TELEVISION
Nada que ver
“Súper M 20/03” es la segunda versión del programa que selecciona a una entre miles de chicas con aspiraciones de modelos exitosas. Los jueces del gigantesco casting prometieron en las promociones que buscarían “actitud” más que belleza, pero nada parece haber cambiado demasiado. Salvo por la “dramática opción” de una joven que tuvo que decidir entre seguir adelante con su embarazo dentro o fuera del programa. De interrumpirlo, ni hablar.
Por María Moreno
¿Se puede escribir la nada? Se preguntaba Roland Barthes sospechando que en el solo hecho de decir “nada” se estaba contando con algo que ponía de manifiesto lo conflictivo de la pregunta. El programa “Súper M”, aunque lleno de mujercitas, es una nada hasta tal punto que podría lograr que Humbert Humbert se quedara dormido y que el Señor López tuviera que salir corriendo fuera del área televisor para sentarse ante la computadora y tratar de tramitar por internet alguna escena “reparadora”. Es que si “Súper M 20/02” tuvo algún encanto ñoño que destilaba la malicia y la propensión a la risa de la heroínas de Colette, “Súper M 20/03” parece el museo que custodia los fósiles de las características atribuidas al carácter femenino desde mucho antes de que Schopenauer hablara de animales de cabellos largos e ideas cortas y Freud considerara a las mujeres con un cuero demasiado duro para la sublimación y sólo aptas para comportarse como gallinas ponedoras aunque dueñas de un dedal de oro –el clítoris–. A excepción de la mujer narcisista (¿ es decir la modelo?), características que funcionan como una especie de publicidad subliminal en el programa. En ese sentido la palabra “modelo” es literal. Ejemplos:
1 Las mujeres son débiles
No soportan el cosquilleo fresco de las olas marinas luego de las nueve de la noche y a ninguna se le ocurre utilizar la memoria emotiva de Alfonsina y el mar no para suicidarse sino para adoptar una pose interesante ante la cámara. En cambio se envuelven con las manos esos hombros dorados y cubiertos de una tenue pelusita propia de las quinceañeras. Dan saltitos de tordo y chillan haciendo mohínes ante la cámara principal –la de tv, y tal vez en eso no sean nada zonzas– fingiéndose pescadas en una pose de espontaneidad y candor aptos para todo público. Para los fotógrafos, que pretendían sacar a una Cicciolina en versión porno soft de la crisálida de una pueblerina, la noche de la sesión en la playa fue el equivalente a tener que poner un tres en un examen colectivo. Si soñaban con el registro atractivo de las perchitas de carne adorable, ideales para aparecer en las tapas de las revistas de glamour vestidas con trapajos internacionales, se encontraron con unas fotos idénticas a las que se obtienen luego de un viaje de graduación del secundario: rasgos desplazados por la mueca ante el flash o el escalofrío, gestos de animadversión o cachondeo a la vecina, arrugas precoces o ese aire de lelez estudiosa que se toma involuntariamente cuando se intenta sacar un trocito de durazno del yogur del mediodía atrapado entre dos molares. “Francamente así no van a llegar”, les dijo uno de los capataces del fashion a las examinadas. Pero hubo una excepción, una chica a la que se felicitó por posar haciéndole frente al mar helado –qué viva, sólo tenía en el agua las manos y las piernas de las rodillas para abajo– en la posición del coito a tergo y con boca de fierita.
2. Las mujeres carecen
de espíritu independiente
Nunca superan la condición de pollitas, entonces extrañan el calor del nido. Por ejemplo Paola Meric ha decidido regresar a Chile luego de insistentes llamados a su casa natal precedidos por un “¿Cómo stai?”, encantador, es cierto, y digno de los registros fonéticos de un cronista como Pedro Lemebel. Entonces el coro de chicas, haciendo gala del estoicismo holístico propio de un empresario que hizo un tratamiento con Louise Hay, opinó que debería haber avisado antes para que –aquí nombraron a varias de las eliminadas– hubieran tenido alguna oportunidad. En la penúltima emisión que fue posible ver para este relevamiento, hubo una chica a la que le habían traído por sorpresa al compañero pero no a la hija y se la vio quejarse y quejarse diciendo que la extrañaba y retacear un beso de reality show –que sonó fonética y ostentosamente: “mnpst”– mientras en la cara del desgraciado se leía: “Carajo, la producción no quiso bancarme dos pasajes a pesar de que la nena paga medio”.
3 Las mujeres compiten entre sí
Las participantes argentinas suelen referirse con una muy suelta anticorrección política a “las chilenas”, las chilenas dicen menos “las argentinas”, pero suele pasar. Aunque todas coinciden en el gentilicio para aludir a un conflicto que suele incluir la pérdida de un osito y que es enunciado como equivalente a los conflictos históricos en torno de cuestiones limítrofes. O se maltratan como en los tiempos en que se acusaba a Calfucurá de seducir y desargentinizar ranqueles con ron y chafalonías. Todo esto a pesar de que la ganadora de “Súper M 20/02”, Gissela Pérez Ponce dijo que se alegraba de que entre las participantes de este año incluyeran a chicas venidas del otro lado de la cordillera, así se ayudaba a zanjar los roces. Por ejemplo, la señorita Molina ha hecho una interpretación libre de la consigna de que una modelo debe tener personalidad y encaró una repetitiva queja acerca de una grosería cometida por unos muchachos a los que ella consideró argentinos típicos: montados en un cuatriciclo y metiendo un ruido infernal las habían salpicado mientras tomaban sol. En un conflicto con menos Patria y en el interior de una combi, una empezó a insinuar que había alguien que tenía con ella una onda de lo peor y que no más ponerse a hablar, la otra se reía. De hecho, la otra estaba a su lado riéndose y aprovechando el suspenso que se tomaba la narradora para encararla con nombre y apellido.
4 La belleza se hace
El programa está editado de manera que la cámara funcione en el lugar de una confidente que acepta compartir la maledicencia excluyendo al objeto de la misma: Se filma aparte tanto a las chicas que acusan a otra como a la que le responde. Es el mecanismo del chisme llevado a recurso narrativo. Podría decirse que a tono con lo que se supone propio del “género”. Si bien en “Súper M” hay asambleas y se registran reclamos, la selección prueba que se premia la obediencia haciéndola pasar por disciplina mientras que se sanciona la queja haciéndola pasar por narcisismo.
Todas las chicas de “Súper M”, tarde o temprano, hablan de derecho a la expresión como si éstos fueran el antecedente romántico de los derechos humanos aunque intuyendo acertadamente que todo cuento de hadas cumplible tiene su precio y no pagarlo de ningún modo equivale a una negligencia profesional.
Si en la historia la tragedia puede retornar como sátira, también puede retornar como videoclip. La instructora de pasarela, Mathilda, suele hablar como la versión naïf de una capa de campo de concentración, como si ser nominada equivaliera a sobrevivir y la profesora de gimnasia, Gaby, lo hace como si ser modelo fuera más duro que ser cartonero. A riesgo de que estos comentarios parezcan los de una gorgona envidiosa, hay que aclarar que el mundo de las modelos no es necesariamente más tonto que el de los visitadores médicos, los gerentes de banco o los psicoanalistas lacanianos. Débora de Corral es inteligente y su pasaje amoroso de algunos ejecutivos de empresas fabricantes de pilchas a Gustavo Cerati equivale a haber encontrado a Sartre en una feria americana. Como también era inteligente Lorena Paola cuando a los ocho años, con la gorda manito en la cintura, negociaba una nota de tapa de seis páginas en la revista Siete Días para después posar atenta al reloj con un profesionalismo envidiable mientras lanzaba miradas a lo Mae West y le decía a la producción: “¿Por qué me pusieron chanchitos? ¿Porque soy un monstruo?”
La falta de imaginación de “Súper M” radica menos en las cualidades personales de sus participantes que en los estereotipos que les demandan encarnar a riesgo de perder. Una cámara acompañante, una dirección que se limitara a favorecer la construcción de sí mismas de las modelos, la inhibición de la actuación como recurso fácil para simular la realidad podrían ofrecer un reality diferente si se limitara a editar lo obtenido en la improvisación y a alentar esa atmósfera entre procaz e infantil propia del vestuario de damas que las chicas tienden a armar si se les deja de recordar por un momento que están allí para competir. O si se cultivara más explícita y menos veristamente el género historia de vida popular, algo que permitiría a las futuras modelos ser más “sujetas” y menos “objetas” en su promoción de crisálidas a mariposas. Porque detrás de esos cuerpitos esperanzados se adivinan las expectativas exitistas de una familia, para quien la nena sería la única apuesta posible al futuro, en suburbios desenamorados de las cacerolas y donde un padre debió renunciar a su condición de guardabosques para delegar lo que la psicología social llama su rol de proveedor.
“Súper M” privilegia la exaltación del producto estético final poniendo en primer plano la labor del fotógrafo, de la maestra de pasarela, del director de la agencia, es decir de todos los constructores de imagen. Rebajando así a las modelos a la libra de carne soporte e inerte frente a las operaciones de la técnica mientras les impide su trabajo como autogestoras del propio estilo y hasta de sus propias estrategias empresariales. Porque “Súper M” uniforma para la entrada al mercado de una belleza estándar en una tradición argentina que se ciñe a los valores de no demasiado flaca, no rara, mucho menos freak, siempre a la moda.
Y que sigue proponiendo poses tan forzadas como las que adoptaba Karim Pistarini a principio de los años sesenta en la revista Claudia: con un fondo de arena fingía divisar una caravana a lo lejos. ¿Cómo? Haciéndose una visera con la mano y llevando una pierna hacia atrás en ángulo recto al igual que un flamenco. Al menos Twiggy y Phenelope Tree tenían un estilo que llegaba hasta el hueso, por nombrar luminarias que ahora deben estar luchando con sus estrógenos o entregando su espiritualidad último modelo a Deepak Chopra. En ese contexto cae como la cereza de la torta el embarazo de Ana Rachid –ambiguamente promocionado hasta hacer sospechar que se trataría de un insólito abordaje a la cuestión del aborto–, anunciado por su protagonista con un exceso de llanto que hizo pensar menos en la emoción de la maternidad y más en el riesgo que corría su participación en el programa. Este hecho, en contrapunto con tanto eterno femenino subrayado y de lo supuestamente sagrado de la maternidad, no hace más que convertir en “opción dramática” –y al respecto hubo durante toda la semana en la página web una encuesta donde apostar si se iría o no del programa– aquello que sería la perdición de una modelo: la posibilidad de deformar sus divinas proporciones.