El libro ¿Quién paga? (el dinero en la pareja del Siglo XXI), de la periodista e historiadora Leni González, desnuda las múltiples formas en que la plata hace estallar el chanchito cotidiano en donde no sólo se guardan ahorros sino, también, rencores, poderes, libertades y decisiones. Pero ya no hay un solo modelo ni familiar ni financiero. Hay mujeres que mantienen a sus maridos, hombres que no toleran ganar menos que sus señoras, esposas que prefieren dejar los privilegios de la extensión de la tarjeta con tal de recuperar su libertad y realidades que refutan los prejuicios de las divorciadas maliciosas y reflejan la cara de género de la moneda. Mientras que las cifras muestran que la violencia económica contra las novias, esposas o parejas crece, que las trabajadoras ganan menos que sus compañeros y que las mujeres sienten sus billeteras y ahorros más vulnerables que el de los varones. Tener (o no tener) cash también es una cuestión de sexo.
› Por Luciana Peker
“Mafalda no quiso casarse con un hombre como su padre ni parecerse a su madre, pero ahora añora al primero y necesita a la segunda; Susanita se separó con dos hijos y vive peleándose con su ex por más plata; Libertad es broker y gana más que su novio, que es profesor de música”, describe el mundo imaginario en el que viven, pelean, comen, trabajan y se mantienen o desequilibran las mujeres símbolo de un mundo nuevo –la clásica, la utópica y la joven– que nacieron en los sesenta y que hoy todavía surfean por el mundo de los billetes con un abanico de potencialidades y vulnerabilidades por las que son atravesadas por (y con) el dinero.
La que describe ese mundo es Leni González, periodista y Licenciada en Historia, con Gizmo –su gato que la acompañó durante quince años– tatuado en su espalda como una marca de fidelidad y su hijo Fermín, de diez años, acompañándola a ella que viaja, todos los días, de Remedios de Escalada al Centro, terminó con dos parejas, es el principal sostén de su casa y después de vivir en Caballito volvió al barrio suburbano para que su mamá (Elisa) la ayude a ir y venir con sus ojos verdes y abiertos para traer el pan (bah, el pan integral porque se cuida para no quedarse afuera del mercado) que ella y su hijo comen a la noche.
–Porque las mujeres no sólo vamos por el dinero, vamos por el honor –define Leni. Y en su definición está su cuerpo que fue y vino y sigue corrigiendo tareas y deletreando letras y suponiendo maneras de amor, proyectos y deseos donde la plata no taladre las paredes. Pero, por eso, ella es –en teoría y alma– autora de este libro que no habla ni de una mujer, ni de una manera de manejar el dinero, sino de la nueva diversidad amorosa, femenina y económica que se abrió después que Mafalda dejara los Beatles y encendiera el Discovery Kids cuando llega rendida de trabajar y todavía tiene que darles de comer a sus hijos.
“Tengo sueño, quiero dormir hasta tarde, ir al gimnasio, a la peluquería, mirar vidrieras y meterme en un cine. Quiero reclinarme sobre esas mesitas perdidas en alguna vereda de Palermo a mirar a través de un par de anteojos oscuros cómo pasa la gente apurada mientras tomo capuchino, fumo un cigarrillo, reviso los mensajitos en mi celular y me quedo distraída espiando a esa señora y su caniche toy junto a un árbol. Pero no. Tengo que ir a trabajar. Tengo que salirme de la cama disparada de un impulso irreflexivo y descalza y en camisón empezar a: levantar al nene para el cole; preparar el desayuno, mientras hierve la leche, darle de comer al gato y encender el lavarropas; plancharme la pollera; gritar para que el bellodurmiente finalmente salga de la cama, ayudarlo con las medias, atarle los cordones, revisar la mochila escolar y guardarle el paquetito de la merienda; hacer la lista de lo que tengo que comprar en el súper cuando vuelva de la oficina (si no me cierra antes); atender por teléfono a mi mamá que me cuenta sobre la enfermedad de la tía y se enoja si no le presto atención; y todo con la radio de fondo, a ver si pasó algo porque (no sé si lo aclaré antes, perdón, estoy tan apurada) soy periodista y la información es o debe ser mi consigna (si no, alguien dirá que me estoy achanchando)”, escribe Leni en la introducción del libro ¿Quién paga? El dinero en la pareja del siglo XXI, de Editorial Sudamericana.
Pero la radio le trae algo más que noticias, le trae un espejo distorsionado sobre su propio sacrificio. “Sin embargo, a la mañana, mientras escucho la radio no falta el ‘comunicador’ que diga que mujeres = mantenidas, que reventamos las tarjetas de los inocentes caballeros, que sólo queremos plata, que somos ventajeras y despellejamos a los maridos en los divorcios. No falta tampoco la ‘consejera’ que recomienda ‘chicas, no lo atosiguen a Rodolfo, él viene de trabajar, está cansado, espérenlo con una comidita rica y perfumadas, no le reclamen más, elijan otro momento para pedirle un fin de semana en Punta Indio’. ¿Perdón? ¿De quién hablan? De mí, seguro que no. Y de muchísimas otras, tampoco”, se aleja.
Por ella y por esas muchísimas otras Leni escribió el libro. Por el honor. Porque ni las mujeres son mantenidas ni siempre el trabajo es un karma. Para el 98 por ciento de las entrevistadas por la consultora The Gender Group el trabajo ayuda a relacionarse y vincularse con otras personas; el 88 por ciento opinó que les da libertad y autonomía; para el 66 por ciento es una manera de desenchufarse de las cuestiones familiares o la casa. En cambio, para el 58 por ciento es sólo una manera de aportar a los gastos del hogar y apenas para el 17 por ciento lo ideal sería vivir sin trabajar. Por ejemplo, Liliana, de 47 años, propietaria, pensionada y depiladora a domicilio dispara: “Quedé viuda muy joven, así que crié sola a mis dos hijos desde chiquitos. Con ellos, ya adolescentes, volví a juntarme hace poco y no me banco que mi marido me diga qué les compro o si les doy todos los gustos. Esas cosas las decido yo”.
El deseo, el dinero y las decisiones todavía son un tembladeral de dudas sobre quién saca la billetera. Y, según Leni, el telo es un límite para la amplitud de bolsillo de las mujeres. “Mirá nena, si tanto querías ir al telo ¿por qué no lo pagaste vos?”, le enrostraron a Irene, de 37 años de soltería, que pone a las claras por dónde sintió su sex appeal caído: “¿Me querés decir de dónde salió semejante miserable hijo de puta. ¿Y sabés lo peor? No pude contestarle nada de la impresión”, desnuda un testimonio de su libro que Leni redondea contando un universo que no tiene abismo sino muchas salidas: “Hay mujeres que a los 30 años ya tienen la carrera universitario, el autito, se metieron en un crédito y se encuentran con novios que no quieren ser proveedores como sus padres. También existen esposas que están dispuestas a bancarle la laguna existencial al marido y otras que son mujeres tanque –un modelo peligroso porque avala la explotación– y valoriza a las minas que hacen todo y se la bancan, por eso me da bronca el discurso de las radios que masacra a las mujeres mediáticamente. Está bien que también hay amas de casa cool que eligen quedarse en su casa. Y hay otras que se tienen que comer el rebote que le digan ‘al final vos te achanchaste,’ porque criaron a los hijos y cuando las dejan a los cincuenta las tildan de zorras si piden su parte. Mientras que, además, están las power a las que no les importa resignar comodidad para priorizar su libertad personal”, le dice a Las12.
Leni todavía tiene que volver a Escalada, con Fermín a cuestas, hacer la tarea y preparar la cena cuando el grabador llega a STOP, una sensación que nunca llega para las tanque, como ella. “Yo escribí este libro desde la sensación de agotamiento y cansancio. Y decidí convertir el cansancio en energía y escribir por todas esas chicas grandes que van al súper con el nene en brazos, la cartera colgando, algunas veces con lágrimas en las gateras y otras, muchas veces, con una sonrisa de hoy también lo hice, sin Papá Noel ni hada madrina, pero que mantienen los sueños en alto.”
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