Viernes, 14 de agosto de 2009 | Hoy
PERSONAJES
La británica Susan Boyle posa para Harpers Bazaar y por un rato deja atrás su imagen de señora gorda, pajuerana y feúcha que conmovió por su bella voz. En una sesión de fotos queda demostrado que, con asistentes avezados, make up y ropa de diseño, todas podemos ser perfectas, o sea, estándar.
Por Liliana Viola
“Tengo casi 48 años y jamás me han dado un beso”, respondió Susan Boyle cuando le preguntaron por su edad en Britain’s Got Talent, programa caza talentos y, por ende, caza derrumbes. Era la frase que rubricaba su fealdad. Fealdad que sea dicho comparte con tantísimas señoras que no aparecen en televisión ni sucumben a sus mandatos, y jamás se les ha ocurrido comprar los ingredientes necesarios para levar. El público contenía la risa: ¿Quién iba a besar a eso?
Su imagen se ajustaba perfectamente a sus datos biográficos: soltera, vive con su gata callejera, jamás salió de vacaciones, vive en un pueblo de apenas 5000 habitantes, no conoce ni siquiera por nombre a la popular cadena comercial Selfridges, vivió con su madre hasta que ésta murió a los 91 años en 2007 rogándole que por favor hiciera algo de su vida. Lo único que no acuerda con su imagen es que lo hizo. Quien se aprestaba mansamente a ser blanco de burlas terminó protagonizando la escena más visitada en la historia de You Tube. “¿YouTube es un tubo de caramelos?”, preguntó cuando le contaron. Susan Boyle, que cumplía frente a la pantalla con todos los ítem del candidato loser, rompía la regla con un pequeño detalle: no desafinaba, no tenía una voz de bruja, no se olvidaba la letra, cantaba bien. El talento en esa caja de resonancia fuera de moda, fuera de juego, se valoró con la pasión con la que se festejan los fenómenos. Risa nerviosa, vergüenza propia, adoración. La sociedad británica reaccionó con el sentimiento que se le tira al animal en extinción que acabamos de pisar con un auto último modelo, y que aún respira.
Claro que, cuando se estaba acercando al momento culminante, el monstruo comenzó a demostrar algunos desarreglos. Parece que gritó, que agredió a un periodista, que no quiso contestar a una pregunta. Lo que en otras bellas se festeja como señal de divismo, aquí significó un drástico retiro de confianza. Los diarios la abandonaron y se tuvo que conformar con el segundo puesto en el programa busca talentos. La Cenicienta sin un zapatito vuelve a su casa y aquí no hubo ningún cuento.
Ahora pasó un tiempo prudencial, la internaron un rato en un centro psiquiátrico y, a punto de editar su primer disco, regresa Boyle para ganar los puntos de popularidad perdidos. Algo nos dice que ya no le alcanzará con su cantar de alondra. Qué tal desandar el camino de la fealdad. Como salta a la vista, posó para Harpers Bazaar y ha conseguido, a fuerza de talento ajeno, una pose de Hollywood, una sonrisa de estrella, una aura de modelo y hasta un toque de distinción. No se debe este milagro a ningún exceso de photoshop: la revista muestra en su página el video en el que se ve a la Boyle de siempre con su andar torpe y su pelo crespo metamorfoseándose en esta bella mujer que se ve en la foto. Boyle ha demostrado con creces que está de este lado, que no está en extinción y que respira exactamente igual que tantas mujeres iguales que aparecen en las revistas. ¿Quién querrá comprar ahora el disco de una voz que se parece a tantas voces?
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