Viernes, 15 de mayo de 2009 | Hoy
HASTA LAS URNAS
La investigadora Silvia Ferro discute el modo en que se valora la participación de las mujeres dentro de las llamadas “listas testimoniales” y reivindica el valor de las parejas militantes, al mismo tiempo que advierte sobre la distancia entre el feminismo académico y la participación popular de las mujeres que pocas veces se refleja en el ámbito de la representación política.
Por Veronica Gago
Ante la adrenalina del cierre de las listas electorales, la renovada polémica frente a las llamadas candidaturas testimoniales y las personalidades del mundo del espectáculo convocadas en los últimos días, la feminista Silvia Ferro, doctora en Historia Económica y Master en Investigaciones Feministas por la Universidad española Pablo de Olavide y autora del libro Ser, Estar y Actuar. Mujeres y participación política (Feminaria, 2005) se suma al debate como feminista y como militante del Frente para la Victoria (Santa Fe). Lo hace batallando con una nota publicada en Las12 sobre el tema, en esta misma sección (Poner la dama, 24.4.09), donde la entrevistada fue Dora Barrancos.
–Las parejas militantes han sido y son características de la cultura política argentina. Sin embargo, desde algunos sectores que promueven la equiparación de oportunidades de las mujeres respecto de los varones, hay un sesgo a descalificar duramente a las mujeres que actúan en parejas militantes especialmente si son peronistas y especialmente en coyunturas electorales, como por ejemplo en estas elecciones legislativas. ¿Se puede afirmar sin más que la menor visibilidad político-social de una mujer, esposa de un varón más visible políticamente, se debe a un menor compromiso de ésta con ese proyecto? En esta mirada sesgada Alicia Moreau de Justo fue un ejemplo de militancia feminista y el hecho de constituir una de las históricas y más famosas parejas militantes, no opacaba la certeza de sus convicciones políticas. Para esta corriente de pensamiento Eva Duarte de Perón no obtiene el mismo reconocimiento ya que no tenía estudios universitarios, no provenía de una familia de indiscutida posición social, se identificaba con un proyecto nacional y popular y fue la convencida partícipe de la celebérrima pareja militante que cambió para siempre la historia política en Argentina. Es muy meritorio que mujeres solas o sin estar enmarcadas en parejas militantes hayan logrado el reconocimiento público a sus convicciones y capacidad de liderazgo político y social. Es muy difícil construir liderazgos femeninos en solitario en esta sociedad aun muy prejuiciosa, racista y machista. Pero no se lo puede imponer como prototipo excluyente de los liderazgos políticos femeninos, porque eso significaría descalificar el potencial político de las mujeres que permanecen en parejas militantes, por el solo hecho de estar acompañadas por hombres en el mismo compromiso político y conyugal.
–Mucho se está investigando actualmente, desde los Estudios de Género de la Historia Reciente de la Argentina, respecto de la militancia setentista donde tanto en organizaciones revolucionarias como en las de todo tipo, muchos de esos varones y mujeres comprometidos con el cambio social por la vía revolucionaria hicieron una simbiosis entre la conyugalidad y el amor de pareja con el proyecto político de país por el que luchaban, fundamentalmente porque ambos compartían convicciones y creencias.
Tratar de cuasi monigotes a las mujeres militantes peronistas casadas con varones también peronistas, que forman parte activa de las estrategias electorales del oficialismo como por ejemplo en las llamadas “listas testimoniales”, es emparentarse con los discursos descalificatorios hacia la capacidad de la acción política por parte de las mujeres. En los noventa, durante el debate por las leyes electorales de cuotas mínimas, también se le negaba a las mujeres el acceso a las bancas usando casi calcados los argumentos de minorización de las capacidades de acción y decisión.
–Es notable el paralelismo entre las descalificaciones actuales hacia las candidaturas de las actrices Andrea del Boca y Nacha Guevara por participar de las listas del Frente para la Victoria, aun cuando ambas se manifiestan como militantes convencidas del peronismo, que recuerdan en muchos aspectos a aquellas que hacían hace más de cinco décadas los sectores conservadores a Eva Duarte por su condición de actriz –y fundamentalmente por su origen popular– lo que no impidió que se convierta en la mujer más trascendente de la historia argentina e iberoamericana.
–Poner la lupa sobre los méritos de las mujeres que acceden a las listas electorales ocupando como se dice equívocamente “el lugar del cupo” y pedirles requisitos que no se exigen en la misma medida a los varones de sus propios espacios políticos termina siendo funcional a quienes no desean compartir el poder con las mujeres. Actualmente la representatividad en las organizaciones políticas, económicas, sindicales y sociales en general no refleja proporcionalmente esa contribución mayoritaria de las mujeres, y esto tiene que ver también con esas mutuas distancias y recelos entre el feminismo académico y las mujeres militantes de organizaciones sociales y políticas vinculadas al peronismo, que debilitan la posibilidad de mutuo empoderamiento.
–Si bien el peronismo fue el marco histórico, político y social donde se expresó la mayor incorporación de las mujeres a la política en sentido amplio y al servicio estatal, y concretó los mayores logros legislativos a favor de la equidad de derechos entre varones y mujeres, en la opinión pública otros sectores con mayor comunicabilidad se apropiaron de los sentidos de esa lucha reivindicativa. Así pareciera que recién a partir de los ochenta en el marco de recuperación de la democracia comienzan a instalarse las demandas de “género” en la sociedad argentina y que sólo sería patrimonio de vanguardias intelectuales generalmente no identificadas con el peronismo. Marcela Lagarde de los Ríos, antropóloga mexicana y feminista que luego actuó como diputada en su país, advertía sobre los peligros de fijar estándares excluyentes para la participación política de todas las mujeres, especialmente de aquellas de los sectores populares y sin educación universitaria, porque eso significaría establecer derecho de admisión para ser ciudadana de la selecta República Feminista, donde mujeres urbanas de clase media y muy cultas hablan entre sí y tienen dificultades para dialogar con otras identidades femeninas.
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