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Es difícil imaginar cómo un millón de personas pueden ser mutiladas y asesinadas en apenas tres meses, cómo todas las mujeres de un país pueden ser perseguidas y violadas en 100 días, cómo la locura colectiva llega al horror y lo vuelve un río de sangre. Entre abril y julio de 1994, la pequeña y superpoblada Ruanda dio vía libre a lo impensable: un holocausto africano que, hoy, encuentra reflejo cinematográfico en la cámara de la documentalista y productora Vanessa Ragone con Los 100 días que no conmovieron al mundo.

“Una de las motivaciones para iniciar el film fue recordar una catástrofe horrorosa de la que pocos se acuerdan”, asegura la realizadora que —durante 20 días— siguió a la jueza Inés Weinberg de Roca, del Tribunal Criminal Internacional por Ruanda, creado por Naciones Unidas, a cargo del juzgamiento de estos crímenes de lesa humanidad.

En palabras de la directora: “Inés era un buen vehículo, un personaje con el que el espectador crease algún tipo de afinidad para comenzar a comprender una historia real, pero inimaginable, ajena”. Es que es difícil imaginar cómo, entre vecinos, el machetazo era el golpe de gracia, como la casta tutsi —niños y adultos, sin distinción— sufría una baja repentina de un millón de personas, en manos de los hutus.

“A través de diferentes voces, el documental menciona distintos motivos posibles: locura colectiva, miedo, avaricia, lucha por la tierra. Al no haber recursos y surgir la idea de supervivencia, comenzó la masacre de los tutsis —ganaderos, minoritarios pero poderosos— por los hutus —la clase más baja, agricultora—”, explica Ragone que, además de presentar sus 57 minutos de cinta, está realizando la producción ejecutiva de Las viudas de los jueves, de Marcelo Piñeyro, y El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, ambas a estrenarse este año.

Con entrevistas a jueces, fiscales y víctimas, entre otros, Los 100 días que no conmovieron al mundo suma la voz del actual ministro de Justicia de Ruanda, Tharcisse Karugarama, que agrega un elemento interesante al relato: el pedido de que, de ahora en más, los juzgamientos vuelvan a manos del Estado. “Al principio, en el ‘94, el gobierno necesitaba que un organismo internacional tomara cartas en el asunto; ahora, piden que le devuelvan los casos y usar su sistema propio, de tribunales populares”, relata la documentalista.

Con todo, este “juicio para la historia” —como define Susana Reinoso, a cargo de la idea e investigación del film— siguió su curso buscando figuras emblemáticas e instigadoras del genocidio: políticos, sacerdotes, etcétera. En el caso puntual de Weinberg de Roca, la magistrada tuvo que juzgar a Simón Bikindi, un músico popular acusado de incentivar el odio a través de canciones que, según la defensa, eran poco más que inocentes. El proceso demostró lo contrario y el film así lo cuenta. “Había una organización muy clara: radios que denunciaban gente, música que llamaba a matar a los otros, bloqueo de carretera, una policía militar preparada y una policía paramilitar extremadamente violenta”, recrea Ragone.

Otra cuestión eje que la película deja asentada merecería un documental por sí mismo, como la propia directora admite. Violaciones por doquier, que no han sido denunciadas por miedo a la segregación de mujeres ruandesas contagiadas de sida, obligadas a criar a los hijos de los hombres que las atacaron sexualmente durante tres meses. “No pudimos ir a fondo, pero quisimos dejar el tema asentado, abrir el panorama para que la gente comience a hacerse preguntas, a investigar por su cuenta”, argumenta la directora.

Los 100 días que no conmovieron al mundo se proyecta en la sala Tita Merello.