Viernes, 4 de septiembre de 2009 | Hoy
DIEZ PREGUNTAS > A LILIANA LUKIN
—Desde 1978, cuando tenía 27 años, hasta ahora, tan joven, he trabajado mucho en la escritura, en la poesía, y he publicado diez libros. Eso significó revisar un pacto no explicitado, pensar qué le hacen a mi cuerpo las lecturas que devoro, enfrentarme a mi escritura y a mi vida de estos 30 años, como un solo fluir donde una habla de la otra, la escritura de la vida, la vida de la escritura. Quise poner en circulación libros ya olvidados, o de los que no hay ejemplares, en un solo libro que reprodujera aquellas tapas, esos detalles.
—Hay un deseo de diferenciación o de continuidad, aunque siempre se esté escribiendo ya el futuro libro. He cambiado, claro, motivos, tonos. Cada vez soy más musical, el ritmo está mas presente. Y cada vez escribo cosas menos bellas en sí mismas, salvo que sean la torsión de un concepto. Porque el trabajo es ése: cómo lograr un concepto que se pueda decir, y que calcine una neurona o un prejuicio o alguna metáfora vieja y que la vuelva a instalar nueva, pero que además se escuche bien.
—Me imagino como una máquina de mirar, como una traductora... Muchos de mis poemas hablan de lo que es posible ver, en un juego con la forma, con lo que es posible decir. Amo el diálogo entre lenguajes diferentes, es un lujo, y fue para mí casi natural: colecciono postales antiguas, libros de arte, figuritas de brillantes, lapiceras... Que un pintor creara una portadilla especial para mi libro o una amiga artista plástica diseñara el proyecto de un libro era multiplicar el placer, hacer otras formas de la escritura: dibujos, números, pinturas, papeles marmolados, fotos, fueron apareciendo en las tapas, los interiores, en el concepto mismo del poema (donde escribí a mano, con letra caligráfica y fotos de mujeres desnudas), o en su estructura, como en el último libro: grabados, fotos, transparencias que duplican el sentido.
—Siempre traté de definir el ser: una escritura de “lo mujer”, para irrumpir sobre lo real. Desde 1978 he pasado de un diálogo con la Historia, con mayúscula, a un diálogo con la historia, con minúscula, que aparece cuando empiezo a mirar más hacia los cuerpos privados que hacia el cuerpo público, digamos. Después del trabajo con el cuerpo de las Madres, con los desaparecidos, con los cuerpos de los muertos en Malvinas, fue como si me hubiera deslizado, en la propia maternidad, hacia otras zonas de lo ideológico, del modo de estar en el mundo, más comprometida con el ser individual que, bueno, es siempre más universal. Me cito, de retórica erótica: “En tanto, el cuerpo y la palabra son uno/ para ella: dice dolor y no puede/ soportarlo y amor dice y se le hace/ agua la boca”. Yo soy mi cuerpo y eso es lo que escribo.
—La que inventaba su escritura de un modo salvaje e ingenuo, porque estaba en estado de ruptura con el mundo de las convenciones en general, pura potencia del ser y creencia en el poder de la palabra.
—El cuerpo como metáfora de la letra, la ironía, la conciencia de un hacer en el lenguaje, una potencia tamizada por el tiempo. Igual, mi deseo y mi proyecto siguen siendo transformar las ideas en acto: un compromiso también del cuerpo.
—Cito a Flaubert: “El estilo es-él enteramente solo-una manera absoluta de ver las cosas”.
—Siempre que la escucho pienso en Alfonsina. Hay un instinto hacia la diferenciación sexual que dificulta el uso de la palabra “poeta” para nombrar a mujeres, pero, usada para los hombres desde siempre, curiosamente es una palabra “en femenino”: también nos corresponde.
—Vallejo, Ingeborg Bachmann, Rilke, Celan, T. S. Elliot, Marina Tsvietáieva.
—Creo que estamos en un momento de enorme vitalidad y tristeza. Superpoblado, sobreactuado, denso y multiforme. Igual, distingo estilos y tengo el placer de leer, entre los contemporáneos, sobre todo a alguna/os de mi generación, que hacen que la actual poesía argentina sea de una “actualidad con historia”.
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