testimonios directos de distintas etapas, fragmentos de la historia oral que, además, combinó con un recorrido por publicaciones de la época, rigurosamente copiadas a mano en distintas bibliotecas. Se abren, así, algunos resquicios que permiten entrever más allá de la personalidad de “la doctora” y rescatar una dimensión por demás conflictiva de la época: las primeras luchas sindicales protagonizadas por obreras. En 1906 (el mismo año en que Alicia debuta en el campo político), las “fabriqueras” de la fábrica algodonera Luis Barolo y de la Compañía General de Fósforos habían iniciado movimientos de reivindicación absolutamente combativos, impactantes tanto por la puesta en riesgo de los propios cuerpos como por los discursos. Mientras en Inglaterra las sufragistas causaban algunos revuelos considerables, en la fábrica Barolo, las empleadas “impedían la entrada de las rompehuelgas al establecimiento. Entonces, llegaba la policía y eran conducidas por la fuerza a la comisaría” ante la mirada atenta y pasiva de los transeúntes. Poco después, el impulso sindical cobró forma en la Unión Gremial Femenina. Una oportuna revisión de las páginas de La Vanguardia (el diario dirigido a sectores populares y editado por los socialistas) y otras publicaciones revela, también, la existencia de un discurso crítico y combativo como el de una obrera, Teresa Mauli, que Mirta rescata en el libro: “Se sabe demasiado sobre las terribles enfermedades que contraen las obreras en la manipulación de tabaco, azufre, fósforo y otros tantos productos de las industrias. Es un sarcasmo lo que pasa. La Municipalidad, por motivos higiénicos, prohíbe fumar en tranvías, teatros, etc. Pero nada parecido, nada de consideración ni de medidas protectoras para las mujeres y los niños que manipulan el tabaco, cuyo olor fuerte y su polvillo ocasionan muertes prematuras, abortos peligrosos y en general hacen más daño que el humo de los cigarrillos”. La estrategia de los primeros reclamos feministas implicaba, necesariamente, reivindicar junto con los derechos de las mujeres los de los niños. Pero mientras que algunos discursos planteaban eso en términos de solidaridad, otros, a pesar de su supuesta intención rupturista, terminaban por reclamar ciertas consideraciones y derechos... en función del rol de las mujeres como madres. Ese, por ejemplo, era el caso de Alicia.
–Por un lado, parece tener una veta feminista muy fuerte, pero, por otro, ese discurso se entronca en una clara tradición patriarcal.
–Yo creo que eso tiene que ver con el espíritu de la época. Hay que entender que no podemos juzgar con los parámetros actuales lo que era la época. Pero de todas maneras, fijate que ella se casa recién a los 37 años... y tuvo la suerte de que el marido, Juan B. Justo, se le muriera enseguida, porque él era un peso fuerte, y bastante machista, además. Entonces ella era feminista pero con contradicciones, pero ella tiene una línea en su propia vida. De alguna manera, ella estaba más próxima a una fracción radicalizada del socialismo, pero a pesar de eso no quiere afiliarse cuando se lo va a pedir la Juventud Socialista porque es un partido reformista. Recién accede bastante después.
–¿Tiene alguna hipótesis acerca de los motivos que la llevaron finalmente a afiliarse?
–No demasiado firme, serían más bien algunas puntas. Primero, se casa con Juan B. Justo. Y, por otro lado, está la situación general del país: mi idea es que todas estas organizaciones de izquierda y las movilizaciones populares que propiciaron un florecimiento de la cultura argentina, después del año ‘19 y la Semana Trágica empieza a decaer. En el año ‘30, ya es bastante bajo el nivel de movilizaciones populares, en especial después de la crisis y el golpe. Y, además, hay que tener en cuenta la caída de la Internacional, y que el stalinismo ya se había instalado en la Unión Soviética ¿Y entonces, ella, por qué transige? Creo que por la presión externa, porque ya no podía canalizar eso tan revolucionario que quería ella.