ARTE
El globo manifestante
Artista plástica y doctora en Historia del Arte, la brasileña Suyan Mattos pasó dos meses en Buenos Aires para llevar a cabo su intervención urbana “Corazón-monumento”: un globo de tres metros y medio de alto que peregrinó libremente por distintos puntos de una ciudad vallada.
Por Soledad Vallejos
Hablar de una mujer que recorre media ciudad con un corazón en la mano mientras cinco jóvenes le siguen los pasos podría ser el inicio de una metáfora bastante cursi si el cuadro no se completara con algunos detalles. Digamos, entonces, que un equipo electrógeno, elementos de registro (cámara de video, cámara de fotos) y relevamiento (encuesta), y un proyecto bien definido complementan la imagen y ofrecen otro panorama: el de una serie de intervenciones urbanas pensadas para intentar la recuperación de la memoria histórica. Asumamos que ésa es sólo una presentación preliminar de lo que la artista plástica y doctora en Historia del Arte brasileña Suyan Mattos traía en mente como objetivo primero dos meses atrás, cuando aterrizó en Argentina decidida a darle vida al “Corazón-monumento”, ese globo de tres metros y medio de alto que peregrinó por distintos puntos clave de una ciudad tomada por las vallas y los obstáculos burocráticos como Buenos Aires, y que ahora está preparándose para hacer lo propio en Brasilia. Y es que el del corazón es un cuento callejero de dos ciudades, que, básicamente, apela a códigos casi lúdicos para devolverle al arte una dimensión social que, a veces, se pierde en el camino de los circuitos institucionalizados. “Porque el arte puede ser muy elitista en ocasiones. Y yo estoy más a favor del arte social y de la manifestación.”
Un modelo para armar
Por lo general, las intervenciones urbanas parten de una idea común: irrumpir en medio de un paisaje ciertamente estático, con un aspecto que, de tanto ser contemplado (vivido) en la vida cotidiana, termina por ser naturalizado y casi indeferenciado. Reconozcámoslo: nadie presta todos los días atención a algo que, asume, conoce de sobra. Y, en todo caso, seguramente notará alguna variación. Una intervención, entonces, podría definirse como una acción creadora con vocación de zarandeo brusco: trata de despertar, de llamar la atención sobre algo que ha cambiado para, inmediatamente, obligar a buscar respuestas sobre qué es eso modificado y por qué.
–El objetivo es cuestionar las funciones, porque la gente sabe qué es un monumento determinado, pero no sabe qué hizo ese tipo, ni el contexto histórico, la parte social, nada. En cambio, cuando uno se vuelve testigo de un momento, se encuentra más cercano. Mi propuesta sería ésa: que los monumentos actuales tienen que hacer que la persona común, anónima, se vuelva testigo de verdad. ¿Y para qué la memoria? Para no repetir lo mal hecho, pero también para repetir lo que se ha hecho bien, porque hay algunos hechos buenos que han sucedido.
Al comentar el proyecto que la ha traído, beca doctoral de la Universidad de Brasilia mediante, hasta Buenos Aires para trabajar con el Instituto Payró como centro de operaciones, Suyan hace un uso que acerca la palabra “testigo” a la noción de “actor” al tiempo que la relaciona con preguntas básicas sobre los mecanismos con que las sociedades se construyen al construir sus mitos y héroes. Porque tomar los monumentos como punto de partida implica concentrar la atención sobre dispositivos institucionales y artísticos, para indagar cómo han funcionado en otros momentos y qué queda de ellos ahora. ¿Para qué se han levantado, en la historia, los monumentos? ¿Cuál era la lógica que los hacía funcionales a un sistema determinado? ¿Qué sucede con eso ahora?
–El monumento puede estar desde los tiempos prehistóricos: los menhires, el círculo de Stone Age que está en Inglaterra, otros de Egipto, Grecia, Roma. Todos los monumentos apuntan a la memoria, son para rememorar, homenajear algún hecho, alguna persona. Hasta el siglo XIX y principios del XX, creo que los monumentos tradicionales (fijos, estáticos, inmóviles) funcionaban.
Eran tiempos de consolidación de las democracias representativas, los países buscaban mitos de origen y relatos que terminaran de definir y legitimar sus identidades como naciones ante los demás. Será por eso, entonces, que los grandes monumentos argentinos de entonces refieren, por ejemplo, la gesta épica en territorio indígena de un señor como Julio A. Roca (fundamental para la expansión territorial del proyecto agroexportador) o la magnificencia de las construcciones de la plaza Congreso. El monumento moderno, en cambio, podría fecharse, de acuerdo con Suyan, un poco más adelante en el tiempo, cuando lo que primaba era la adhesión a una forma estética determinada (la monumentalidad nazi, la geometría caprichosa que Cocteau imprimió en la fuente parisina cercana al museo Pompidou), y la obra se distinguía por ser fija, flexible y dinámica. En todos los casos, esta suerte tipología no haría más que remarcar una constante: la correspondencia de ese tipo de obras con su momento histórico. Si los tradicionales se levantaron y funcionaron en una época y no en otra, fue porque tenían que ver con el clima de esa época, y lo mismo puede decirse de los modernos. Y, tal vez, ese mismo motivo determine que no tengan la misma “eficiencia” entrado el siglo XXI: la mentalidad y las coyunturas que los sustentaron no son contemporáneas. Y sonará provocativo para quienes sacralizan el arte y sus herramientas, pero pocas huellas tan claras de lo que es la mentalidad contemporánea como la sociedad de consumo.
–Una mirada contemporánea sería, también, hacer el monumento como una marca, por eso cuando plantée el proyecto en la Universidad de Brasilia me dijeron “ojo, la publicidad es otra cosa, es para la venta, es horrible eso que dices”. Pero yo fui a estudiar el asunto de las publicidades. Y los monumentos son obras de publicidad “cívica”. Defienden ideales, incluso en nombre del Estado. Retóricamente, el monumento y la publicidad tienen el mismo objetivo: el convencimiento. Y los dos se quedan en nuestra memoria. Piensa, por ejemplo, en las siglas o las grandes marcas norteamericanas, y en los colores que tienen: ¡son la bandera gringa! Entonces, mi idea es replantear la función de los monumentos y definirlos como marcas, pero relacionados con la recuperación de la memoria histórica.
Fue por eso, entonces, que desde principios de noviembre hasta principios de diciembre, Suyan y un grupo de alumnos de Arte de la UBA (de la cátedra de Andrea Giunta) recorrieron cerca de quince plazas de la ciudad, cargando grupo electrógeno (gracias a la negativa oficial a permitirle enchufar el inflador del corazón-globo en la red municipal de electricidad “porque se veía muy feo que una extranjera usara gratuitamente la energía argentina”), para poner en práctica su idea de monumento contemporáneo: uno móvil, dinámico y flexible, que permitiera otra relación con el paisaje urbano, y que generara alguna cosa en quienes lo vieran. Como para que el registro no quedara sólo en lo visual y permitiera cierta perspectiva de análisis a largo plazo, algunos de los estudiantes encuestaban a cuanta persona se les cruzara con cara de curiosidad y daban cuenta de cuál había sido su primera idea al ver el corazón, y qué pensaban después de conocer su objetivo explícito. En los casi 400 relevamientos, las respuestas fueron positivas: esa búsqueda de la memoria terminaba generando algo cercano a la emoción. Tal vez, uno de los aspectos más interesantes del proyecto sea una diferencia fundamental con los otros tipos de monumento: no es una propuesta que surja desde el Estado, a pesar del subsidio oficial, sino que nace de (y se vuelca hacia) la sociedad civil.
Buenos Aires y su no sé qué
Sostiene Suyan que si ha subido a un avión para dar los pasos iniciales del proyecto aquí es por dos razones muy sencillas. En primer lugar, mientras que Brasilia es uno de los arquetipos de las ciudades modernas (y que fue declarada, incluso, Patrimonio de la Humanidad justamente por eso), Buenos Aires se le presentó como ejemplo perfecto de ciudad histórica. Y eso le permitía probar su monumento contemporáneo con los otros dos tipos de obras. En segundo, la posibilidad de hacer que dos centros académicos de países que pertenecen al Mercosur entablaran relaciones directamente en la práctica y que eso llevara, además, a un replanteo sobre la mirada hacia la historia tanto en Argentina como en Brasil.
–Quería cuestionar esta conversación española y portuguesa del inicio, ver las semejanzas, las diferencias, preguntar si somos hermanos de tierra, especialmente ahora, que pareciera que toda Latinoamérica está “ay, Lula, Lula...”. Porque, a veces, pienso en todo esto y creo que para cuestionar lo que estamos pasando tenemos que saber nuestra historia. No sirve cuestionarnos la actualidad si no sabemos el pasado.
Claro que, en Buenos Aires, proponerse recuperar la memoria que encierra un monumento también implica escollos adicionales. No se trata sólo de la furia de esa señora de plaza Once que alimenta los gatos radicados en el mausoleo de Rivadavia (y que terminó por encerrar alumnos, corazón y todo, entre las rejas del lugar), ni siquiera de la sistemática negativa municipal a otorgar permisos para lo que fuera, sino de algo levemente más invisible por lo naturalizado: desde hace exactamente un año y una semana, en esta ciudad recuperar esa memoria implica avanzar sobre un espacio común que ha sido tomado, apropiado y mezquinado a la vida cotidiana y los conflictos sociales. Y esa lucha por espacios, claro, implica lo político. Alcanza con recordar, por ejemplo, desde cuándo las vallas se han convertido en parte de la geografía habitual de lugares estratégicos como el Congreso o la Plaza de Mayo, donde los policías no le permitieron a Suyan inflar el corazón “porque era peligroso y estaba prohibido tener globos”.
–Pero yo, antes que doctora en Historia, soy artista plástica, entonces dije a los alumnos: “Hagamos una acción artística”. En la presentación del proyecto, yo planteo que en la presencia de los monumentos hay una sensación de ausencia. Entonces dije “vamos a hacer lo contrario. Vamos a poner que este corazón está muerto, pero con la sensación de presencia”. ¿Cómo? Haciendo la encuesta, la primera parte, que pregunta sobre la relación de la persona con el monumento tradicional. Y en la segunda, que trata sobre el corazón-monumento, tachando y escribiendo: “censurado”. Pero la gente no comprendía el porqué de la encuesta porque no veía el corazón. Entonces, intentamos abrirlo y dejarlo extendido, pero la policía no quería dejarnos. Entonces, lo abrimos, lo extendimos y salimos corriendo.