Viernes, 31 de julio de 2009 | Hoy
CONTRAVALORES
Cuando la delincuencia y la niñez van de la mano, es porque alguien, por negligencia o por perversión, ha propiciado el encuentro.
Por Aurora Venturini
Dije al morochito que ingresaron a la Casa de Admisión de Menores: “Los menores nunca deberían llevar un cuchillito de punta”.
Y si lo he dicho es porque antes pude ver acercarse al preceptor que traía con cierta severidad, desde el fondo de esa Casa de Admisión, a un pibe recién admitido. El pibe, moco y llanto, susurraba: “El cuchillito estaba de punta”.
¿Qué te pasó? Pregunté al chiquilín oscuro de oscuridad provista por pobreza desde adentro hacia fuera salpicando el entorno. El nene, doce años, temblaba unos temores temulantes, más antiguos que él mismo, de la primera infancia, que de infancia sólo le quedaba la denominación técnica.
El internado declaró que se hallaba en el baldío del barrio jugando con los amigos al vigilante y al ladrón, y que para este caso, él era el vigilante. Que él, como era de rigor, llevaba un cuchillito apuntando alerta ante el posible agresor. Entonces, el anciano de al lado, muy enojado por el barullo de los juegos, se acercó, intervino y le pegó una cachetada.
Antes de que el recién admitido terminara su frase, acoté: “Entonces el viejito se cayó encima del cuchillito que llevabas de punta”.
El guachito me miró radiante, y dijo: “Justo eso iba a declarar”.
Fue entonces que aconsejé y aconsejaría ahora mismo a los menores, que nunca hay que llevar un cuchillo de punta.
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