Viernes, 5 de junio de 2009 | Hoy
HASTA LAS URNAS
Más allá del pobre reflejo del estado del debate político en la Argentina que significa la parodia de “Gran Cuñado”, aparecen allí –y también faltan– las mujeres políticas del modo más estereotipado posible, máscaras fijas y casi ausentes que no llegan a reflejar el peso de sus liderazgos. ¿Pero cuánto de esos detalles que se eligen para resaltar en las imitaciones se ponen en juego en la campaña electoral? ¿Existe un contrapunto posible entre las mujeres pudorosas y casi asexuadas de la oposición y la figura de la Presidenta o todas son parte de un imaginario machista que no ha producido hasta ahora cambios significativos?
¿Cuál es el papel de los estereotipos femeninos entre las candidatas? ¿Hay una suerte de contrapunto grotesco entre la imagen “producida” de Cristina Fernández de Kirchner (cosméticos y carteras llamativas como cliché) y una especie de ascetismo religioso de las principales opositoras? O, dicho de otra manera: ¿hay una tendencia devota entre las contrincantes con más prédica mediática, que alcanza incluso a la construcción de sus imágenes casi como asexuadas, como modo de contraponerse a un supuesto modelo presidencial? Estos liderazgos electorales femeninos que ponen el cuerpo sexuado un poco más a la sombra, ¿funcionan como estrategia de conciliación política frente a la misoginia general? ¿Esto es así, incluso, si ese carácter asexuado se sustenta en cuestiones que, teóricamente, corren a esas mujeres de la norma: sea por invalidez, sea por no adecuación a la estética de la delgadez? ¿O es el mismo canon, binario y simple, el que peca de misógino?
Que candidatas de alto perfil como Elisa Carrió y Gabriela Michetti tengan en común su amistad con el cardenal Jorge Bergoglio, además de ser un dato de sus respectivas inclinaciones político-religiosas parece también marcar cierto tono de las estrategias en juego. El discurso “positivo”, lleno de adjetivos consensualistas, con que Michetti encara los comentarios sobre los asuntos públicos y privados y los latiguillos del “trabajo en equipo” y “la escucha a los vecinos” parecen dirigirse a delinear un estilo de campaña que privilegia una suerte de eficiencia femenina de conciliación. Mientras, Carrió –que lanzó el primer misil contra Michetti hace algunos días en defensa de su candidato Prat Gay– también apela a una resistencia pacífica “contra el régimen”, aun si caben en esa misma racionalidad los escraches de los sectores reaccionarios del campo. ¿Este tono de las principales opositoras se trasluce en una desexualización de sus cuerpos como otra manera de quitar agresividad de la arena política?
“La ventaja la dirán las urnas, pero me parece que toda contraposición basada en el cuerpo –o su ocultamiento o negación– habla de una cultura política endeble, incapaz de poner en juego otros valores. O quizá de una identificación ‘antiglamorosa’, que pone en escena ciertos rasgos compartidos –y desventajosos– del ‘ser común’”, analiza Leonor Arfuch, investigadora de la UBA y autora de los libros El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea (2002) y Crítica cultural entre política y poética (2008).
¿Se busca de este modo una contraposición con la imagen de Cristina Fernández?
“No me parece que las imágenes respectivas se construyan simplemente en oposición al modelo presidencial, cada una vino haciendo su trayectoria: Carrió con su famoso crucifijo y sus invocaciones al castigo divino; Michetti con el relato ejemplarizador de quien pudo sobreponerse a la adversidad: ella misma declaró hace poco que posiblemente su discapacidad la haya favorecido en la política. Pero no sé si esas imágenes de mujer, en sí mismas, aparecen como más apreciables en la opinión pública, más allá de la coyuntura”, continúa Arfuch.
Tal vez, sea la misma contraposición la que funciona como analizadora más pertinente de la misoginia-ambiente. “El contrapunto ascetismo religioso versus materialismo cosmético, la verdad es que no lo veo actuando, creo que se gastó rápido, porque forma parte de una visión machista muy aceptada del universo femenino. Creo que ha dejado de ser tema en la búsqueda de electoras. Las votantes ya lo saben, y como de cosméticos sabemos todas y de educación religiosa también, diría que eso forma parte de la mochila que cargamos cada una como nos parece. Por otra parte, ambos estereotipos son totalmente funcionales con el machismo argentino, ambos ‘gustan’ al varón, de modo que veo ambos rasgos mucho más naturalizados y en cierto sentido, invisibles, en el estereotipo construido ahora en los medios”, explica la historiadora Ema Cibotti, autora de Una introducción a la enseñanza de la historia latinoamericana (2004).
Quiérase o no la campaña electoral se sigue, en muchísimos hogares, por los avatares del “Gran Cuñado”. Y sus caricaturas condensan, a la vez que producen, los estereotipos de las y los candidatos. Dice Cibotti: “Lo que sí acuerdo es que cuando se trata de mujeres políticas, los estereotipos mandan, pero una clase de estereotipo nuevo: la mujer parodiada, porque resulta más fácil encorsetar candidatas y parodiarlas que interpretarlas con algún rasgo de humor.
Para Arfuch, en este sentido, “toda la campaña es grotesca, en tanto parece ‘monitoreada’ por un programa supuestamente cómico, con avisos de campaña con imágenes estereotipadas de todos los candidatos, no sólo las mujeres, llena de golpes de efecto y vacías de contenidos programáticos y propuestas serias de gestión”. Sin embargo, agrega: “El contrapunto entre Cristina y sus opositoras ha sido acentuado en la campaña, pero siempre estuvo presente y no parece demasiado político hablar sobre las cremas y carteras de la Presidenta en lugar de presentar argumentos. En todo caso brinda una imagen desvalorizante de la política y de las mujeres en la política, pero de todas ellas. Y alimenta el mito machista de que una mujer que se preocupa por su imagen es superficial y por ende no atiende bien sus obligaciones”.
¿Más que una táctica política es una apuesta mediática? Para Cibotti, “no hay estrategia opositora actuante, sino una estrategia mediática muy elemental para contrastar a las políticas oficialistas con las opositoras”. Explica: “Casi diría que utilizaron el obvio recurso de presentar a la ‘rubia’ y a la ‘morocha’, pero francamente en las imitaciones ambas aparecen como mujeres de cera, hieráticas, muy ausentes, desvitalizadas, y poco expresivas y por lo tanto debilitadas: una versión paródica del sexo débil. Y ni Lilita ni Cristina son así, son todo lo opuesto: están muy presentes, son expresivas y vitales y muy contundentes, y me parece que esto inquieta mucho la vena machista argentina que no sabe qué hacer con ellas. Lo que también creo es que ni una ni otra se hace cargo de esto. Lilita y Cristina ejercen liderazgos personalistas y, en ese sentido, tradicionales en la política argentina, ejercen un protagonismo no innovador”.
Para continuar el análisis en términos de producción mediática, Arfuch sostiene: “La imagen de Cristina fue dicotomizada casi desde el principio, acentuando esos rasgos y pasando por alto otros, como su capacidad argumentativa, su conocimiento de temas o el rol destacado que tuvo en eventos internacionales de importancia. Seguramente la imitación de Tinelli capta algo de esa representación, al mismo tiempo que la produce, como ocurre en general con todos los registros mediáticos”.
Para Cibotti, sin embargo, hay algunos personajes que son más difíciles de ser parodiados: “Al convertir a Cristina y a Lilita en una máscara, faccia di cartapesta como se dice en italiano, se puede jugar fácilmente con la imagen de la mujer sin volumen, o sea un títere. Más difícil resulta esta misma operación en un cuerpo visiblemente lastimado como el de Michetti, y en el caso de Stolbizer, su estilo mismo, de mujer que hace mucha reserva de sí (nadie sabe casi nada de la vida privada de Stolbizer) la vuelve menos interesante para la parodia”. Good show!
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