Viernes, 13 de febrero de 2009 | Hoy
PALABRAS MAYORES
Las lecciones para recuperar la infancia (o vivirla) según el arte de Inés Trigub.
Por Soledad Vallejos
Es la hora de la merienda. Una caja de vainillas, una mesa, papeles, lápices, tijeras y un instante de aburrimiento es todo lo que hay a mano. Alcanza: basta que un amigo pregunte al otro qué hace, que el otro tenga un instante de inspiración, haga dos o tres cortes, doble un par de hojas y ocurra la magia, es decir, que logre hacer su propio juguete. Así empieza Autos (Pequeño Editor), el segundo diminuto y delicioso libro pergeñado por Inés Trigub, una de las escasas mujeres que trabajan en el territorio de la animación y la ilustración en Argentina. La flexibilidad bien podría ser la clave de su obra: hay combinaciones de técnicas, hay dibujos modernísimos y detalles (de color, de ideas, de vueltas inesperadas) que transforman lo que supuestamente es un libro pequeñito en otra cosa: una experiencia lista para cobrar vida.
Un resultado tan vívido no puede ser casualidad. Dicen que Inés saca un provecho extra de los niños que tiene cerca. Y es que no le alcanza con ver cómo su hijo juega con sus amiguitos: ella propicia esos encuentros en su propia casa para estudiarlos, para seguir de cerca (como una nena más, en realidad) los mundos, las reacciones, las palabras y la imaginación de los chicos que andan por ahí. Como eso tampoco le alcanza, termina jugando con ellos.
Que Inés se alimenta, digamos, de una infancia que no es la suya pero sí, y que lo consigue desde un lugar tan personal como el que se construyó con inquietudes diversas pero siempre orientadas a lo estético (por algo es artista plástica y hace animación, estudió cine en la FUC y dibujo con Roberto Páez y cursó Bellas Artes), es tan innegable como que crea personajes, situaciones, rituales, para niñas y niños reales. Ya lo había logrado, con descaro, a fuerza de animales travestis y transformistas que habían hecho de Fiesta de disfraces, su libro anterior (también de Pequeño Editor), una colección de momentos sublimes, chistes visuales y elogios de la diferencia, gracias a que el pato se disfrazó de jirafa, la rana de pájaro, el gato de elefante, el hipopótamo de vaquita de San Antonio...
Aquí no hay pretensión de parecer algo distinto, ni necesidad de construirse según se quiera; se trata, más bien, de cómo contar (y qué hacer con) un dilema tan moderno que resulta antiguo: ¿cómo matar el aburrimiento? Ella lo resolvió haciendo autos, autitos, autazos, con su hijo Ciro (y los amiguitos que él le prestó); sacándoles fotos, pintándolos, imaginándolos en distintas situaciones, usándolos para contar una historia y montarla en un libro que en realidad es un juguete. Porque la idea es tan flexible que Trigub la pensó efímera y nada intocable: sus dibujos no son otra cosa que un modelo para armar. Antiguo, sí, pero efectivo a rabiar. ¤
(Pueden verse más trabajos de Inés Trigub en www.luz-negra.com)
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