Viernes, 15 de mayo de 2009 | Hoy
VIOLENCIAS
Frente a relatos aberrantes como el que describe el abuso y la violación sobre una hija durante más de veinte años, enseguida se buscan palabras que puedan aludir a lo innombrable y a la vez situar el mal lejos del resto de la sociedad: así aparece el “monstruo de Mendoza”, padre y abuelo de siete hijos producto de la violencia. Pero no hay nada de monstruoso ni extraordinario en este hombre, al contrario, un tipo común, vecino reconocido que sin embargo entendió literalmente aquello del poder del padre.
Por Sonia Tessa
“El monstruo de Mendoza.” Así nombraron los medios a Armando Lucero, el hombre que violó durante 27 años a su hija, con la que tuvo siete hijos. Como antes se nombró a “el monstruo de Amtetten”, el austríaco Joseph Fritzl. Lo monstruoso permite poner afuera, bien lejos, el fantasma del incesto y el abuso sexual. Y tranquilizarse. Sin embargo, se trataba de supuestos hombres honorables, padres de familia, cuyas conductas públicas se distanciaban mucho de sus “monstruosidades” (para nada) privadas. Así, los incestos que pueden estar cometiéndose a la vuelta de la esquina quedan en una nebulosa. Porque padres abusadores hay muchos, y lo que se pone en juego no son tanto los “instintos” –como a muchos tranquiliza suponer– sino una relación jerárquica, donde la niña es sólo un objeto del placer de ese hombre. No sólo sexual, claro, sino sobre todo el placer de la dominación, masculina por excelencia.
“Hablar del monstruo es una forma de tranquilizar a la sociedad, en el sentido de que esto ocurre excepcionalmente, cuando en realidad sabemos que puede estar pasando al lado de tu casa”, indicó la psicóloga rosarina Bettina Calvi. Y dejó claro que la pregunta sobre el “perfil del abusador” –que sí se describió en algunos medios– no es pertinente. “Puede ser cualquiera. De hecho, la mayoría son hombres con una vida social muy correcta”, indicó.
Sin embargo, Calvi hace otra lectura sobre la cuestión de lo monstruoso. “El abuso, y mucho más el incesto, es imposible de representar, de pensar, para quienes no son abusadores”, por eso “la desmentida es el primer mecanismo” que se pone en juego. En esta ocasión, “la dimensión del hecho sobrepasa. Se nomina como monstruoso algo que no se entiende, que no puede pasar, que es irrepresentable. Sin embargo, no tan lejos, pero sobre todo en el norte del país, la práctica del abuso de las niñas pequeñas de las familias más pobres es habitual. Allí no se les dice monstruos, porque está naturalizado socialmente que la gente pobre es objeto de quienes tienen mayores recursos”.
Otra psicóloga rosarina, que dirige la Casa de la Mujer, Liliana Pauluzzi, prefiere poner el foco en “la falta de compromiso de la sociedad” y en “la impunidad”. Desde hace tiempo batalla con los prejuicios que operan en la Justicia, donde la mayor parte de las denuncias por abuso sexual se desestiman. “Lo ocurrido en Mendoza desnuda la falta de compromiso de la sociedad. Estos chicos fueron a la escuela, tenían vecinos, pero nadie hizo nada. Se sigue planteando el abuso como un delito privado”, indicó Pauluzzi, quien recordó una historia muy similar de una chica a la que atendió en un barrio Fonavi de Rosario. “Los docentes, los profesionales de la salud, lo sabían pero no denunciaron nada. Cuando quise trabajar con la chica, la familia impidió que siguiera viniendo”, recordó. Para ella, “lo monstruoso es la impunidad”.
Pauluzzi sostuvo que “se pone el rótulo de perversión y psicopatía en una instancia individual, pero la perversión está dentro de la sociedad. Lo que a mí me parece monstruoso es la falta de compromiso del Estado, de la sociedad, de los profesionales. Es muy perverso que la Justicia decida sobreseer a un padre violador porque no hay semen para analizar un ADN”, indicó Pauluzzi.
Sobre todo, esta psicóloga subraya que el abuso sexual infantil “no es excepcional. De acuerdo con la estadística de Naciones Unidas, el 30 por ciento de la población sufre o sufrió abuso sexual infantil, y de ese porcentaje, un 80 por ciento lo sufrió en el ámbito intrafamiliar. Un estudio de Save the Children en 10 países de los cinco continentes plantea que el origen del abuso sexual está en el sexo, el poder y la cultura y una de las cosas que plantea es que los gobiernos prefieren mantener las costumbres tradicionales que defender a los niños y niñas”.
Esta posición de la ONG internacional es concurrente con las observaciones de la antropóloga Rita Laura Segato, quien considera a la violencia como constitutiva de las relaciones entre los géneros. En una ponencia realizada en 2003, sobre “Estructuras elementales de la violencia”, la investigadora se refirió a “la economía violenta propia de la estructura de género. En el incesto, por supuesto, se ponen otros asuntos en juego. Como la prohibición que estructura la sociedad. Pero claro: si está prohibido, es porque pasa”.
Es interesante analizar cómo desde muchos medios se exhibió la preocupación por los siete hijos de la relación incestuosa. ¿Y qué hay de la víctima? Para muy pocos el tema es ella, que aun siendo adulta sigue siendo una niña abusada. “Hay que focalizar la cuestión en los 8 años, cuando comienza el abuso, porque cada año que pasó siendo abusada, toda su subjetividad se deterioró, y se naturalizó una situación cada vez más patológica”, indicó Calvi. Allí, trazó un paralelo con Elizabeth Fritzl, la mujer de 42 años a quien su padre tuvo encerrada durante 24 en un sótano. “Esta chica no estaba encerrada físicamente como la austríaca, pero también estaba encerrada. La estructura era absolutamente endogámica. Que no haya contacto con el exterior porque si no, el terrible secreto corre riesgo. Los abusadores se encargan de instalar el orden del secreto fundamentado en la amenaza. Si vos lo contás, yo voy a hacer tal cosa. No es sólo lo sexual, es un ejercicio de poder en todos los ámbitos”, indicó Calvi.
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