DANZA
hip hop
Andrea Servera es una joven coreógrafa que en su ya extenso recorrido ha sabido internarse en territorios poco previsibles. Dando clases de danza en la Fundación Crear Vale la Pena, con mujeres y chicos de la villa La Cava, descubrió talentos insospechados, y con ellos ya lleva armados varios espectáculos.
Por Sandra Chaher
En las villas y barrios pobres de Buenos Aires, los adolescentes no escuchan sólo cumbia villera. Es más: ser fan de la cumbia delimita un territorio. Del otro lado de esa frontera hay muchas regiones, pero una mayoritaria –casi tanto como la de la cumbia– es la del hip-hop y el break. Quizá suene extraño, pero buena parte de los jóvenes de los barrios marginales bailan el hip-hop con tanta pericia como el mejor negro de Los Angeles o el Bronx. Los orígenes son los mismos: la calle. Es la cultura pop de los marginados. Y aunque empezó siendo la expresión de los negros de los suburbios norteamericanos, hoy se extendió a los alrededores de casi todas las grandes ciudades: París, Berlín, Londres... y Buenos Aires. Periódicamente se hacen torneos de hip-hop y de break en lugares como Cemento, a donde van pibes del Conurbano, profesionales de la danza, excepto porque el circuito profesional no forma parte de un destino posible para ellos. Y como no se los considera bailarines, ni se divulga lo que hacen, no tienen la posibilidad de traspasar los patios de casas, estaciones de trenes, calles de barrio y, eventualmente, los maratones competitivos.
Acá es donde hay que presentar a Andrea Servera, una coreógrafa de 33 años con una trayectoria ligada a la danza contemporánea y a la danza comercial a la vez, que encontró en la mixtura de los ritmos callejeros y lo contemporáneo el espacio en el que descansar su hiperactividad menuda y fibrosa. A ella se debe la puesta en escena de Interior Americano –un espectáculo hecho con chicos de la villa La Cava que estudian en la Fundación Crear Vale la Pena, e invitados descubiertos en competencias de break–, en el que la cultura pop norteamericana entra en sintonía con nuestros interiores bonaerenses y un grupo de adolescentes y jóvenes despliega movimientos envidiables por cualquier joven negro de Estados Unidos, en una mixtura con la danza contemporánea y algo de cumbia. Quizá por primera vez, estos bailes callejeros, que los chicos practican disciplinadamente cuatro o cinco horas al día por motu proprio, son puestos en escena dando la posibilidad de que se conozca a insospechados artistas y a una expresión de la cultura popular casi desconocida fuera de los barrios.
Cuando tenía 18 años, y después de haber casi completado el Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín e integrado el primer elenco de El Descueve, Andrea se fue a México detrás de un trabajo que le dejaba dinero y le abría la posibilidad de viajar. Ya empezaba a manifestarse esto que define como una trayectoria paralela entre lo artístico e intelectual, y lo comercial. En México conoció a Ricky Martin y fue bailarina de sus shows, y después partió a Nueva York con la fantasía de “estudiar con los maestros de las grandes compañías contemporáneas, pero no me gustó lo que se estaba haciendo y terminé tomando clases de afro y hip-hop con los primeros maestros que bajaban del Bronx. Pibes negros, de la calle, que llegaban en borceguíes a lugares muy under, porque enManhattan recién empezaba el interés por estos ritmos. Y eso fue un cambio profundo para mí”.
–¿En qué te cambió conocerlos?
Andrea instala otros temas antes de llegar a la respuesta. Es parte de su inquietud corporal y emocional casi palpable, como un cable de alta tensión. Antenas bien desplegadas, rebuscando acá y allá para después lograr la síntesis: “Yo soy súper apasionada del estudio. Me encanta investigar y conocer técnicas nuevas. Y a la vez me emociono mucho con la danza que tiene que ver con lo popular, la que nace de la calle y no de la investigación. Es un poco lo de la fundación. Antes de Nueva York yo buscaba cómo unir estas dos cosas y no lo encontraba, salvo a través del trabajo comercial. Y cuando conocí a Laura Zapata, que venía del break... aluciné. Ella es una artista. Yo no soy una chica cheta, me crié en una familia de clase media baja, pero otra cosa es vivir en la villa como ellos. Y varios de ellos son artistas en serio. Y ahí descubrí que podía unir. Y transitar mundos tan diferentes me ayuda. Porque en todos está la misma pasión. Cuando yo empecé, lo único que quería era bailar, no me importaba otra cosa, y me lancé. Y ellos son iguales, sólo que no les resulta fácil concretar el deseo. Con todas las dificultades que tiene además para un varón ser bailarín en un ámbito de villa, con los prejuicios sobre la homosexualidad... Y aún así, muchos ya están trabajando y fue por mérito propio. Cuando presentamos Interior Americano en el Malba, en junio, los vio la gente que hace ‘Rebelde Way’ y que hizo el clip de Vicentico ‘Despierta la ciudad’, y los convocaron para laburar en los dos videos”.
Laura Zapata es una bailarina increíble de 17 años, que además tiene una banda en la que compone y canta “temas filosóficos, de mi vida”. Cuando Andrea se acercó a Crear Vale la Pena, lo primero que hizo fue un espectáculo con ella que se llamó La mitad, el doble y uno más donde mezclaban break y contemporánea, y que presentaron en el Centro Cultural Recoleta en abril del 2001. Ahora, Laura es una de las integrantes del elenco de Interior Americano y bailó en los videos de “Rebelde Way” y en “Despierta la ciudad”. En El Camarín de las Musas, donde se presentó Interior... durante diciembre, Laura aparece en escena con su cuerpo relleno, el pelo rubio teñido y dos colitas, e hipnotiza. Su técnica es impecable. Pero no es sólo una artista por esto sino porque así siente su destino. No imagina menos para ella que una vida de estrella: “Interior Americano es un escaloncito más para mi ambicioso sueño –dice sin que media mejilla se le enrojezca–: ser una cantante y bailarina muy reconocida, que viaja mucho, que llega a los aeropuertos y la gente la espera gritando. Mi modelo no es Madonna. ¡Por Dios! Mi ídolo es Michael Jackson, aunque nunca tiraría a mi hijo por el balcón”.
Danza social
En febrero y marzo habrá nuevas funciones de Interior Americano en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543, y es posible que durante el 2003 viajen a festivales internacionales, si consiguen subsidio para los pasajes. En el CCC también se presentará en febrero Planicie banderita, la otra obra que Andrea Servera estrenó como coreógrafa en el 2002. Aunque parezcan muy diferentes, y la expresión justamente de sus dos vertientes –la callejera y social, y la más artística e intelectual– lo son, ella siente que tienen bastante en común y está planeando un próximo proyecto que incluya a los elencos de ambas obras. Planicie... reúne a un grupo joven proveniente fundamentalmente de lo contemporáneo. Es una puesta que trabaja con la memoria y que obligó a Andrea a profundizar en los personajes y la dramaturgia, además de meterse con la música de Chavela Vargas, Violeta Parra o Nicómedes Santa Cruz. “Para mí fue un enorme crecimiento profesional salir de la música electrónica y delaspecto elitista que tiene la danza contemporánea. Nos lanzamos un poco a jugar con nuestros recuerdos, y por eso no lo veo tan lejos de Interior... Por otra parte, ya no puedo imaginar un futuro proyecto que no involucre a Laura o a Nacho, otro de los chicos de Interior..., y que no contemple lo social.”
En Interior Americano hay unos diez adolescentes y jóvenes que transitan, a través de coreografías, una trama que va desde el enfrentamiento de pandillas y el rechazo a las mujeres hasta el baile amoroso o una escena final de cerveza y pizza que bien podría representar a un grupo de amigos como a una familia. El hip-hop es la expresión de un mundo violento, fragmentado, racista, con dificultades para establecer vínculos emocionales. ¿Qué apropiación hacen los chicos bonaerenses de esta cultura que viene de las entrañas de la polaridades sociales de Estados Unidos? “La violencia es igual acá y en la China –afirma Laura, desde la contundencia de sus 17 años–. La obra se llama Interior Americano porque puede ser la casa y las vivencias de cualquier ciudad del continente, aunque más tirando a los yanquis. Ultimamente estamos muy colonizados por ellos. El hip-hop es allá como la cumbia villera acá, aunque yo odio la cumbia. Sin querer, estamos pareciéndonos. Entonces la obra es más que nada una protesta, decir: ‘Nosotros también somos americanos’. Y lo que se ve es el reflejo de situaciones cotidianas de acá también.” “El hip-hop propone un mundo machista, donde la mujer, a menos que sea tu vieja, es una puta, y donde los enfrentamientos son habituales. Y yo quería que en Interior... se viera que ‘OK, yo bailo hip-hop, pero también me enamoro. No soy yanqui y no tengo la cabeza tan quemada’ –dice Andrea, que armó la coreografía junto con Manuel Attwell–. Mi mano derecha en todo lo que hago, y bailarín de hip-hop, para cerrar el círculo. Es cierto que el de los chicos no es mi mundo, que quizá sea más sórdido, pero Interior... es mi mirada y la de Manu, que no vivimos en la villa. Fue muy difícil llevar a los pibes por un camino de mezcla, que pudieran bailar una cumbia con una chica, comer una pizza, improvisar. Y a la vez esa realidad que viven hace que tengan esa mirada tan fuerte en escena.”
De La Cava a la Baf Week
Aunque encontró el camino para unir lo artístico con lo social, con la cultura pop, Andrea sigue sin descuidar los proyectos comerciales. Y no parece ser sólo por dinero sino por el placer de recorrer distintos caminos, por la avidez, para que la mente no se cierre. Además de ser la coreógrafa de la Buenos Aires Fashion Week, este año armó la puesta en escena de un desfile de Pablo Ramírez que se hizo en el Museo del Inmigrante. “Me encanta. Trabajo con modelos que me gustan, y me encontré con diseñadores que son creadores.”
También la convocó el director brasileño Walter Salles para que armara dos coreografías de la película del Che. “Una fue una escena de tango en los años ‘50 en la casa de la novia del Che en Buenos Aires, y la otra un baile en Temuco con un tema chileno muy popular, el Chipi-Chipi. No conocía en profundidad ninguna de las dos danzas, así que investigué, vi películas de época, y armé las escenas. Después, Walter hizo la dirección actoral.”
Y en febrero empieza un proyecto que, para variar, también la apasiona: un taller de danza contemporánea con las presas de la cárcel de Ezeiza. Son seis meses que culminarán con la presentación de una obra, y ya se está preguntando como hará para “hablar temas como el tiempo y el espacio, tan normales en la danza, en el ámbito de la cárcel. Y a la vez pienso que, aunque esas mujeres tengan historias muy complejas, en algún punto se parecerán a mí”. La diversidad artística y de intereses de Andrea es enorme. Pero la energía que despliega pareciera decir que su cuerpo chico contiene sólo combustible, y tiene las reservas intactas. De hecho, el tiempo en la vida le alcanzó también para casarse con Sebastián Schachtel, músico de La Portuaria y de sus dos espectáculos, y para criar a una hija de tres años.