Sábado, 2 de mayo de 2009 | Hoy
Cómo saber qué decir y qué callar en la primera entrevista que los padres tienen en la escuela donde asistirán sus hijos. A veces decir mucho sobre la intimidad familiar da lugar al estigma de los jóvenes y también a las falsas expectativas por parte de los padres. No hablar ni de más ni de menos evita el gran malentendido que siempre terminan pagando los estudiantes.
Por Silvia Iturriaga*
En mi práctica cotidiana asesorando familias que buscan escuela para su hijo me encuentro muchas veces ante padres que, al relatar su historia familiar en relación a ese hijo, se muestran profundamente conmovidos. Separaciones, abortos, enfermedades, fracasos escolares, diagnósticos médicos o psiquiátricos, muertes, son temas que frecuentemente aparecen en mi consulta, y hacen que me pregunte acerca de cuánto de todo esto debe un papá relatar en la entrevista de admisión con una escuela, por un lado, y de cuánta de esta información es realmente imprescindible para la institución... Y qué consecuencias le trae escuchar más de lo que necesita.
Escenario uno: un papá y una mamá, puede que sean un matrimonio o que lo hayan sido, están sentados frente a una persona que los entrevista como parte inicial de un proceso de admisión de su hijo a la escuela. Ante algunas preguntas de la entrevistadora, los padres comienzan a relatar episodios significativos de la vida de su hijo en particular, y de la familia en general desplegando una historia de padecimientos subjetivos, que involucra temas tales como infidelidades conyugales, enfermedades antiguas, crisis económicas, etcétera.
La entrevista termina, los padres abandonan la escuela sumamente movilizados por el encuentro, y la entrevistadora... también.
Escenario dos: un grupo de padres está reunido frente a la directora de una escuela. Cerca del establecimiento, han ocurrido algunos hechos de violencia, y los padres la increpan preguntándole qué piensa hacer la escuela ante esa situación. Cuando la directora me relata la escena, me pregunta: “¿Por qué suponen que frente a cualquier situación siempre la escuela debe y puede hacer algo?”
Yuxtapongo estas dos escenas, porque creo que están relacionadas a cierto malestar que se sufre hoy en las instituciones educativas, malestar que sufre la institución y malestar que sufren los padres. En cada una de estas escenas, los actores, padres por un lado, representante de la escuela por otro, se ubican en lugares que son los que luego generan malestar.
La escuela, por su lado, se arroga el derecho de saber, avanzando muchas veces por sobre la privacidad de la familia. Pero al hacerlo, ¿no se está ubicando justamente en ese lugar que luego sufre, el de Institución Omnisapiente y Todopoderosa a la que todo le puede ser demandado?
Es obvio que una escuela necesite saber qué familia está ingresando en su comunidad, y para ello hay diferentes estrategias que diferentes escuelas ponen en juego: solicitar que sea presentada por alguna otra que ya pertenezca a esa comunidad educativa, comunicarse con la escuela anterior en caso de que se trate de un cambio de colegio, pedir un libre deuda, hacer que los padres completen planillas de datos, cosa que incluso se hace a veces como condición previa a otorgar la entrevista, y, últimamente, se les pide también una foto familiar.
No provoca ningún problema para la familia presentar esta información, más allá de que en algunos casos, juntar a segundos marido o esposas, medios hermanos o hermanos de las nuevas parejas frente a la cámara pueda resultar un tanto engorroso, pero... Que Julieta nació después de que su madre sufriera un aborto espontáneo, que la separación de los padres de Rocío se debió a que su papá se fue con la mejor amiga de la mamá o que Lucas, hoy entrando a la secundaria, fue operado a los dos meses de vida... ¿estamos seguros de que son informaciones que ayudarán a sus docentes a relacionarse mejor con ellos?
¿No se correrá el riesgo, por el contrario, al hacer explícitas estas circunstancias, de estigmatizar a un chico? ¿O de convertirlas en causas universales de cualquier conducta, obstaculizando así todo proceso de comprensión?
Por otro lado, ¿dónde y frente a quién creen estar los padres cuando en una entrevista de admisión relatan estas intimidades familiares? Pareciera que, a veces, las diferencias entre un confesionario, un consultorio psicoanalítico y la dirección de una escuela se borran. El problema es que después a la escuela se le demanda lo que debería ofrecer el confesionario o el consultorio.
Escenario 3: La directora de un colegio secundario, relatando una situación escolar, en la que una alumna sufrió un brote psicótico en el medio de una clase, me comenta: “Los padres ocultan información”.
En el contexto de esta escena, entiendo que la directora se quejaba pensando que si ellos hubieran sabido que esta alumna tenía un historial psiquiátrico, podrían haber estado mejor preparados para enfrentarse a la situación.
Puede ser. O puede ser también que no la hubieran admitido. Algunas patologías son poco adecuadas para la convivencia escolar y las escuelas, aunque a veces se olvida, son instituciones educativas, no terapéuticas ni asistenciales...
¿Qué tiene que preguntar, entonces, una escuela? ¿Cuánto de su historia, debe relatar una familia? Personalmente creo que muchos colegios deberían repensar su proceso de admisión, tomar conciencia de en qué lugar quedan ubicados cuando avanzan por sobre la privacidad de la familia y, dentro del marco de lo pedagógico, concentrarse en aquellos datos que puedan efectivamente instrumentarse para facilitar la relación con el alumno.
* Asesora de padres y madres en la búsqueda de escuela.
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