TALK SHOW
El mejor homenaje
Por Moira Soto
Madame Bovary soy yo”, dicen, cada una a su modo, las doce narradoras del “ensamble de relatos” sobre la obra maestrísima de Flaubert. Al final del espectáculo que evoca a Emma Roualt, desde el escenario de la Sala Enrique Muiño del Centro Cultural San Martín, en la –por ahora– última representación de Madame Bovary, ellas dicen lo que se dice que dijo el escritor de su célebre personaje. Las intérpretes –salvo una– no son actrices profesionales sino alumnas de la narradora Ana María Bovo, artífice de este homenaje escénico al superclásico de la literatura moderna.
Bovo, narradora por excelencia, maestra de narradoras/es, hizo una convocatoria abierta para realizar este ensamble a alumnas de talleres: se inscribieron catorce, quedaron doce, de las cuales sólo una conocía la novela. Al primer acercamiento al texto siguió una etapa de impregnación, de familiarizarse con la historia, los personajes, los detalles. Luego de lo cual, Ana pidió a cada una que eligiera los seis tramos que mayor emoción le habían procurado. A continuación, la tarea más ardua, más exigente a cargo de la conductora: el ordenamiento, la edición de esos fragmentos respetando el sentido, el lenguaje, la progresión narrativa. El resultado final, ya sobre la escena, con mínimos recursos de ambientación y las intérpretes sobriamente vestidas de negro, es sorprendente: Madame Bovary, la patética soñadora, la romántica a la violeta, más sola que la una aunque rodeada de marido, vecinos del pueblo, amantes, asiste a la cita, se anima, vuelve a confundir realidad con ilusión, a exaltarse y a degradarse en las voces, los gestos de esta doce mujeres que la narran, dialogan con ella, entre sí, con el público en un sostenido crescendo dramático. Emma Rououault, la que no tuvo amigas, es ahora acompañada por un coro de narradoras que atrapan instancias de su mezquina existencia, sus pretendidos amores bajo las narices del trivial e ingenuo marido, su maternidad indeseada, su pena de vivir anhelando una felicidad que nunca ha de llegar... El finísimo trabajo de dramaturgia fue hecho con una condición básica: salvar la precisión del texto, no permitir el menor morcilleo. Las doce intérpretes, de edades y profesiones –incluida la de ama de casa– muy diversas, aceptaron y cumplieron cabalmente esta premisa.
A Madame Bovary, “encarnación del romanticismo indefenso”, según Henry James, se le han atrevido más los cineastas que la gente de teatro: por lo menos tres versiones merecen ser citadas: las de Jean Renoir (1934), Vincente Minnelli (1949) y Claude Chabrol (1991). Esta última de una fidelidad escalofriante y con una inefable Isabelle Huppert (foto). Maestros frente a los cuales el trabajo de Bovo no desmerece, más bien pone de manifiesto la potencialidad escénica de la novela. Algo que, con otros recursos y otra forma literaria hizo este año con las andanzas de Ulises y la espera de Penélope en Hasta que me llames. Texto que Ana protagonizó en el cenit de su arte y que figura en Narrar, oficio trémulo (Ediciones Atuel), volumen que acaba de presentar y en cuya primera parte, es larga, inteligentemente entrevistada por Jorge Dubatti. Así, entre reflexiones y relatos de su experiencia, Ana María Bovo revela secretos de ese oficio “trémulo”, como señala Dubatti, “por sus implicancias existenciales, poéticas y místicas, por el inasible misterio de su magia poderosa”.
A la espera de que reponga próximamente Madame Bovary en el Club del Progreso –en su antiguo y evocador jardín– pueden ir ustedes preparándose mediante la lectura y/o relectura de la novela –hay ofertas en las calles Corrientes y Santa Fe, por ejemplo–, y asimismo tratando deconseguir algunas de las versiones cinematográficas mencionadas, en videoclubes surtidos o asaltando la videoteca de amistades cinéfilas.